De ninguna manera Brenda debía reparar en mis planes. Esa era una condición indispensable, que la terapia se aplicara de manera orgánica, tal como planteaba el librejo ese. No ayudaba, por contraste, que Brendy me haya prohibido acercarme a ella de forma enfática. No se podía actuar orgánicos en esas condiciones. De modo que se necesitaba improvisar.
Usted me preguntará sobre el porqué de tantas molestias, si bien hubiese podido tomar como mi amante a la mujer que me apetecía. Because I love her, doctora, por qué más. Y porque estaba obsesionado con ella. Había fantaseado más de una década con tocarla, y el único día que me permitió hacerlo, el día en que me presenté a su puerta con una orquídea, no lo aproveché lo suficiente. Confiaba en que ya llegaría el momento para intensificar mis acercamientos. Que dispondría de todo el tiempo del mundo. Pues bien: I was wrong, again.
Debí hacerle el amor ahí mismo. Me pasé de gentleman. Apenas si le toqué la cabellera. Qué idiota. La habría aliviado de todos sus problemas –y de paso, de los míos– en hora y media y de un solo revolcón o dos, hasta la llegada de Nath. Ahora ni siquiera él me quería en casa, me ponía mala cara. Me hacía saber que no era bienvenido ahí. Solo porque se dio cuenta de que su madre había llorado la segunda vez que me invité a almorzar a su casa. Yo era el villano de la película, a ojos de él.
Sigo siéndolo, de hecho.
Para la siguiente ocasión en que la visité ya tenía armada una pseudo estrategia. Una estrategia al estilo Jordan, por supuesto; es decir, una muy inconsistente. Implicaba hacer el idiota de muchas formas: perder el equilibrio al pasar cerca de ella, rozarle un muslo sin querer, enredarme en su cabello, respirarle en la nuca, en la oreja, lo que fuera. La pobre saltaba como una pepita de canguil en el fuego, el solo hecho de verla daba lástima.
Pronto decidí ser más táctico: me planteé invitarla a salir. En su departamento, en su jaula y su elemento, se las arreglaba para establecer sus trincheras. No parecía posible acercarse sin que soltara un gritito que tenía que disimular muy bien para evitar que me sacara de mis casillas. Me propuse sacarla a pasear porque, a decir verdad, ya empezaba a caerme mal. Y eso era grave. No me había divorciado para esto. No había abandonado a mis hijos y esa miserable comodidad americana para recibir ese tipo de desplantes de la mujer que amaba. Pronto la misión de rehabilitarla rebasó con creces el mero interés romántico para convertirse en una cuestión, ya no solo de honor, sino de supervivencia. Me negaba a vivir en la miseria. Tenía que recuperar a mi Brenda de 1998. Aquella era la chica que me pertenecía. La quería de vuelta.
Sobra decir que esto último era imposible. Pero, igual, le hacía a la lucha. Sabía que, en algún lugar dentro de esa mujer adulta y marcada por los traumas del pasado podía descansar la niña que se recostaba conmigo a estudiar el manual para concebir al hijo soñado, y reír con nerviosismo por considerar que las ilustraciones del libro le parecían the least sexy things in the world.
Necesitaba de vuelta a la Brendy que me regaló Rayuela por mi cumpleaños, porque pensaba que, en serio, me iba a leer semejante ladrillo (y por ella). A la chica que le daba vergüenza que la viera en uniforme porque no se había afeitado las piernas. Aquella a la que podía sentir su corazón latir con violencia cada vez que le manoseaba los pechos. I wanted her back.
Y mientras menos me dejaba tocarla, más la deseaba. Y tenía más convicción de poder encontrarla ahí mismo donde la había perdido. Usted no sabe, doctora, lo horny que me ponía cada vez que se me antojaba verla. Se convirtió en una tortura. Y necesitaba ponerle fin. A como diera lugar.
No debería contarle esto a una mujer. No porque le tenga algún tipo de deferencia condescendiente, sino porque esa clase de relatos romperían el pacto de caballeros que existe entre hombres. Hay cosas que los varones hacemos que las mujeres simplemente no deben saber. No pueden hacerlo. Me siento un gender traitor al participárselo. Pero, como le pago una considerable cantidad de dinero, supongo que guardármelo sería el equivalente a pegarme un tiro en los pies, o a botar mi plata por una alcantarilla. Lo que suceda primero.
A ver. Necesitaba masturbarme antes de ir a recogerla. You know, como en esa película There’s something about Mary, porque, de lo contrario, no sé qué habría sido de mí. Hubiera causado un desastre. Bien, ya lo dije. Rápido y sin respirar. No fue tan grave, right?
Ludmila Lukova me ayudaba a conciliar el sueño en las noches. En especial, luego de dejar a Brendy en su casa, tras alguna salida al cine o a comer. Se volvió indispensable para mantener mi cordura. A esa señorita debería enviarle una esquela de agradecimiento y un bono de Navidad, definitivamente se convirtió en mi cable a tierra.
Pensé que, quizás, debía conseguirme alguna chica que me, here we go again, que me acompañara de vez en cuando para aplacar el deseo. No piense que soy alguien que pague por sexo, no. Eso sería caer muy bajo. Un hombre como yo no necesita llegar a instancias tan desesperadas para acostarse con alguien. Es patético, vaya. Me refería a, no sé, a un huge flirt, como se dice en mi país de origen. Alguien a quien ver de vez en cuando, sin compromiso, para lo que usted ya sabe. No me haga verbalizarlo. He tenido suficiente. Pero abandoné pronto la idea porque el riesgo superaba con creces los posibles beneficios. ¿Qué tal y me terminaba apasionando de mi huge flirt, de nuevo, como me pasó con Madelyn? A todas luces, se trataba de una pésima idea.