Instrucciones para restablecer el Destino

40 | The Final Boss

¿Cuándo en su perra vida, mi hijo mayor me habría enviado un mensaje de texto? Pues, nunca. Excepto, tal vez, para pedirme plata. Ah, y aquella noche. Obvio que no tenía por qué contestarle, ¡faltaba más! Buscaba a su mami, como todo un principito preocupado por el bienestar familiar.

Bullshit. Nadie le cree ese cuento.

La bronca entre los dos siempre se trató de una cuestión de dominio, you know what I mean? Y muy poco tiene que ver con el amor de mamá. Digo, no importa qué tan jerk se comportase Nathaniel en el pasado, presente o futuro, Brendita lo amaría sin importar las consecuencias. En cambio, yo permanecería con tarjeta amarilla por el resto de mi vida. El amor de ella por mí nunca ha sido incondicional, you got me? Soy yo quien se lo tiene que ganar, no él. ¿Por qué carajos, entonces, se empeñaba en amargarme la vida?

Usted no sabe la que se armó cuando llegamos a casa. That spoiled brat, bien adiestrado en su papel de head man, se atrevió a prohibirme la entrada a mi propiedad. De no haber llevado a Brendy en brazos, le habría partido el hocico, ¿sabe? Y me habría dolido más a mí, porque, para colmo, ese chico es mi fucking clon.

Un puñetazo en mi propia cara, pues.

Se le bajaron los humos un poco cuando Brendy se puso mal y se le cayó la presión, supongo. Luego se le salieron las lágrimas y nos mandó a callar. El mocoso se encerró en el cuarto y yo me quedé a solas, por fin, con mi futura esposa. En la que después sería nuestra cama, no la de él.

¿Es que el Edipo de ese chico no tiene límites?

Al menos pudimos atravesar el hangover juntos. Usted sabe, beber mucha agua, resistir los temblores y la fotofobia, todo en pareja. You know, lo usual. Y luego, el celular de Brenda que saltaba, a cada rato, con mensajes de Nathaniel, del tipo tengo hambre, mami; ¿a qué hora vamos a comer, mami?; pídeme un Whopper sin queso en pan de ajonjolí, mami, con té helado, mami; ¿a qué hora se va mi papá, mami? Mensaje, tras mensaje hasta la náusea, y Brenda, que salía de su letargo cada tres minutos para contestar, hacer el pedido a domicilio, y mandarme a recibirlo para entregarlo puerta-a-puerta al malcriadito ese.

What the fuck! En mi vida mi padre me hubiera dado tantos gustos. Me habría mandado a comprar la comida, en el mejor de los casos. En el peor, me habría dejado sin cenar, para que aprendiera a comportarme.

Lo que necesitaba ese muchacho era mano dura. Brendita lo tenía demasiado mimado. Yo me encargaría de ponerle en cintura, de una vez por todas. Después de todo, era mi culpa que se hubiera echado a perder así, por falta de figura paterna.

Yeah, I know, no tengo cara para quejarme. Pero, igual, me quejo.

Extraño mucho al mocosito que se dejaba querer cada vez que venía a Estados Unidos. Solía ser cute, que yo recuerde, y bastante loveable. No tengo mucha idea de qué fue lo que le pasó, ni cuándo. Tal vez el conocer a sus medio hermanos no le hizo tanto bien como yo esperaba. Asistir al hockey los cuatro juntos, como si fuésemos el ultimate dream team, no surtió el efecto esperado en él.  Creo que por eso mismo se empeña en hacer de menos a los deportes americanos. Lo suyo es el soccer, aunque sabe muy bien que a mí ni me va ni me viene. Supongo que se enceló con los muchachos. En especial con Daniel. Sin embargo, que yo sepa, ese par son hasta medio amigos. He sabido que se mensajean. Dan me lo ha dicho.

¿Usted tiene hijos, doc.? Not my business, I got it. Aquí entre nos, todos tenemos un favorito. Y, ¿sabe? Daniel is my boy. Siempre ha sido así. El segundo a bordo es Rick. He sido tan injusto con Nath. Si Brendita supiera, se le partiría el corazón, pero no se puede obligar lo que no se tiene. Dios sabe que lo he intentado. En cambio, Nathaniel ni siquiera se esfuerza en quererme. Nunca lo ha hecho, y nadie lo culpa por eso.

Ni siquiera yo.

Hay algo que tengo que decirle, doctora. Mantenía una especie de reloj programado en mi celular, uno que descargué de una app y que marcaba la cuenta regresiva para su cumpleaños número dieciocho. ¿Sabe para qué? Para calcular la fecha en que se largaría a Harvard, de una vez por todas, y me dejara en paz, al fin, con mi Brendy. Y no me daba vergüenza contárselo a nuestras amistades. Les mostraba la aplicación en cuanto tenía oportunidad, a espaldas de Brenda, como era de esperarse. Eso era lo peor de todo. Creo que disfrutaba tener una relación de amor-odio con mi hijo, me confería respeto entre mis pares. Yo diría que hasta algo de distinción. No sé, tal vez solo sean ideas mías.

La verdad, no creo que tener a mi propio hijo como el final boss de mi historia personal me aportara prestigio alguno. De modo que debo estar delirando. No me haga caso.

Y además, esa cuenta regresiva ostentaba otra función. Esa sí que no me atreví a contársela a nadie, porque, hasta ahora, me da un poco de vergüenza. No, bastante vergüenza: en cuanto Nathaniel cumpliera la mayoría de edad, la manutención obligatoria que, por ley, me correspondía otorgarle, pasaría a ser una manutención voluntaria. Esto es, Nathaniel sabría que, desde entonces, su supervivencia dependería de mi buena disposición para hacerlo. Los papeles se invertirían, por primera vez, en más de dieciocho años.




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