De lo anteriormente dicho, supongo que usted será capaz de inferir que la única vez que fui infiel a Brendy fue con Madelyn. Y que, antes de ese momento, tuve suficientes oportunidades para que la deslealtad ocurriera. Solo le he hablado de las que tiene noticia mi actual esposa. Hubo más, siempre han existido. Pero resistí como pude. Además, nunca fui un tipo del sí fácil. A las mujeres les costaba –y todavía les cuesta– que un hombre como yo les haga caso. Gosh!, vuelvo a sonar tan engreído. Supongo que no tengo arreglo.
Pero Brenda me cree alguna especie de depredador de mujeres. Yo diría que más bien ha sido al revés. Que las mujeres se han dedicado a darme cacería desde que tengo memoria. Desde el kindergarden, pues. Que no le confunda mi pose de hombre-que-lo-tiene-todo-bajo-control. Aunque a estas alturas no engaño a nadie, menos a usted. Así que ignore mi comentario, please.
Sabrá usted que, durante casi un año, Brenda no me dejó ponerle un dedo encima. Y no hablo en sentido metafórico. Ella ya le habrá contado los pormenores. Estoy consciente de que con mi monumental infidelidad la lastimé en serio, pero, que me impidiera tan solo rozarla con mi mano el día en que la fui a buscar a mi…, digo, a su departamento, fue algo así como too much. De ahí en adelante, no permitió que me acercase a ella a menos de un metro de distancia, sino más, ni qué decir de los saludos y las despedidas, que se hacían de lejos, como si yo fuese un leproso.
Damn it!, amaba muchísimo entonces a Brendita y la amo ahora, pero eso sí que me pareció una pantomima muy a lo drama queen. Algo poco o nada digno de ella. No pude evitar sentirme un tanto decepcionado. Yo diría que hasta se me bajó un poco el hype por ella cuando me di cuenta de su reacción teatral. Brendy solía ser tan sobria, tan estoica. A veces tenía sus salidas de tono, pero siempre parecían bastante justificadas. Pero esto no, esto era demasiado.
Nunca se lo confesé (lo de mi decepción por su overreacted performance), de modo que hice acopio de toda mi paciencia para hacerle frente a tamaña exageración. Y eso que yo no me pinto como un tipo paciente. Pregúntele a Madelyn, una celópata sin remedio a quien dejé de hacerle caso como a los tres meses de matrimonio. No estaba dispuesto a tolerar ni una sola de sus escenas. Pagué muy caro por ello, se lo aseguro. Pero mi pose de maestro zen no me la iba a quitar ni ella ni nadie. Siempre me sentí más allá del drama, viniera de quien viniera.
Incluso del mío.
Por suerte, a mi Brendy se le quitó esa manía más tarde que temprano. Pero le juro que me vi a punto de tirar la toalla más veces de las que quisiera admitir. Tardó demasiado en recuperarse, y hubiera querido darme el crédito absoluto por esa hazaña. Despojé a mi esposa de una conducta patológica a punta de amor, aguante y resistencia. Y también de técnica. Pero sé que algo más tuvo que ver en ello, algo que se me escapa de las manos, y que tal vez solo ella sabe de qué se trata. Todavía nos guardamos secretos, lo sé. No podemos ser del todo sinceros y creo que jamás podremos. Yo digo que es mejor así, para ambos. Hay cosas por las que es preferible quedarse callados.
Para curarla, se me ocurrió una interesante, pero, como siempre, descabellada idea. La adapté de un libro de psiquiatría de divulgación que rescaté de mis lecturas de juventud. En ese entonces me las daba de erudito enciclopédico. Nada más alejado de la realidad. Solo era un overprivileged child muy bien informado. La llamaban terapia de choque (shock therapy, en inglés), pero por esta vez, prefiero pronunciarlo en español, porque suena badass.
Consistía en someter sistemáticamente a la paciente a la causa primera de su manía, con la finalidad de que acabase acostumbrándose a ella, a punto en el que esta dejara de afectarle; lo que produciría, así, su inmediata cura. Traducido al cristiano, necesitaba toquetear a Brenda todo lo que pudiese, hasta que, eventualmente, se dejara sin problemas. Pero no necesito explicarle nada más. Supongo que usted habrá puesto en práctica técnicas similares en la facultad. ¿No? Pues le cuento que funciona. Bueno, bastante a medias.
Pero déjeme explicarle cómo fue.
¿Ha visto usted esos videos de perritos maltratados que son rescatados y rehabilitados por organizaciones benéficas? Verá, en mi adolescencia pertenecía a Animal Saviors, y mi trabajo de rescate de animales abandonados se parecía un poco a la terapia de choque que pensaba emplear en Brenda, solo que nosotros la aplicábamos de forma gradual. Consistía en ganarse la confianza de los puppies, hacer contacto visual y físico de a poquito, hasta que perdieran el miedo, dejasen de temblar y tomaran confianza. Esa operación podía tardar desde minutos hasta meses, dependiendo del estado de abandono y el nivel de trauma que la mascota había sufrido. That used to be so heartbreaking. Y se me partía el corazón imaginar así a mi Brendy.
Los gatitos daban más pelea que los perros. Creo que ella se parecía más a lo primero que lo segundo. Sé que estoy siendo un insensible al equipararla con animales maltratados, pero, es que usted no sabe en qué estado se encontraba.
Me sorprendió que no hubiera ido a terapia para tratar ese problema en específico. Brendy suele ser muy autoconsciente en ese aspecto, por lo que entiendo que sentía vergüenza de su reacción, o tal vez se dio cuenta de la magnitud de su fobia recién cuando me tuvo en frente, en 2014.