Instrucciones para restablecer el Destino

63 | Todos los hombres de mi mujer

Class issues, doc. Ese es el primero de los problemas. El segundo, mi crónica desconfianza, no propiamente hacia Brenda, sino hacia los hombres que la rodean. Porque resulta que existe un nada despreciable ejército de tipejos que la han estado orbitando todos estos años, y yo, ni por enterado. Yo, creyendo que contaba con una sola amenaza factible frente a mis ojos. ¿Sabía usted que hice a Hadid my best man solo para probar su lealtad hacia mí? I’m so fucked up, doctora. Necesito que me ayude. Hasta siento celos de mi propio hijo, con eso le digo todo. ¿Por qué esa maldita acta matrimonial lo corrompe todo? Hasta ahora, no me había preocupado tanto por perder a Brenda desde 1998, cuando lo del episodio de mi cumpleaños.

La convivencia, doctora. Eso es lo que jode a los matrimonios. O no, más bien es lo que iluminó aquello que estaba en penumbras. Me sacó de mi ilusión megalómana de que Brendita fuera demisexual. Y cuando digo, demisexual, me refiero a que solo habría sido capaz de tener sexo conmigo, ¿sabe?, porque me ha amado desde que tenía doce años.

Y es que me di contra el piso cuando reparé en quién era mi mujer, en realidad. Y es mi culpa, en parte, por haberme creído, como dicen por acá, la última Coca-Cola del desierto con ella. La verdad es que nunca he sido indispensable en su vida, doctora.

Y eso es lo que me aterra.

 Es increíble darme cuenta de que llevaba enamorado de esa mujer por casi veinte años y nunca habíamos pasado más de un fin de semana juntos como pareja. Debí pensar en eso, antes de casarme con ella. Durante nuestro compromiso, Nathaniel no se portó muy bien que digamos. Solo me permitía –I hate to admit it– quedarme en el departamento que compartía con su madre, which is my property, by the way, hasta cuando a él se le venía en gana.

Su técnica para echarme con altura era simple y la había utilizado antes: bombardeo de mensajes hacia Brendy con cualquier pretexto estúpido; por ejemplo, que le compre comida (el truco de siempre); que dónde está alguna prenda de ropa indispensable (a su criterio); o que se sentía enfermo. Y el clásico cliché empleado para cuando todo lo anterior fallaba y se quedaba sin ideas; esto es, que a qué hora se largaba su papá.

Poner a Nathaniel de mi lado me ha costado, doctora. Usted no sabe cuánto y digamos que, para conseguirlo, tuve que recurrir a todo un arsenal de elecciones políticamente incorrectas de las que Brenda, por supuesto, no tiene la menor idea.

Aún así, todavía no estoy muy seguro de si lo he convertido en mi aliado, porque con ese muchacho no se puede estar seguro de nada. Quizás aún no se ha resignado, del todo, a su desplazamiento de la manada a la posición de beta. Pero, tendría que aceptarlo, en algún momento.

No sé, todavía, si ese momento ha llegado.

Sé que le hice una promesa a Nathaniel, inmediatamente luego de establecer mi compromiso con Brenda: respetar a su madre hasta el día de la boda. Pero, la palabra respetar tiene demasiadas connotaciones, doctora. Y, usted sabe, la ambigüedad es el terreno fértil para la cualquier cosa, como se dice por acá. Cada día asumo más a fondo mi papel de capitalino, ¿cómo le parece? Hasta hablo como uno de ellos.

Si por respeto se refería a que me cogiera a Brenda con un mínimo de cortesía, pues, a eso mismo me dedicaba. Al menos, hasta antes de la boda. Y es que, si Nathaniel supiera la totalidad de razones por las que le pago a usted, doctora, habría cumplido ya su promesa de asesinarme. Menos mal que siempre se puede ir a Harvard a molestar a alguien más, aparte de mí.

Aunque, a veces pienso que, de haberse quedado mi hijo con nosotros en La Capital, nada de esto estaría pasando y Brenda no me tendría en el concepto que me tiene hoy en día, aunque, probably, la amplitud de nuestro bagaje sexual se habría reducido de forma considerable.

En todo caso, it was the price we had to pay para salvaguardar la armonía doméstica. Y las apariencias, claro.

¿Con cuántos hombres ha compartido lecho mi esposa, en el pasado? No me corresponde a mí formular esa pregunta. ¿Con qué derecho? A una mente neurótica como la mía, sin embargo, le tienen sin cuidado mis reparos morales.

Nadie me quita de la cabeza que Hadid es uno de ellos; pero, por supuesto, no tengo manera de comprobarlo. Y está ese Alexis, que no sé si es el mismo que la llamaba o le mandaba mensajes en la madrugada. Fuck! Odio tener que darle la razón a mi hijo, pero estaba mejor cuando pasaba la noche en mi penthouse. Así no me enteraba de nada.

Hay otra cosa de la que me arrepiento también: de haber subestimado a mi Brendy. De haber pensado que no podía conseguir a nadie aparte de mí. De que sería incapaz de olvidarme con cualquier guy, cosa que, por lo que veo, no está muy lejos de ser una imposibilidad absoluta. De estar convencido de que se encuentra totalmente inhabilitada de ponerme los cuernos porque, entre otras cosas, ni quiere ni puede. Pues, wrong, again, doctora. Ni Brendita es una incel en versión femenina, ni carece de pretendientes que le hagan la corte, como mi infinita petulancia me hizo creer durante tantos años.

Y ahora me tocó pagar el atrevimiento.

El matrimonio no hizo que se detuvieran, se lo aseguro. Mi esposa silencia el celular por las noches y desactiva el wifi, desde esa vez en la que un desubicado nos despertó en la madrugada, borracho, para dedicarle alguna canción que no avancé a escuchar porque ella tuvo la deferencia de cortar la comunicación antes de que eso sucediera.




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