Instrucciones para restablecer el Destino

82 | Intelligence Gathering

Sin nuestro hijo como cable a tierra, doctora, todo se dislocó entre Brenda y yo. No tiene idea de lo que a mi orgullo le cuesta admitir lo que le acabo de decir. Con su presencia, habría sido imposible que, por ejemplo, me hubiera dedicado a azotar a mi esposa hasta hacerla llorar durante toda la noche, en plena sala, o en la cocina, o atada a las tuberías del laundry room. Sorry por ser tan gráfico, pero, necesito que se me entienda.

Perder la noción de mis límites no es algo que ocurra con suma frecuencia, pero, cuando pasa, pasa en serio. Supongo que Brendita estaba aterrada, o le gustaba, no lo sé. Nunca hablamos de ello. Quisiera saber qué pensaba sobre ese tipo de faenas.

Dejamos aparcando el poliamor por un rato durante esa época. O, al menos, yo. Rui debía quitársele de la cabeza a Brenda, no importaba cuántas nalgadas tuviera que propinarle para que eso ocurriera.

No había nada que yo pudiera hacer durante mis office hours. Salvo confiar en que mi esposa me había dado su palabra de que no le volvería a escribir. A cambio de ello, yo le prometí lo mismo, pero con Gabriela.

Fue un sacrificio que me vi obligado a hacer para salvar mi matrimonio que parecía desmoronarse por culpa de ese pendejo.

Gaby, de armas tomar, escribía primero y escribía después. Nunca más le contesté. Me hubiera gustado, pero nuestro trato estaba hecho: quid pro quo, me había exigido Brenda. Si ella dejaba a Rui, yo debía dejar a Gabriela.

Supongo que a esa mujer nadie en su vida le habrá hecho ghosting. De ahí que la avalancha de su ira se tradujo en el bloqueo definitivo de mi número y mis social networks. Me gustaría decir que lo lamenté mucho. Pero en ese momento tenía otras cosas en la cabeza. Digamos que lo siento ahora, mucho más, en retrospectiva, que en aquel momento.

Una mañana, mientras Bren tomaba la ducha matutina, quise cerciorarme de que las conversaciones con Rui habían cesado. No pude, mi mujer había cambiado la contraseña del teléfono. No le sabría decir, con exactitud, lo que me pasó en ese momento. Ira, temor, celos, miedo. Eso último: miedo. Mi rastreo de ellos había llegado a su fin.

Ahí fue cuando comenzó la debacle. Le hablo de mi obsesión. No saber es mucho peor que saber. Ahora lo tengo claro. Antes, al menos, hasta podía rastrear las historias de Rui para que pensara que era Brenda quien lo stalkeaba. Ahora me tocaría a mí crearme una cuenta falsa para hacerle un seguimiento. Estoy consciente de que esto que le digo no tiene ningún sentido, but, it seemed like a good idea at the time. Persiguiendo al tinieblo de mi esposa a mis cuarenta y tres años. No parecía ser el colofón más deseado de mi madurez.

Pero, ¿de qué madurez hablo, for God’s sake?

No sé muy bien cómo pasé de ser un stalker inofensivo a uno realmente creepy. No me pregunte cómo averigüé que Rui no era su verdadero nombre, porque quizás hasta fue ilegal obtener ese dato. Pero mis influencias no alcanzaron tanto como para dar con su real name. Eso imposibilitó las cosas. Tuve que conformarme con seguir sus cuentas artísticas e intentar encontrar en ellas algo que utilizar en su contra, para que dejara en paz a mi Brendy de una buena vez.

Esta era la idea que tenía de ese tipejo: intentaría seducir a mi mujer (bueno, ya lo había hecho), para sacarle plata. Y eso era todo. No tenía más. Soy tan arrogante que no se me pasó por la cabeza que tal vez Rui gustaba de Brenda en realidad. Por entonces (no fue muy atrás en el tiempo), no concebía que alguien pudiera aficionarse a mi esposa sin más.

Las mujeres angelicales tienen un fandom considerablemente menor que las hot, don’t you think? Brendita pertenecía al primer grupo, al menos, hasta que entraba en confianza. Por otra parte, se la veía vulnerable. Eso la hacía presa fácil de depredadores. Si lo supiera yo. Necesitaba indagar quién carajos era el músico ese para estar seguro de que, al menos, a mi esposa no se la estaba cogiendo un abusador narcisista.

Lo visité en La Liebre, hablé con los dueños. Me supieron explicar que hace meses que no frecuentaba el lugar. No hubo ningún problema, solo no llegaron a un acuerdo económico. Bien, eso me decía que era un tipo al que le importaba el dinero. ¿Ambición o necesidad? No tenía los elementos necesarios como para juzgar su motivación.

Lo que me interesaba era averiguar su pasado. Debí recurrir a Gaby para ello. Acudí a su casa. Lo que es equivalente a que vulneré, una vez más, mis ya de por sí descabellados acuerdos con Brenda. Ella no debería enterarse de esto, bajo ningún concepto.

Aunque, a juzgar la forma en la que Gabriela me recibió, hasta creo que se hubiera alegrado. Al menos, si hubiese presenciado el primer acto.

Gaby podía ser muy badass cuando se lo proponía. Y, cuando no, también. La verdad es que hasta daba un poco de miedo. No soy un hombre que se intimide fácilmente con las mujeres. Por lo general, son ellas las que se apocan conmigo o frente a mí. Pero no ella, ella nunca.

Gabriela tenía siempre las palabras exactas, en especial para herir, cuando le daba la gana. Y eso era parte del encanto, también. Soy un poco masoquista, vaya. De modo que no me costó tanto aguantar sus reproches y acallarlos con un beso, a decir verdad, un tanto melodramático. Pero a Gab le gustaba eso, decía que formaba parte inherente de su educación sentimental. Un “amor”, por decirlo de algún modo, de telenovela mexicana. Ni más, ni menos.




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