Me avergüenza hasta escribirlo. No debería hacerlo, entonces, porque exacerba mis traumas, pero, lo haré igual. Mi instinto de supervivencia no se encuentra muy afilado, como se habrán dado cuenta. Me fue imposible dormir la noche previa a la tercera propuesta de matrimonio hecha por Jay, en circunstancias fortuitas, por decir lo menos. Me atormentaban las dudas, la latente amenaza de Jordan y el hecho de que repetiría outfit, porque no tuve tiempo de comprar uno más lindo o, al menos, diferente.
Sí, soy una persona superficial, ¿qué esperaban?
Salí de casa a las 07h00, mientras Nathaniel estaba en la ducha, para evitar darle explicaciones que con seguridad exigiría. Aunque últimamente se encontraba bastante liberal; esto es, no me hacía más preguntas incómodas y volvió a su rutina habitual de no importarle mucho que digamos lo que hacía o no con mi vida. Ese cambio fue extraño, pero se lo agradecí en silencio. Desde que abandoné la casa paterna, dejé de acostumbrarme a la vigilancia externa. No iba a empezar a hacerlo ahora, y menos por parte mi hijo.
Esperé a Jordan en el micro mercado de la esquina, para que mi Nath no sospechara. Le mandé un mensaje indicando que tuve que salir a hacer una gestión indeterminada de emergencia, y que se fuera tranquilo al cole. Solo contestó con un ok.
Luego, envié a Jay otro mensaje, para apuntarle dónde me encontraba. Lo vio, pero me dejó en visto. Esa fue la primera señal. Ahora, vamos con la segunda: Jordan apareció tarde, por primera vez en su vida. Bueno, fue un retraso de solo diez minutos, pero, para alguien que despreciaba la impuntualidad capitalina con sus aires de superioridad gringa, aquella fue toda una declaración de intenciones. Una afrenta, pues. Tercera señal: conducía su Range Rover, lo que me decepcionó un tanto, pero, dadas las circunstancias, no me sorprendió en absoluto. Cuarta señal: tal como acostumbraba, Jordan descendería de ese buque con llantas, me abriría la puerta y me ayudaría a subir. Aquella vez no lo hizo. Se quedó sentadote al volante, mientras yo luchaba por treparme a esa mole con mi falda lápiz y mis tacones del número cuatro. Nada parecía conmoverle.
Quinta señal: el saludo.
–Hola, Jay, ¿cómo estás?
–Buenos días.
Bien, pues eso.
Para cuando llegamos al Registro Civil, yo ya no quería saber nada. Había entrado, de nuevo, en pánico, sin haber siquiera salido del auto. Nos hallábamos en una zona de estacionamiento en plena calle.
–Y, ahora, ¿qué te pasa? –preguntó Jordan, en un tono de fastidio que no había escuchado hasta entonces, al verme respirar con dificultad.
–No puedo –avancé a decir, al borde del llanto y la hiperventilación.
–Damn it, Brenda! ¡Necesitas ir a terapia! –dijo Jordan. Miento, gritó Jordan, y golpeó el volante con ambas manos. Esto último fue inédito y me perturbó en serio. Lo primero no había pasado desde hace… desde nuestra pelea por lo de su beca. Y, en esa ocasión, ni siquiera se molestó mucho que digamos.
Tenía razón. Necesitaba retomar terapia, pero, primero, me urgía bajar de ahí. El hecho de que me levantara la voz no ayudó en nada a calmar los ánimos. El que se hubiera desquitado con el volante del auto solo aceleró los hechos. A esas alturas, ya podrían imaginarse que no soy de las personas que aguantan los gritos o los gestos violentos.
Me faltaba la respiración y empezaba a sufrir agorafobia. Necesitaba salir de esa trampa metálica. La puerta estaba asegurada con el automático.
–Abre la puerta, necesito bajar. Me ahogo –supliqué.
–No te vas a ninguna parte –gritó él–. No, hasta que te calmes.
La taquicardia empeoró, parecía que el espacio se comprimía. Forcejeé con el seguro.
–¡Abre la puerta, Jordan!
–Stop it, Brenda! –Jay intentó detenerme, porque creo que comenzaba a estropear la manija. Yo ya no sabía ni cómo me llamaba–. Calm down!
El llanto se desbordó, necesitaba salir de ahí, pero no al Registro Civil. Obvio que Jordan, para evitar una escena, no lo iba a permitir. Pero había que hacer el intento. Me ahogaba, Jordan me abrazó por la espalda, y me aprisionó los brazos para que dejara de maltratar el auto.
–Breath, Bren… breath! –me pedía. Pero era imposible a esas alturas.
Desde afuera sonó un golpeteo hacia la ventanilla del piloto. Era la policía.
–Oh, shit! –bufó Jordan. Logró abrir la ventanilla con un brazo. Yo aproveché para intentar salir de ahí.
–¡Ayúdeme! –no sé de dónde salió ese pedido de auxilio. De la desesperación, supongo. Me arrepiento, eso que quede asentado.
–What? –Jordan no daba crédito a lo que oía.
–¿Qué está pasando aquí, caballero? Preguntó el oficial, una vez que la ventanilla bajó.
–¡Mi esposa está sufriendo un ataque de pánico! –vociferó Jordan.
¿Mi esposa?, ¿qué eso no era falso testimonio?
–¡No soy su esposa!
Al policía le cambió la cara.
–Baje del vehículo inmediatamente, señor –ordenó.