Instrucciones para restablecer el Destino

78 | Back to Gab

Ok, here we go again, doc.

I’m not in love with Gaby, comencemos por eso. La sola posibilidad es inadmisible. I’m in lust with her. Esa es una descripción más exacta de lo que experimento por ella. Y esta vez hablo en presente, para que no se diga que esquivo las consecuencias de mis actos.

¿Por qué? Well, first of alll, she’s hot. I mean, es muy diferente a mi nena. Es de las mujeres a las que no necesitas decirles que se sienten en tus piernas. Lo hacen, simplemente, sin pedir permiso ni perdón. Eso facilita las cosas, ¿sabe? Las facilita en serio.

Al menos, para un hombre como yo, que no está acostumbrado a rogar. Ni siquiera a sugerir, vaya.

Me gusta que ella sea quien lleve la voz cantante. Eso. ¿Qué quiere que le diga? Con Brendy todo es tan… unilateral. Creo que ella nunca ha tomado la iniciativa para, usted sabe. Pero Gaby, oh, Gosh, Gaby sabe lo que quiere y no tiene miedo en pedirlo. O en exigirlo, vaya.

Y eso me facilita la vida.

Como sea, ya estaba un poco harto de… de pedirle cosas a Brendy. No le repetiré qué. Sería de mal gusto. Pero creo que entre nosotros nos entendemos. Y Brendy es dócil, no lo niego. Pero, incluso a veces, eso saca de quicio. Quisiera que se rebelara, damn it!, en algún momento de nuestra vida sexual. Pero eso jamás ha ocurrido.

No sé por qué me regodeo mientras pienso en el pasado con Gabriela. Ella ya no está conmigo. Supongo que no se volverá a repetir lo de los dos. Y fue mi culpa.

Luego de quedar en paz, a medias, con mi esposa, con esto del acuerdo entre pares, le escribí. Lo sé, no dejé ni siquiera enfriar el cadáver de nuestra relación monógama para hacerlo, qué se le va a hacer. Nunca tuve respeto a nuestro matrimonio durante esos días. Soy un asco. Pero de eso se trata la terapia, ¿no?, de aceptar nuestras propias repugnancias.

Sobrellevarlas es otra cosa, sin embargo.

Contrario a lo predecible, esa vez Gaby no aceptó encontrarse conmigo. Lo que era raro, porque nunca se negaba. Y ahí radicaba su encanto. El hecho fue que estaba con alguien más en aquel momento. Mi arrogancia ciega propició que nunca considerase esa posibilidad. Como si ella permaneciera en alguna especie de domo del placer destinado solo a esperarme, creí de forma ingenua que Gabriela estaría disponible para cuando la necesitara.

Pues me equivocaba.

Mi plan se quedó sin piso. La verdad es que, si no tenía a Gaby, no quería a nadie. No sé por qué le digo esto. Ah, claro, estamos en terapia. Busqué sustitutos en vano, you know, para aparentar frente a mi esposa que estaba ejecutando mi papel de poliamoroso consumado.

Me marchaba un viernes cada quince días al Bleu para ver qué cazaba (es un decir). Pero lo cierto es que estaba tan metido en mi papel de presa que me era imposible conectar con ninguna mujer que me prestara la más mínima atención, o que no lo hiciera. Me vi, en consecuencia, incapacitado de dar el primer paso.

Y estaba tan avergonzado de no poder ejercer aquel performance que me dediqué a pagar una habitación de hotel para fingir que pasaba la noche con otra mujer. Era patético, pero así fue. Brenda no me esperaba la mañana siguiente, en el desayuno, como suponía. Se levantaba temprano y, para la hora en la que yo llegaba, ya habían comido y hasta levantado la mesa.

Nunca me preguntaba nada, y podía notar en su silencio el resentimiento. Ella, por entonces, tampoco tenía con quién salir, supongo. Tal vez eso la enojaba. No estar a la altura de las circunstancias. Si Brendy supiera la calaña de pésimo perdedor con quien está casada, quizás hasta se habría confortado.

Pero yo nunca tuve el valor de transparentar mis debilidades frente a ella. No, las de esa naturaleza.

Tampoco me encontré a Gaby en el Bleu, de casualidad, como se hubiera supuesto. Sino que contestó mi mensaje tres semanas después. Can you believe it? Se dio el lujo de dejarme en visto por casi un mes. Y yo fui lo suficientemente loser como para contestarle enseguida. Es que lo verbalizo y no lo creo. Supongo que, recién ahora, en retrospectiva, entiendo por qué todo degeneró en lo que degeneró. Gaby intentaba vengarse de mí. Eso. Esa era toda la cuestión.

O tal vez soy yo quien se da demasiada importancia frente a ella. Who knows?

Acudí a su casa y, como era de esperarse, no estaba sola. Pero lo que encontré no solo burlaría uno de los principales deberes de mi relación poliamorosa con Brenda, sino que, para mi desgracia, me impediría tener sexo con ella, aquella vez.

Gaby se encontraba acompañada de un tipo, un tipo cualquiera; usted sabe, ni fu ni fa. Se supone que era su vínculo primario. Y que, por supuesto, el actor invitado era yo. Se esperaba de mí algún tipo de práctica bisexual que mi efímera relación con Christian Abadid había sugerido en el pasado, pero que jamás llegó a cuajar.

En consecuencia, no pude. Quedé imposibilitado de jugar a dos bandas. Gaby me propuso esto, como contraparte: que llevara a Brenda a su casa, que nos divertiríamos los cuatro, y que no me arrepentiría.

Aquello, por supuesto, no estaba entre nuestros tratos. Pero no dije que no, porque sabía que, si me negaba, no la volvería a ver. Y obvio que nunca le dije nada a mi esposa, porque me habría valido el divorcio. O tal vez no, no sé.

Ya no sé nada.

La engañé como solo un tipejo como yo podría engañarla: cena para cuatro, en casa de ella. Le dije a mi esposa que se trataba de algo así como un encuentro de aclimatación, y que todo saldría bien si nos comunicábamos los cuatro, primero.

Al principio puso el grito en el cielo, la pobrecita. Ataque de llanto incluido. Después lo pensó bien, durante días (tres, para ser exactos, porque los conté), y acabó por aceptar.

Mejor me hubiera valido que nunca lo hiciera.




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