Instrucciones para restablecer el Destino

77 | Un acuerdo entre pares

No sé por qué siento que busco su aprobación al hablarle de lo que le voy hablar, doctora. No se trata de eso. O tal vez, sí. Who knows? Últimamente no me siento en posición de analizar mis propias motivaciones.

Pero necesito explicarle, para que se me entienda. Para que no piense que soy un desalmado, un tipo sin más intereses que su propia satisfacción personal. ¿Sabe? El poliamor es, ante todo, un acuerdo entre pares. Yeah, I know, I know, no podría decirse que, a estas alturas, Brendy yo pudiéramos considerarnos pares, in stricto sensu. La asimetría de poder, lo sé. Lo entiendo. Pero somos esposos, y eso debería bastar.

¿Qué no basta? Pues, para mí, sí. No tengo tiempo para hilar fino.

No, doctora, no leí completa la Ética Promiscua. En lo absoluto. Tiene demasiadas páginas, y yo ya agoté toda mi paciencia en lecturas largas cuando cursé mi Ph.D. Y no me arrepiento de esta declaración. Leí lo que me convenía, para sonar, usted sabe, competente en lo que hablaba frente a mi esposa. That’s the kind of stuff you learn when se tienen demasiados títulos universitarios inmerecidos, como los míos.

Well, no lo dilataré más. Estos fueron nuestros tratos: Brendy y yo teníamos derechos y deberes. Los guardé en mi cellphone. Wait a second… aquí están.

Nuestros derechos eran los siguientes:

a) a ver a una sola persona a la vez, a la par de nuestra relación, a la que consideraríamos central, sin ningún cuestionamiento (¿lo ve?, desde ahí empezamos mal);

b) a pasar una noche cada dos semanas fuera de nuestra casa, se entiende que con ese vínculo secundario (nunca se nos ocurrió pensar en cómo íbamos a justificar esta mierda frente a Nath. But, whatever);

c) a proteger nuestra privacidad con esa persona; that is, a no tener la obligación de revelar al otro los… pormenores de nuestra relación con él o ella (goddammit!, si hasta da risa de leer esto);

d) a no ceder a las presiones del otro para que nos contara detalles sobre nuestra relación alterna (poor us!);

e) a intercambiar mensajes de texto, correos, interacciones simples en redes sociales, siempre y cuando se realicen con discreción y sin poner en evidencia la naturaleza de nuestra relación abierta frente a los demás, durante un período de tiempo que denominamos, para el efecto como… wait, what?, ¿horarios de oficina?; esto es, en todo momento que no vulnerara nuestro particular tiempo de calidad (this is so ridicoulous); y

f) a realizar o recibir llamadas telefónicas de nuestro vínculo secundario en business hours (claro, como si algo así fuera a suceder).  

Mientras que nuestros deberes fueron:  

a) no enamorarnos de nuestro vínculo secundario (the supreme stupidity, by the way);

b) participar al otro con quién íbamos a estar, en todo momento;

c) considerar a nuestro vínculo como un… how to say it?, elemento secundario a nuestra relación y, por tanto, prescindible;

d) no involucrarnos sentimentalmente con nuestro vínculo secundario (dígaselo a Brenda);

e) hacerle saber a ese vínculo cuál sería su lugar en nuestra relación (really?);

f) salvaguardar la privacidad de nuestra open relationship, manteniéndola en secreto frente al resto de personas, en especial, frente a, oh, my Goodness, frente a Nathaniel; y

g) usar protección frente a toda práctica sexual potencialmente riesgosa que lleváramos a cabo (well, creo que esta última es la única que tuvo siempre algún sentido).

 

La utopía que le acabo de describir se resumió, por supuesto, en una sistemática violación a las normas durante el período en el que se nos ocurrió aplicarla. Acabamos por inventar sobre la marcha maneras para burlar nuestros propios acuerdos, doctora, y para crear nuevas restricciones que no habíamos pensado en el momento con la sola finalidad de salvar nuestro trasero.

Sé que se lo estoy resumiendo de manera muy burda y que, en el futuro, tendré que referirme en profundidad a las experiencias puntuales que me llevaron, eventualmente, a acabar en terapia con usted, junto con mi esposa y mi hijo; pero preferiría dejarlo así, planteado, por el día de hoy, para que la próxima semana podamos hablar de ello con entera libertad.

Lo que sí necesito dejar por sentado, doctora, es que lo hice por nuestro bien. Sé que suena a excusa. Sé, también, que ni siquiera pretendo engañarla. Era eso o divorciarnos. Ese hubiera sido nuestro destino. Sé lo que habría pasado. Brendita me hubiese descubierto en la metida de cuernos suprema con Gaby o con quien fuera, la habría lastimado más, si cabe, que la primera vez o, incluso, que esta última vez. No hubiera tenido cara para disculparme, siquiera.

Y, en consecuencia, ella me habría dejado.

Y quién sabe lo que hubiera hecho Nathaniel. Tal vez, incluso, cumplir la promesa que me hizo en el 2014. Matarme y matarse él, tras lanzarse de un puente con mi cadáver a cuestas. Aunque el ego de ese chico es tan saludable que me es imposible, siquiera, visualizar la escena (la de su suicidio, que se entienda), aunque la de arrojar my bloody corpse al vacío sí me la puedo imaginar, y de forma bastante gráfica, por cierto.

¿Sabe? De toda la perorata escrita en The Ethical Slut, había un concepto que se me quedó grabado a fuego en este cerebro mío, el de honestidad emocional. Debí preguntar más, debí pedirlo, en lugar de esperar que se me leyera la mente. Debí dejar que Brendita me preguntara. Me da la impresión de que todo mi rollo existencial con mi esposa se debe a ello: a la ausencia total de honestidad. Emocional o no, eso no es lo importante.

Yo no leo la mente, vaya. Pero hay algo que se me escapó. El hecho de que mi Brendy no es como yo. El hecho de que ella, oh, Gosh… ella siente, quizás, mucho más que yo y que, por esa misma razón, para ella este jueguito del poliamor suponía un riesgo mucho más alto que para mí, a la hora de respetar nuestros acuerdos.




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