Instrucciones para restablecer el Destino

37 | El perdón y la cura

Para cuando regresé al interior de la casa, todo en ella aparecía nebuloso para mí. Aquello no me impidió, sin embargo, recordar con eficacia todos los hitos que dieron rienda suelta a las acciones posteriores que me llevarían a declarar mi rehabilitación total en el tema relativo a mi Jordanfobia.

Recuerdo que no encontré lugar para sentarme, por lo que decidí arrimarme a la columna de la chimenea para que no se notara que comenzaba a tambalear. Jordan, unos cuantos metros a mi derecha, estaba sentado en un sillón con reposabrazos. Me hizo una señal para que me aproximara hasta allí y me sentara a su lado. Obedecí en piloto automático.

Me ofrecieron otra copa de vino que acepté enseguida. Alguien me la quitó de la mano y se la bebió: Jordan, por supuesto.

–Ya estás un poco chispa, Brendita, déjame que te cuide.

Me reí como una escolar.

Jordan hizo, esta vez, la misma señal para que me sentara, pero esta vez en sus piernas.

–Ven acá, mi vida –me dijo en voz bajita, como para que solo yo lo escuchara.

–¿Estás loco? –me hacía la dura, pero bien que quería.

–No seas así. Ven –y me estiró los brazos, como un niño que espera que lo carguen.

¿Cómo negarme ante semejante petición?

No había estado tan cerca de Jordan desde hace quince años, aproximadamente. Dieciséis, si acaso. Lo que quedaba de mi yo consciente se preguntaba con vaguedad por Alexis. Dónde estaría, con quién (esperaba que con alguien más, entreteniéndole). Me hubiera gustado que no nos viera.

Sí, todavía me quedaba algo de sangre en la cara.

Oh, Gosh, como diría Jordan. Daría mi vida para revivir en loop ese momento cumbre, carajo. Al fin ya no solo en sus brazos, sino en su regazo. Qué más daba que todos nos vieran, igual, muchos de quienes estaban ahí sabían que yo era la madre de su hijo. ¿Qué dirá la gente?, parecía ser una pregunta que se desvanecía, poco a poco, mientras Jordan me acariciaba, por etapas, el cabello, la cara, las piernas. Yo solo abrazaba su cuello, como si un abismo del que tenía que protegerme estuviera debajo.

–¿Por qué nunca te pusiste falda para mí? –me preguntó Jordan, mientras pasaba su mano desde mi talón a mi pantorrilla–. Te ves tan linda, tan girly.

Girly, usó esa palabra el día en que nos hicimos amigos. Maldita memoria la mía.

–Porque no se me ocurrió –era cierto. ¿Para qué?, no tenía sentido.

Jordan seguía tomando su cerveza British Strong Ale edición especial.

–Deberías probar esto, está deliciosa –me acercó la botella y me la alejó enseguida–. Pero no ahora, porque te puede hacer daño.

 Se la arrebaté de la mano, la tomé y le hice saber que provenían de la colección de Alexis. En efecto, estaba deliciosa. Aunque un poco amarga, para mi gusto.

Colocó la botella en el suelo y, acto seguido, la pateó con su característica discreción. El líquido se derramó sobre una alfombra que parecía costosa.

Oops! –Jordan intentó contener la risa de manera histriónica.

Alexis debía estar mirando la escena, sin duda. No tuve el valor de buscarlo con la mirada. Tampoco a Gabriela.

Incurrir en besuqueos habría sido demasiado. Creo que hasta Jordan, que ya estaba bien tomado, lo tenía en mente, porque tampoco se atrevió. Solo se trataba de un sutil toqueteo y cariño, mucho cariño. Aproveché para darle un ligero toque de mis labios en la frente, para sentir el gusto salado de su sudor incipiente. Me enganché con el olor de su cabello, de su colonia vintage, la misma que utilizaba su padre y que de seguro la habría heredado de él. Jordan se entretenía acariciando mi mano libre y examinando una pequeña herida en el dorso.

–¿Qué te pasó aquí? –preguntó, señalando la marca.

–Me quemé en el horno.

–Pobrecita –dijo, con voz agudizada. Y besó la herida de un centímetro que ya empezaba a cicatrizar.

«Esto va a acabar muy mal», pensé luego de ese preciso momento.

–Necesito ir al baño –le dije, con ademán de levantarme. Me agarró con las dos manos por la cintura y me lo impidió.

–No te vas a ninguna parte.

–Es que no me puedo aguantar.

–Yo tampoco.

Era obvio que no hablábamos del mismo tema.

Me levantó y me acomodó de manera que me diera cuenta de por qué no podía levantarme. Solo diré que pude sentirlo enseguida.

–Dame un minuto y me tranquilizo, ¿ya? ­–me dijo, al oído.

Ese minuto fue eterno. Tenía que quedarme quietecita.

Al fin se levantó conmigo. Me esperó en la puerta, salí y entró él. Me pidió que no me fuera. Me quedé. Pero un tanto lejos, porque sabía que, si abría la puerta, sería para encerrarme con él. Y no quería que nuestro primer encuentro, luego de tantos años, ocurriera borrachos, en el baño de una casa, a vista y paciencia de todos.

Yo quería más.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.