Instrucciones para restablecer el Destino

64 | Open Door Policy

Tercer obstáculo para la felicidad de mi matrimonio: Nathaniel.

Well, that was predictable, right?

¿Soy un monstruo, acaso, doctora, por pensar así? Todo es mi culpa. Por haberlo abandonado, por mimarlo en demasía cuando era un crío y durante un mes al año. Por haberle aconsejado que no fuera como yo, que viviera la vida, antes de saber que aquel consejo se pondría en mi contra y que lo utilizaría against me.

¿Sabe usted las que Brenda y yo hemos tenido que pasar por culpa de ese muchacho? ¿Las vergüenzas a las que hemos sido sometidos, en el ámbito público y privado porque mi hijo es incapaz de mantener su adolescente dick en sus pantalones?

Sí, doctora. Cuando la gente comenta sobre la tendencia de nuestro hijo a, ¿cómo decirlo?, al poliamor unilateral, que es notorio y se manifiesta en cada círculo social al que ese chico pertenece, mi esposa no puede evitar justificar su vocación exacerbada por reclamar el amor que las chicas le procuran de forma tan gratuita, bajo el eufemismo de que es demasiado extrovertido.

Nada que ver con Jordan, dice Brendita. Y, por supuesto que tiene razón. También solía ser un imán de mujeres en mi juventud –e incluso hoy, y no es por pavonearme–, pero primero me mato antes de tener que hablar a todas, o abrazarlas o, peor aún, hacerles la conversa. Mi hijo, bajo el pretexto de su temperamento carismático, no acostumbra a dejar títere con cabeza. Y eso me ha costado más de una amenaza.

No comprendo por qué no puede ser más selectivo. A diferencia de mí, él prioriza cantidad sobre calidad. Cuando le dije que aprovechara su juventud mejor que lo que yo pude, no me refería a eso, precisamente. I mean, no de forma tan literal y con tanto ímpetu.

Me gané una amonestación en la embajada por ese niño. Resulta que un tipo, un padre de familia del colegio, burló la seguridad del edificio y se adentró hasta mi oficina con el propósito de amenazarme. ¿La razón? Nathaniel le había prometido a su hija algún tipo de acuerdo que implicaba sus favores sexuales a cambio de una fidelidad que nunca obtuvo, y me plantó tal puñetazo en la cara que me rompió el labio inferior. Sí, doctora, puede ver todavía la cicatriz, aquí abajo, ¿se nota? Nevermind.

After all, I really care about my son. Claro que lo quiero, doctora, cómo no hacerlo. Es el hijo de la mujer que amo y mi vivo retrato. Suficiente para amar a cualquiera que cumpla con los dos requisitos. I wish him all the best. Y lo mejor para él es que se contenga las ganas, doctora, o va a terminar repitiendo mi historia y la de Brenda.

No quisiera verlo cargando con un hijo cuando todavía es un adolescente. Ahora que está en Harvard it’s not my business anymore. Pero por 2017, cuando todavía vivía con nosotros, necesité apersonarme de su… problema. Brendy decidió no involucrarse, y adujo que se trataba de cosas de hombres frente a las que ella no tenía ninguna experiencia como para intervenir. Ya había hecho lo suyo y había perdido. Era momento de que yo ejerciera mi paternidad más allá de la obligación de manutención y del saludo matutino con mi hijo.

Me pareció un trato justo, de modo que bajé la cabeza y acepté sin chistar.

Solo que no sabía en lo que me estaba metiendo, en realidad.

 

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Sé que en algún momento le comenté que, a veces, se hace necesario llevarse determinados secretos a la tumba, con el fin de evitar problemas mayores que, incluyen, entre otras cosas, una catástrofe de proporciones bíblicas. Esta máxima se aplica, en especial, en las relaciones de pareja. Las pendejadas que Nathaniel ha cometido y que me ha tocado socapar han llevado, sin embargo, el concepto de secretos familiares hasta sus últimas consecuencias.

Todo sea porque Brendita no me deje, como correspondería, en aras de alguna justicia poética. And, just for the record, I regret nothing.

No fui lo suficientemente transparente cuando me referí al episodio del puñetazo del padre de familia en la embajada. Of course que fue culpa de Nathaniel, lo acepto. Pero yo también tuve mi parte. Lo que le conté hace un momento fue tan solo la versión oficial, de cara a Brenda, para que sintiera compasión por mí y no nos echara de la casa.

Digamos que, en 2017, a punto de graduarse del colegio, a Nathaniel se le dio por adquirir un sentido de la urgencia que se tradujo en la compulsión de hacerse del mayor número de compañeritas que había dejado pasar por jugárselas al exquisito, en su intento fallido por parecerse a mí, durante mi infame etapa de padre abandónico.

Pero, con daddy & mommy en casa, parecería que mi hijo dio por fin rienda suelta a su verdadera personalidad. Nunca había sido un santo, pero sé que se contenía. Para no darle dolores de cabeza a su madre, supongo. O tal vez se escondía bien, lo que ocurriera primero.

Al menos, en eso, debo reconocer que mi hijo no es tan mala persona como yo.

Ahora, sé que usted no está aquí para condenarme, pero, igual, se lo ruego: don’t judge me. Digamos que lo que hice fue por el bien de Nathaniel y Brenda y que lo volvería a hacer, si fuera necesario.   

No me pregunte el nombre de la chica, nunca me he tomado la molestia de memorizarlos. Su apellido, por otro lado, se me quedó grabado en la memoria gracias al golpe que su padre me propinó en la jeta. Y me lo merezco, damn it!




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