Instrucciones para restablecer el Destino

79 | Pseudo swingers

Demisexual, doctora. Ese es el término que utilizaría para definir a mi esposa. Eso lo sabía desde antes, vaya. Se lo dije a usted, si no me equivoco, hace no mucho. Siempre lo supe, pero, de forma conveniente, se me olvidó. Y, ¿sabe lo que significa? Que mi esposa solo puede tener sexo con quien tiene un vínculo afectivo. La receta perfecta para el desastre, don’t you think?

En especial, en lo que respecta al poliamor. A un poliamor de pacotilla, claro, como el que tenía en mente practicar yo. Polisexo, sería la palabra adecuada, pero ese término carece de la corrección política necesaria como para ser aceptado por la colectividad. De modo que, había que llamar freelove a todo aquello que me quedaba muy grande.

Para mí, que se entienda.

Sí, doctora, me estoy haciendo el duro. Sentir algo por Gaby nunca estuvo entre mis planes. Aunque, si me sincero, supongo que venía desde antes. Incluso, podría detectar desde cuándo: desde que ella me dijo, y cito textualmente “el poliamor es algo que un hombre como tú le debe al mundo”. Eso solo lo podría decir una escritora como ella.

Gaby es dueña de una sagacidad que no podría atribuirle a mi esposa, muy a mi despecho. Brendita suena graciosa cuando escribe. Gabriela, por otro lado, es letal. Y yo, autodestructivo. Así que, eso.

Por supuesto que experimenté algo parecido a los celos en cuanto la vi con su vínculo primario (odio esos términos tan burocráticos que se usan para referirse a su macho de turno). Pero eso es lo que a ella le gustaba, precisión en el lenguaje, como prefería llamar a todo lo que su hermosa boca despedía.

Rui, así se llamaba el fulano. Era músico, decía, aunque yo nunca había oído hablar de él. Tocaba en La Liebre, un café bar de mi antiguo barrio, que yo mismo solía frecuentar en años pasados y donde nunca lo había visto. Estaba claro que mentía, pero me daba pereza ponerlo en evidencia. Debí, sin embargo, poner un poco más de atención a su presunta insignificancia, en especial, en su continuo trato hacia mi esposa.

No lo vi venir, doctora. Se lo juro. Mi arrogancia me ciega en más ocasiones de las que estoy dispuesto a tener consciencia. Se veía tan inofensivo, tan insignificante, incluso, al lado de Gaby, quien hasta me atrevería a decir que lo mantenía. Patético, no entiendo cómo las mujeres pueden soportar algo así. Supongo que deberían estar desesperadas, y Gaby, la verdad es que merecía mucho más.

Y Brenda, ni que se diga.

La cena fue frugal, supongo que para que no nos cayera pesada. El vino, por otro lado, abundante. Le había pedido a Gaby que así fuera, para que a mi esposa no le diera pena desnudarse frente a terceros. La verdad es que no me hacía nada de gracia que ese fulano le pusiera un dedo encima, pero si íbamos a romper los supuestos tratos que ambos teníamos por escrito en nuestros respectivos teléfonos, valía que lo hiciéramos de la forma más bizarre posible. Hasta para agarrarle el gusto.

Quien resultó demasiado conversón fue Rui, y eso a Brendita le encanta. Ella es buena escucha, es su confort zone. Hasta nos dejó de mirar a Gaby y a mí de lo cómoda que estaba con aquel tipejo. Ahí fue cuando me empezó a dar algo. Aquello no estaba entre mis planes. No se supone que a mi esposa debería gustarle Rui. A ella le deberían gustar solo tipos como yo, o hasta como Hadid, vaya. Pero no aquellos.

Guys like him are totally out of her league, trust me.

Pero a mi esposa jamás le han llamado la atención sus, digamos, pares. Así que le hizo más caso del que hubiera querido aceptar y, en menos de una hora, ya parecían los dos más grandes amigos. Well, eso hasta podía tolerarlo, mientras no se escaparan de mi campo visual. Gaby, mientras, me hacía la conversa con yo no sé qué temas literarios que no podían tenerme más sin cuidado. ¿Olvidé decirle que me había hecho el culto solo para que no me mirara con malos ojos la primera vez? Pero la máscara se me cayó un poco más allá, cuando demostré que no había leído en mi vida más libros que los que la universidad me había exigido. Que eran muchos, no lo niego, pero que no los había leído por gusto, sino por obligación. Y, de la mayoría, unos cuantos capítulos sueltos.

Con ese bagaje forzado me defendía ante la testarudez intelectual de Gaby, que me resultaba charming, claro, pero, en realidad, hubiera preferido que se callara, para pasar a lo que vinimos. Para colmo, a ella se le ocurrió proponer un maldito juego. Gosh, somos demasiado viejos para eso. Yo nunca nunca, no es el tipo de retos que deseas hacer con tu pareja, believe me.

No me las quiero dar de chismoso, pero cuando se preguntó a los presentes si habían puesto el cuerno a sus esposos o esposas en el pasado, todos tomamos al unísono. Inclusive Brenda. Ni me miró a los ojos, solo se rio y se zampó la sangría hasta el fondo del vaso de vidrio. Parecía disfrutar del momento, de la confesión pública que me humillaba en serio.

Yo también tomé, claro. No es un secreto para nadie lo que le hice a mi esposa. Por eso no tuvo tanto impacto en los presentes. Pero lo de ella fue inédito. ¿Lo habría hecho solo para humillarme?, ¿o, en verdad me había puesto los cuernos en el pasado? Cuándo, cuánto y con quién, era la hilera de preguntas que no pude hacerle, porque aquello burlaría las reglas de ese estúpido juego.

Bueno, esa fue la primera revelación de la noche. La segunda, que mi esposa disfruta mucho que cualquier fulano la manosee, aunque la hubiera conocido una hora antes. That was new. Y, sí, obvio que tenía, hasta entonces, idealizada a mi Brenda. Pero, es que se lo merecía. O, al menos, that’s what I thought.

Sus gemidos fueron un plus. Eso sí que no lo vi venir. Ahí, recostada en el couch, con los pechos en la boca de ese infeliz. Así fue imposible disfrutar de nada con Gaby. Ni siquiera la regresé a ver. La tipa me manoteó, incluso. Tampoco lo sentí. Lo resentí luego, eso sí. Sobra decir que, para mí, al menos, los planes swinger se me fueron al carajo aquella noche. Y mi contacto con Gaby, ni que se diga.




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