Instrucciones para restablecer el Destino

60 | Culpa

Me pregunto cuándo carajos, en medio de la celebración de su cumpleaños número veintitrés, Jordan reparó en que su novia, con la que desde hace dos meses había planeado tener un hijo, no se encontraba a su lado.

–¡Nena! –me dijo, sorprendido, en cuanto abrió con su propia llave la puerta de su habitación asegurada y me encontró ahí, acostada, llorando en su cama, como una Magdalena adolescente–. ¿Qué pasa, mi amor?

Tenía pavor de que me abrazara, de que descubriera en mi aroma la colonia de Hadid, que había sido hecha a pedido y a su medida –con esencia de gálbano e higo– y, por tanto, resultaba inconfundible. Quise hacerme el quite, pero no pude. Lloraba tanto que ni siquiera podía hablar.

–Christian te dijo algo, ¿verdad? –en comparación con Hadid, en ese momento el Abadid me parecía hasta un tipo serio. Claro que Jay entendía a fondo de qué pata cojeaba su pal, de modo que se convirtió en uno de los sospechosos habituales–. Voy a matar a ese motherfucker.

Por decencia, negué con la cabeza que el imbécil me hubiera hecho algún desaire. Aunque no me habría disgustado para nada que Jordan le partiera la jeta de una buena vez.

–Estás celosa, entonces.

Eso, estaba celosa. Abandonada, íngrima, en medio de la gran fiesta en casa del embajador. Nadie me paraba bola, ni siquiera mi novio, el cumpleañero.

Asentí con la cabeza mientras los sollozos me ahogaban.

–Ya vamos a partir el pastel, nena. Te necesito abajo.

–No-pue-do-ba-jar-a-sí. –avancé a responder. No soy de las personas cuyo rostro pueda disimular que ha llorado. Todos me verían. Sería una humillación pública.

Qué pena. Que parta el pastel solo.

Jay me abrazó un rato, antes de levantarme y sentarme en la cama para conversar con algo de seriedad.

–Bueno –me dijo–. Por esta noche, te voy a dar permiso de que te quedes en mi habitación.

¿Permiso?, ¿permiso, dijo?, ¿qué se había creído, este? No, es que ese grupito ameno de Jay y compañía estaba cortado por la misma tijera. Ojalá hubiera tenido el temple que tengo ahora para pararle el carro.

–Pero que sea la última vez –sentenció Jordan, con bastante seriedad.

–¿Por qué? –no se me ocurrió qué otra pregunta formular.

–Porque no puedes seguir así, nena –sin querer, había iniciado una conversación que no quería escuchar–. Necesitas quitarte, de una vez por todas, ese complejito de inferioridad que te manejas.

Eso sí que dolió en serio. Ardió, quemó y supuró, al mismo tiempo. Yo solo saqué los ojos, congestionados por las lágrimas y el cansancio de la media noche.

–Si tú vas a ser mi esposa –continuó Jay– necesitas aprender a comportarte como tal, ¿está claro?

Eso implicaba tratar con esa gente. Lo sabía. El mensaje estaba claro. Por favor, no sigas, Jay. Asentí con la cabeza.

Jordan me entregó uno de los pijamas que solía prestarme para que me cambiara y me besó en la frente antes de irse.

–Nos vemos en la mañana, supongo –me dijo–. Que descanses, nena.

–¿Puedes ponerle seguro a la puerta?

Sure.

Jay estaba a punto de irse cuando devolvió sus pasos.

–¿Has visto a Hadid, por si acaso?

Ese era el fin. Jordan lo sabía. Lo sabía todo. Me estaba probando. Tasaba qué tan mentirosa podría llegar a ser.

–No lo he visto desde temprano.

Bueno, en todo caso, era mejor que preguntar ¿a quién? A mayor verosimilitud, mayor posibilidad de salir bien librada de esa.

–Qué raro. No lo encuentro por ninguna parte –dijo Jay, con cara de extrañamiento. Fingido o no, eso nunca lo sabré.

–¿Me guardas pastel?

–Claro que sí, nena. Hasta mañana.

–Hasta mañana, Jay.

Puerta cerrada y asegurada.

Mierda.

 

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Desde entonces, asociar al sexo con la culpa se convirtió, para mí, en una moneda corriente. Ahora lo comprendo, claro. Lo que me ocurrió fue abuso, en el sentido más estricto. Pero, por entonces, no tenía idea de que, en cuestiones de sexo, las cosas no se dividían únicamente en blanco y negro. Existen muchos matices, el placer y el dolor producen asociaciones escabrosas, si acaso. En terapia logré comprender parte del problema, para poder sacudírmelo de encima.

Solo una parte, que se entienda.

Pero mientras no tuve una idea muy clara de lo que me había pasado, me dediqué a bloquear el recuerdo de Hadid, a consagrarme a la sagrada labor de procrear un hijo con Jordan, aun a sabiendas de que ni a él ni a mí nos producía ninguna fascinación hacerlo. No se trataba de placer, en el estricto sentido del término. No me malentiendan, disfrutaba hacer el amor con Jordan, pero con seguridad no se parecía en nada a lo que había experimentado en su fiesta de cumpleaños (mientras él estaba ausente).       




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