Can’t believe I’m about to telling you this, pero es necesario hacerlo. Es obvio que me avergüenzo, porque, de lo contrario, le hablaría de esto como de cualquier otro error de mierda que he cometido hasta ahora con mi esposa. There are so many mistakes I regret for, pero este fue, sin duda, el segundo más grave error luego del episodio de Madelyn en el 98.
¿Cómo empezar?, ¿por dónde? Es que no tengo justificación para lo que hice. O, tal vez sí. Si hilamos fino, de pronto encuentre una excusa para todo.
Porque esa es mi especialidad, don’t you think?
Usted necesita saber que yo no encajo en el perfil de un maltratador. Lo sé, debería dejarle a usted decidir eso. Le hablo desde la culpa, no puedo evitar ponerme a la defensiva, porque ya me imagino qué cara va a poner.
Muy bien, empecemos.
Ocurrió porque Brendy irrespetó nuestros tratos de forma unilateral. En el pasado, nos habíamos cargado ya nuestros pactos. Pero estuvimos de acuerdo con ello. Aquella vez no ocurrió así.
Por eso me molesté, y me excité, al mismo tiempo. No sé si me entiende.
Con el tiempo, me he convertido en un buen stalker. Uno que no se entromete en la vida del otro, uno que solo observa, se enfurece en silencio, y regresa a su casa a rumiar sus celos y su frustración, a solas. Y luego, ya con la ira exorcizada, continúa con su vida.
Aquella noche me sobrepasó la furia y la indignación. Y fue porque, entre otras cosas, no lo vi venir. No pensé que Brenda sería capaz de hacer algo así. De humillarme en público.
¿Que por qué ocurrió lo que ocurrió? Porque estuvimos en el lugar y momento equivocados, con las personas equivocadas. En una de esas reuniones de mierda que Gaby solía brindar para sus amistades variopintas y a la que mi esposa y yo estábamos invitados por default.
¿El escenario? El mismo del 2015: la casa de su abuelo, el pintor famoso de la modernidad, ya fallecido. Rui nos “deleitó” con su manido repertorio de lugares comunes de la música popular romántica de las dos últimas décadas, más dos que tres temas de su cosecha personal. Un asco, déjeme decirle. Si no sabía cantar sobrio, no se diga borracho.
Pero, por alguna extraña razón, a mi Brenda parecía tenerle sin cuidado este hecho. Sucedió ahí, en la misma sala en la que, tres años antes, había cargado a mi mujer sobre mis piernas y la había curado de sus traumas. Lo consideré algo así como un sacrilegio. ¿Qué cosa? Pues el haber profanado nuestro lugar sagrado.
Nunca le perdonaré el dedicarse a mancillar nuestros recuerdos al amparo de ese patán.
¿Qué le veía, doctora? No tengo la más mínima idea. Supongo que, en condiciones normales, jamás habría salido con él. Rui es pobre, jamás habría podido brindarle la seguridad económica que yo he sabido proveerle, y me consta que, para ella, esto es muy importante.
Le hacía caso porque sabía que las cosas no podrían nunca pasar a nada serio. Él era su entertainer personal, por decirlo de algún modo. Aun así, yo lo consideraba una amenaza.
No debí permitir que tomara, pero, como yo también andaba despechado, para cuando me di cuenta de que había bebido más de las dos copas de vino reglamentarias ya parecía demasiado tarde. Gabriela y yo ni siquiera hacíamos contacto visual, mientras que Rui y Brenda se cagaban de la risa en algún diván de la colección privada del difunto abuelo.
Se habían apartado del resto. Él la tomaba de la mano, le toqueteaba la rodilla. Ella se dejaba. Gaby, por otro lado, me ignoraba de forma olímpica, entretenida como estaba en atender a sus invitados. Creo que hasta le aliviaba un poco el hecho de tener que quitarse de encima a semejante vividor.
Hablo del Rui ese, por supuesto.
Ahora, me correspondía hacerme cargo del muerto, porque nadie más lo iba a hacer.
Ok, let’s face it. Brendita estaba ilusionada con ese idiota. Yo no diría que enamorada, porque ese statement habría sido risible, cuando menos. ¿Ve?, ahí está mi ego, again, jugándome una mala pasada. Aunque, para el efecto, daba exactamente igual.
Una parte de mí necesitaba saber qué tan lejos estaban dispuestos a llegar en mis narices. Y en las narices de los demás. Eso, doc., eso era lo que más me incomodaba. Por lo menos la mitad de los invitados tenía conocimiento de mi matrimonio con Brenda. That was the fucking problem. Había que intervenir, en consecuencia.
Mi sentido del ridículo suele estar siempre muy afinado. Aquella noche no fue la excepción. Me correspondía valorar qué me pesaría menos: dejar hacer a la parejita o intervenir de la manera más diplomática posible, para que nadie se diera cuenta de que armaba una escena de celos. Elegí lo segundo, porque sabía que lo primero, a la larga, solo habría dilatado la agonía.
Sin preguntar, sin saludar y tras omitir toda despedida, tomé a mi esposa del brazo y la llevé hasta el auto. Como a Brenda también le interesa guardar las apariencias, se opuso lo menos posible y me facilitó la tarea. Nunca vi al fulano y, a juzgar por su total falta de resistencia, inferí que mi esposa le importaba una mierda. Y me alegré de este hecho.
No sé si fue el fresco de la media noche, pero, al entrar al auto, ya no era la misma persona de unos momentos atrás. Tampoco me acuerdo de cómo llegamos a casa sin chocar. De lo que sí tengo memoria es del silencio de mi esposa, de su quedarse quietecita, que es lo que solía hacer cuando me enojaba. Era algo así como su defense mechanism, algo así como hacerse la muerta.