Instrucciones para restablecer el Destino

24 | Alpha females everywhere

La sesión pasada me comporté como un presumido, doctora. Y no quisiera dejarle esa nefasta impresión. El solo pensar en lo que dije me mortifica. A veces soy un poco stuck up, como decía madre. Y no tengo remedio: mamá tenía razón. Yeah, I know, I know. Este es un espacio seguro y no tengo por qué justificarme, pero igual, gracias por aceptar mis disculpas. Porque me disculpé, right?

Bien, a lo que vinimos. Time is money.

Hay mucho en común entre Brenda y yo: una de ellas es la tendencia a la neurosis, y otra, la manía de regresar al pasado. De habitar en él, incluso, cuando nos sentimos atascados en el here and now. Hace unos días, Bren me reclamó por supuestas infidelidades durante nuestro primer noviazgo. ¿Se habrá quejado con usted de eso ya? Sé que no me va a responder, por eso de la confidencialidad y bla, bla, bla. Si no es así, me adelanto. Nunca le fui infiel. Bueno, no en aquella época, you know, antes de mi regreso a Harvard.

Pero, cuando uno mete la pata, se ve obligado a justificar hasta lo que hizo hace veinte años para recuperar la credibilidad. No me quejo, la saqué barata. Propiné a mi actual esposa el engaño del siglo y, aun así, se casó conmigo. El perdón, por otro lado, no ha llegado. Y del olvido, ni hablemos.

¿Por qué carajos aceptó mi propuesta de matrimonio, entonces?, ¿para desquitarse? No le creo capaz de ejercer ese papel de Lady Vengeance, mi concepto de ella es demasiado elevado, tanto que cae en la categoría de delusional. Me gusta esa palabra, pero no tengo oportunidad de utilizarla tan seguido.

Ah, y me salió con esa rencilla pasada de Briana, su vecina guapa de nuestra época de novios. Si supiera la que se armó con su marido nunca habría aceptado regresar conmigo. Brenda cree que yo dejé de ver a Bri por mi propia voluntad y a pedido de ella. Wrong.

Lo cierto es que su esposo nos cachó una tarde en la terraza. Yo no hacía nada, por si acaso, salvo chequear que mi pequeña Brendy llegara sana y salva a su casa. Bri me acompañaba con una cerveza. Le gustaba tomar, yo lo evitaba para que Brendy no descubriera mis andanzas por mi aliento.

No soy un santo, okay? Siempre supe lo que Briana se traía conmigo. Pero me gustaba dejarme querer. Ella me atendía a cuerpo de rey. Escuchaba mis quejas, conocía mis gustos musicales y, aunque no los compartía, me permitía escuchar en su mini componente lo que yo quisiera. Desde los Hombres G –gusto adquirido de Brendy–, hasta The Smashing Pumpinks y The Presidents of the United States of America. No había discografía de mi preferencia que ella no hubiera adquirido, con el único propósito de darme gusto. Con esas atenciones era bastante difícil negarse a sus halagos.

Digamos que hasta me dejaba manosear un poco por ella. No way, nada sexual. Pero siempre se agradecía la mano de seda acompañada de una cara bonita que te peinara el cabello sacudido por el viento capitalino, o que te sobara los abdominales en tono juguetón. Estaba loca por mí, lo admito. ¿Y yo?, ni en sueños. Tenía pies de ballerina, porque era ballerina, ¿sabe? Solo diré tres palabras: not my type.

En cuestión de gustos, hay materias que no son negociables. Pero Briana creía que, si se portaba así de handsy, en algún momento iba a hacerme caer. Y no, eso no pasaría. Ese pequeño defectillo imposible de ignorar era mi seguro contra la infidelidad. Todas las mujeres tenían uno, por lo menos. Había encontrado la fórmula. Según el Jordan de 1997-1998, me había convertido en un tipo inmune a los encantos de las chicas. Eso lo aprendí leyendo El arte de amar, de Ovidio. Y funciona, no lo niego. Pero no en el cien por ciento de los casos. Si no me cree, pregúntele a Madelyn. No me detendré a enumerar sus defectos.

Sin embargo, mi foot fetish era lo suficientemente fuerte como para hacer que Briana no me inspirase nada más que una bonita amistad, si sabe a lo que me refiero. Su marido no lo sabía y, en consecuencia, una tarde del 98 me amenazó con un arma de fuego que me obligó a no regresar a casa de Brendy porque, entre otras cosas, corría peligro de muerte si me acercaba a ese barrio. Me las arreglé para que no se enterara, alegando que me sentía más cómodo al llevarla a mi casa, cosa de la que no tenía idea el embajador y por la que tuve que sobornar a todo el servicio con el dinero de mi mesada. La devolvía a casa con el chofer, bajo cualquier pretexto de mierda que no estoy dispuesto a traer a la memoria.

Y, en cuanto a Manuela, la otra chica con la que Brenda me acusa de haberla engañado, pues, ¿qué le diré? Not in a million years. No a las bossy girls, no a las mujeres que intentaran, o insinuaran, siquiera, competir conmigo. Lo que ella sintiera por mí, me tenía sin cuidado. ¿El hijo del embajador de Estados Unidos con la hija del presidente? No, gracias.

Demasiada igualdad, para mi gusto.

I just wanted to keep it simple. Una chica como Brenda, que se dejara cuidar y mimar. Que luciera de mí ese lado paternal, que me hiciera sentir importante, indispensable. A girl to take care of. Eso era lo que me ponía, en realidad. ¿Era tan difícil de entender? I don’t think so.

Sí, sí, ya sé que parezco, como dice Brenda, un machito de manual. No me lo dirá en la cara, porque no es su trabajo juzgarme, pero no podrá evitar emitir un juicio de valor que no anotará en su libreta, por cuestiones éticas. Ese era mi yo del pasado, valga la aclaración.




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