Instrucciones para restablecer el Destino

57 | Una fecha memorable y un inoportuno flashback

Fecha memorable: 11 de marzo.

En Venecia se estrena la ópera Rigolleto, de Giuseppe Verdi (1851). En el marco de la Guerra de Secesión, se aprueba la Constitución de los Estados Confederados de América (1861). En la Unión Soviética, Mijail Gorvachov llega a la presidencia (1985).

Y la mañana del sábado, 11 de marzo de 2017, contraen matrimonio el Agregado Cultural de la Embajada Americana, Jordan, y Brenda (a secas), en una ceremonia civil llevada a cabo en la Casa Museo de María Auxiliadora Uribe, en el casco colonial de la ciudad Capital, a la que asistieron cincuenta invitados, entre los que se encontraba el Embajador de los Estados Unidos de América.

Si me preguntan qué ocurrió durante los siete meses anteriores a nuestra boda, no lo sabría afirmar con certeza, la verdad. Supongo que seguí viviendo, en un estado de animación suspendida hasta la boda, con la paranoia constante de que esta nunca se llevaría a cabo. Por mi culpa, más que por cualquier otra eventualidad.

Jamás estuve tan consciente de mis propios mecanismos de autosabotaje como durante esos meses, con el fin de mantenerlos a la raya, en la medida de lo posible. Jordan, por otra parte, no parecía preocuparse mucho por los preparativos ni por mi actitud, y se lo tomaba con calma, lo que se tradujo, para mí, en una preocupación más, debido a su descuido y relajación total en el lapso de aquel tiempo.

Se lo veía feliz, sin embargo. Y eso me tranquilizaba (aunque no diría que mucho).

Resulta irónico pensar que Jay eligió a Hadid como su best man porque, en palabras de él, “era mucho más confiable que [el idiota ese] del Abadid” (lo de el idiota ese, es inciso mío). Lo cierto es que, ni Hadid es confiable ni el Abadid una perita en dulce. En eso último, Jay tenía razón. No entiendo por qué continúa siendo amigo de ese par de bobos. Supongo que, al igual que yo, también gusta de vivir en el pasado, e intenta regresar a él, una y otra vez, apenas tiene oportunidad.

Me sorprende que Hadid haya aceptado, y me gustaría decir que, quizás, no es tan mal tipo como el juicio que me he formado de él con el paso de los años. En todo caso, resulta ser tan despreciable como yo, y como Jordan (no nos digamos mentiras). Digamos que los tres somos unos canallas, a nuestra manera.

Solo que Jay no lo sabe. Y no tendría por qué saberlo, vaya.

Bien, en algún momento se me tenía que caer el teatrito de niña buena. Ya les había dado pistas, sin embargo, para que no les tomara por sorpresa. El hecho de que Jay se haya portado como un patán en el pasado, no redujo ni un ápice de mi amor por él. Pues bien, algo parecido me ocurrió con Hadid.

Así es. No me juzguen.

Nos conocimos de forma oficial en 1998. Aunque yo ya lo había visto antes, por ser amigo de Jay desde el colegio y porque también había visitado mi casa por allá por 1993 y 1994. Parecía un tipo salido directamente de una teleserie brasileña inspirada en Las mil y una noches para deleitar a la muchachada a inicios de los noventa. Sin embargo, por entonces yo me encontraba enamorada del gringo. Así, que, nada.

Jordan no tenía más que elogios cuando se refería a él.

–Su abuelo hizo fortuna con el negocio de las telas. Llegó al país desde Líbano without a penny.

La manida historia de superación personal del inmigrante de oriente medio que cruza el charco. Parecía que los únicos incompetentes para prosperar en tierra ajena éramos los latinoamericanos.

–Su familia es dueña de La Internacional y de la Casa Asaad.

«Y a mí qué me importa», pensaba yo, mientras escuchaba con expresión de interés.

–Es la mejor persona que he conocido y que conoceré.

Ay, querido. Si supieras.

–Y no es tan clasista, como el resto de nosotros.

«Ni tú mismo te crees semejantes pendejadas». De todas formas, ¿por qué tenía que enfatizar, precisamente, en esa supuesta cualidad?

–Tú y él son muy parecidos, Bren –decía–. Like siblings.

Bueno, así como siblings, no creo que hubiese sido una comparación saludable. Pero se captaba la idea.

En fin, Jordan solía hablarme de Hadid como si quisiera vendérmelo. A mí ya me tenía un poco harta, pero intrigada, al mismo tiempo. Se presentaban dos opciones: que Jay intentaba, de forma consciente o inconsciente, que me aficionara a su amiguito; o que Hadid era, en realidad, su man crush, y no podía evitar transparentarlo toda vez que tuviera oportunidad de hablar de su pal de toda la vida. A manera de juego, decidí comprar la segunda versión, solo porque eso habría cabreado hasta la saciedad al imbécil del Abadid.

Y es que Christian Abadid no engañaba a nadie con su papel de womanizer de quinta. Pero todos pretendíamos que sí. Jordan incluido.

Irónicamente, fue el imbécil quien me lo presentó, y no Jordan.

Ocurrió en el cumpleaños número veintitrés de Hadid, calculo que en enero del 98. Yo no tenía nada que hacer en esa casona del valle estilo mudéjar que era propiedad del patriarca de aquella familia. Y a ello habría que añadir que todavía no alcanzaba la mayoría de edad. Pero iba a todas partes con mi novio. Él se encargaría de cuidarme, o ese era el discurso de cara a mi padre, al menos.




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