Instrucciones para restablecer el Destino

83 | Confrontation and priorities

I know it’s not my business at all, doc.; pero, igual se lo voy a preguntar, un poco como para romper el hielo: ¿alguna vez se ha visto en la obligación de confrontar al amante de su pareja? Yo sí. No me quedó de otra. Era eso o perder a Brenda.

I’m a proud man. Esa afirmación es de por sí innecesaria a estas alturas. De modo que está de más decir que lo que me vi compelido a hacer se encuentra totalmente fuera de mi performance habitual, caracterizado por la sana distancia emocional sobre cualquier tema concerniente a los intereses erótico-amororosos de mi esposa.

Pero Rui… damn it, Rui parecía estar en otro nivel. Parecía pertenecer al Olimpo de los amantes de Brenda. En el pasado, había intuido jerarquías para todos ellos: estaban los ocasionales, que me los inventé yo, por cierto, porque mi nena no es de las de usar y tirar a los hombres, ¿sabe? En medio de todo, yo diría que Brendita hasta tiene escrúpulos; y estaban los de planta, por decirlo de algún modo. Aquellos tipejos que habían orbitado a mi reina desde que se me ocurrió abandonarla. No eran pocos, para mi desgracia, pero los tenía bien ubicados.

Me enteré de su existencia en medio de algunas conversaciones para negociar nuestros acuerdos poliamorosos. Antes, ni siquiera se me habría ocurrido que mi nena tuviera ese tipo de… recorrido.

Además, nunca se me habría pasado por la cabeza que un hombre como yo tuviera que hacer este tipo de diligencias. Pero supongo que el karmazo me alcanzó también, como lo había hecho en otras ocasiones, e incluso hasta con más virulencia.

Una vez que me enteré de los antecedentes del amante de mi mujer, no me quedó de otra que caminar la ciudad (es un decir), para darle alcance. Sobra decir que Rui frecuentaba lugares en donde para mí hubiera sido prohibitivo habitar ni por un segundo sin que mi integridad –y mi reputación– se pusieran en entredicho.

En la zona rosa de la ciudad, lugar degradado y cooptado por la clase media-baja, una incipiente marea de gente proletaria con ínfulas de querer divertirse en los sitios de moda y el contingente lumpen que habita toda metrópoli latinoamericana. Bien, pues ahí es donde me tocó meterme para dar cacería a ese pendejo.

O para acecharlo, al menos.

Ir a buscarlo a su casa habría sido too much. Además, que se supiera, en esos momentos vivía con Gaby, pero mantenía, por supuesto, un espacio en su lugar habitual, con sus hermanas. No voy a opinar sobre eso.

Para colmo, era mucho más joven que todos nosotros, por lo menos unos diez años.

Quizás fue su edad la que me hizo perdonar el hecho de que considerara a mi mujer su side hoe. Digo, a inicios de tus treintas, cuando se supone que ya deberías pensar con cierta madurez, resulta que estás más perdido que nunca. No se podía ser tan desalmado con aquel atenuante.

Para no parecer un total psycho, permanecí atrás en la barra de El Pobre Diablo, lugar medio decente en donde tocaba esa noche, hasta que se desocupara. Mi plan nunca fue armar una escena, geez, pero, si se ponía impertinente, se haría necesario emplear otro tipo de estrategias de disuasión.

El diálogo fue más corto de lo que esperaba, a decir verdad. Me dejó con ganas de más. De drama, vaya. Me dijo que sí a todo. Era evidente que mi esposa no le importaba una mierda. Y le diré que le importó menos cuando se enteró que el origen de sus comodidades económicas era yo. Y que, de perderme a mí, también las perdería a aquellas. Creo que ese fue el punto de inflexión para que se… quebrara. Obviamente, estoy exagerando.

No se quebró nunca. Debo reconocer que ese muchacho es de piedra. En mis prejuicios, lo había imaginado híper sensible, un artista consumado y entregado a las drogas blandas para quien las mujeres significaban algo más que un acostón de medianoche. Bullshit.

Gaby también fue otro tema de conversación. Al parecer, era ella quien, en realidad, tenía madera de su musa personal, mucho más que mi mujer. En realidad se preocupaba por ella; eso era evidente. Y le preocupaba yo, además. Rui estaba consciente de que no podía competir conmigo si se trataba de ella, y me pidió que, por lo que más quisiera, le dejara algo. Porque a él se le hacía un poco más difícil que a mí conseguir a una mujer como ella o como Brenda.

Encontrar su punto débil resultó ser más obvio de lo que me imaginaba, pero nunca se me pasó por la cabeza que Rui podría sentir algo en serio por Gabriela. No entiendo muy bien por qué. Mis prejuicios, tal vez, me jugaron una mala pasada, nuevamente.

Como diplomático, mi trabajo consiste en hacer tratos con gente con la que, de otro modo, ni siquiera regresaría a ver –o viceversa–. Consideré que my job skills quedarían de perlas en esta ocasión, y había que aprovecharlas.

El mocoso pedía demasiado. Dejar de ver a Gaby forever, a cambio de dejar en paz a Brendy. Well, ya mi relación con su mujer estaba bastante dañada por entonces. Probably, ella no querría verme nunca más, de cualquier manera. But, you know, siempre se mantiene una ventana abierta, no sé, un atisbo de esperanza en cada relación echada a perder.

Aceptar su… oferta, habría sido cerrar esa ventana para siempre. Y, debo serle sincero, doctora. Me dolía pensar en esa sola posibilidad. Love is complicated, but lust, eso sí que opera a otro nivel.




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