Instrucciones para restablecer el Destino

23 | Niño mimado, niño timado

Soporté el desprecio de mi padre como por cinco meses. Pero el viejo estaba solo – míreme aquí, llamando viejo a mi padre cuando ahora tengo casi la misma edad que él entonces–. Decía que estaba tan solo que no le quedó de otra que devolverme el saludo o marchitarse ahí mismo. No iba a desheredar a su único hijo por una mujer. Ese tipo de cosas no se estilaban en mi familia. Yo lo sabía y me aproveché de ello.

Tatiana se fue esa misma tarde de 1992. No me pregunte de qué mes. Me quedé con una prenda de seda antes de que padre mandara al servicio a empacar sus pertenencias y las dejara en el recibidor de la casa para que algún camión contratado las recogiera. Yo no iba a dejar que ese pequeño percance nos detuviese.

Verá, doctora, cuando me enamoro de una mujer, me suelo convertir en un cabeza dura. No pienso, solo actúo por instinto. La buscaba en su departamento, la seguía a casa de sus padres, intentaba aproximarme a ella en el club. Tat me daba el esquinazo con tal sofisticación que hasta me hacía sentir agradecido de semejante sutileza.

La gente comenzaba a hablar, Christian Abadid se me reía en la cara y mi posición de alfa de mi pequeña manada colegial se veía, otra vez, amenazada. Yo solo necesitaba un último polvo, el de despedida, you know?; el penúltimo no había sido concluyente, por razones obvias. No puedo creer que le esté diciendo esto.

Fue en el Country Club. A ella le gustaba la equitación. Practicar ese deporte ofrece sus ventajas a la hora del sexo, pero me desvío del tema. La esperé en las caballerizas; la verdad, se me antojaba un encuentro de despedida a lo salvaje, como para no olvidarme de ella por el resto de mi vida. Tat hizo realidad mi fantasía como si fuera su última obligación hacia mí. Me atreví a decirle que la amaba y que estaba dispuesto a aguantar de todo, incluso a otro marido, con la condición de que me mantuviera entre su nómina, if you know what I mean. Ya entre los pajonales, me hizo saber que lo nuestro era un total despropósito y que, por el bien de ambos, dejáramos de vernos.

Debo decirle que mi trauma con todo lo que tenga que ver con la hípica proviene de ahí. No puedo mirar un establo desde entonces sin sentir que mi hombría se cae por los suelos. Jamás, después de ese día, volví a rogarle a una mujer, ni siquiera a Brenda. Con ella utilizo otras tácticas no tan invasivas. Y menos patéticas, of course.

Como era de esperarse, me dejó. Entiendo que mi llanto no le impresionó en lo más mínimo. Es más, puedo asegurar que fue lo que selló el fin de su relación conmigo. Si una chica me hubiese hecho una escenita como la que yo le armé, no habría tenido corazón de abandonarla. Y me considero poco sentimental. Ya se podrá imaginar el témpano que era esa mujer.

La odié por lo que me hizo.

No pude creer que Brendy me acusara de volver a verla en el 98. Me sentí ofendido solo de imaginarlo. Claro que ella no tenía idea de los pormenores de nuestra ruptura, de modo que fui paciente y la convencí de lo obvio. ¿Usted cree en el zodíaco? Nevermind, los Tauro somos rencorosos, vaya. Tatiana no volvería a tener oportunidad conmigo, como no la tiene Madelyn y ninguna otra novia que se haya atrevido a dejarme en el pasado. En realidad, solo fue una, pero no ahondaré en más fracasos amorosos en esta sesión, por mi salud mental.

Hasta entonces, yo me consideraba indejable. ¿Existe esa palabra? I mean, las chicas se colaban en el jardín de mi casa por las noches para tirar piedras a mi ventana. Y hablo de chicas que ni siquiera conocía. Recibía cartas, flores y regalos anónimos y no tanto, todo el tiempo. Las mujeres conocían mis gustos: me halagaban con chocolates y camisetas de Batman (y ni siquiera me gustaba Batman, usé una T-shirt con el logo una vez, y ya estuvo: tomaron nota). Hasta la Brendy de doce años estaba enamorada de mí. Entre mis admiradoras se contaban las muchachas del servicio, la señora de la cafetería, algunas profesoras y más de una madre de familia. Gozaba de un fandom vigoroso, damn it!

Las chicas se me declaraban. Jamás necesité hacerlo yo. Eso habría rebajado mi caché. Y luego aparece esa señora, que hasta hacía unos meses se me antojaba más o menos, y bam!, destruyó en un santiamén mi auto percepción de alpha teen. Aquello no es material para perdón y olvido, you got me?

Fue la vergüenza y el despecho lo que me llevó a frecuentar círculos sociales, ¿cómo decirlo para no sonar grosero?, más diversos y menos exigentes. No me arrepiento, me devolvió la fe en mí mismo. Y, además, ¿quién lo diría?, allí conocí al amor de mi vida.  Digamos que se lo debo a Tat.

Aun así, eso nunca bastó para perdonarla.




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