Instrucciones para restablecer el Destino

47 | Cockfighting

¿Por qué todo aquello que me causa goce dura tan poco, doctora? You know, si fuera por mí, sería capaz de dilatar hasta la exageración cualquier situación que me provocara placer, sin llegar nunca a aburrirme de ella. Por eso estoy enamorado de Brenda, porque me complace hacerlo, en primer lugar. Por ello nunca he podido olvidarla. Por eso, luego de tantos años, sigo obsesionado con mi propia esposa.

Y, aunque me la puso cuesta arriba, durante años ­–y lo hace hasta ahora–, creo que he aprendido a agarrarle el gusto a su inconstancia, de una manera bastante retorcida, let me tell you. Con cada hito conquistado para restablecer el Destino, se desbloqueaban otros más, sin llegar a establecer ninguna línea de meta, ningún final, ninguna conclusión a lo nuestro.

Eso es lo que me tiene tan enganchado a ella.

No he venido aquí para que me cure de mis males, doctora. Los matrimonios se deshacen precisamente porque a uno deja de interesarle su mate, y ese no es nuestro caso. Pero, creo que, muy en mi interior, quisiera ponerle fin a esta carrera de obstáculos llamada mi matrimonio con Brenda, para poder disfrutar, por fin, de una cierta calma, desprovistos ya del drama, en la medida de lo posible.

¿Quiere saber quién es el responsable de haber puesto fin a mi aventurilla sexual con Brenda, durante el 2015-2016? Adivinó. Mi precioso hijo. El mocoso de mierda. Mi querido Nathito. Love-hate-love, la trilogía malvada que me ata a mi primogénito, junto a su madre y a nuestro Destino. Así es la vida, doctora. Hay cosas de las que debemos hacernos cargo, aunque nos cueste dejarlas.

Yo estaba feliz de la vida haciéndole el amor a mi Brenda cuando y como me daba la gana. Lo confieso, se volvió kinky, pero lo disfrutaba. Estoy seguro de que ella también. La convertía, indistintamente, en una diosa, en una esclava, en una niña mimada o en una dominatrix, dependiendo de mi mood del día. Ella me lo permitía todo, siempre fue así. Su docilidad ha sido siempre una de las características que hizo que me aficionara a ella, en primer lugar. Brendy no daba pelea. Con el tiempo se ha vuelto un poco más melindrosa, pero, en general, su esencia sigue intacta. Yo la conozco, sé por dónde meter la cuchara para que no pueda negarse a nada.

La mañana en la que mi hijo apareció en mi departamento, sin avisar, of course, fue la misma mañana en la que esa hermosa etapa de mi vida se fue al carajo. Nos había visto, me dijo, entrando a un hostal de poca monta en plena avenida 10 de Diciembre. ¿Qué diablos hacía mi hijo por ahí?, nunca me lo dijo. No me sorprendería que se hubiera encontrado en la habitación de al lado con alguna amiguita, el muy galán. Me tachó de pimp, de pervert, de abusador y de no recuerdo cuántos epítetos más. Me acusó de utilizar a su madre como una… you know. Nunca le dejé que culminara la frase, y no le partí la boca porque había amanecido en modo zen justo ese día.

Me juró que si volvía a mis andanzas cumpliría su promesa de acabar con mi vida, así, en esas palabras. Se tomó la molestia de sonar sofisticado para maquillar el hecho de que sus celos le habían llevado a tomar la mala decisión de amenazarme en mi propia casa.

Le molestaba que su madre ya no lo considerase el centro de su universo, que se hubiera olvidado de su reunión de padres de familia, que sus elaboradas cenas se volvieran cada vez menos trabajadas y más improvisadas, que hubo un par de días en que no encontró limpia su ropa favorita, porque su mami no se había acordado de lavársela. Me refiero a ese tipo de celos, doctora.

Quisiera pensar que mi hijo es así de simple-minded, aunque a veces me cuesta creerlo.

Le dije que se acostumbrara al desapego, porque eso es lo que pasaría de ahora en adelante. Le dije que tendría que aprender a prepararse su comida y a hacer su propio laundry, porque lo que se venía sería mucho peor. Porque la iba a perder, y yo me encargaría de que eso ocurriera.

Lo que comenzó como una conversación civilizada degeneró en una fucking pelea de gallos, de esas que quisieras tener con cualquier fulano en un bar, por ejemplo, pero no con tu propio hijo. Puro intercambio verbal, doctora, nada serio. Pero algunas frasecitas memorables se nos escaparon a ambos, como para joder aún más nuestra relación por lo que nos quedara de vida.

Me dijo que me iba a arrepentir de haberse metido con él y con su madre, que se encargaría de lavarle la cabeza a Bren para que comprendiera la absoluta inconveniencia de mi presencia en sus vidas. Sabía que el mocoso era perfectamente capaz de hacerlo (yo lo haría, si fuera él y estuviese en su lugar). Y considerando los antecedentes de Brendy, todo aquello podía ser bastante posible.

Le pregunté que cuál era el precio para que se dejase de pendejadas y me dejara, de una vez, en paz con Brenda. ¿Cree usted, doctora, que llegué a ofrecerle hasta mi Maserati? Al chico se le fueron las babas, pude verlo en su cara, pero, determinado como estaba a desgraciarme la vida, sacó de la manga todo su estoicismo y se negó a aceptar el auto ni nada con lo que me propuse tentarle. Admito que, desde entonces, lo respeto mucho más que antes. Yo, con mi moralidad defectuosa, no sé si me habría negado.

Me hizo, entonces, una contrapropuesta, no negociable, según sus propios términos: que me casara con Brenda. Sería la única manera en la que nos dejaría en paz. I mean, no sé cómo decirlo, doctora. Tengo sentimientos encontrados al respecto. I say, por supuesto que quería casarme con ella, en algún momento. Pero en otras circunstancias. Podríamos decir que ese, precisamente, no era el período adecuado para acabar con la buena racha que teníamos entonces. Yo no quería terminar con eso, y usted sabe que el matrimonio implica otro tipo de dinámicas, unas en las que, a veces, la pasión no tiene mucha cabida.




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