Instrucciones para restablecer el Destino

89 | Enamoriscamiento

A veces, una no tiene ni idea de lo que ocurre. A veces las cosas solo pasan sin que una se dé cuenta. Los acontecimientos le suceden a una y le atropellan sin que una repare en ello.

Y yo no me enteraba de nada.

El sexo virtual no se me da bien. Pero Rui y yo nos esforzábamos para que fuera tan decente como para evitar avergonzarnos de lo que habíamos escrito, tan solo minutos después de haber cortado nuestra comunicación.

Me entretenía leyendo nuestras conversaciones, incluso aquellas que inauguraron nuestro intercambio virtual. Podía pasar horas entretenida en leerlas y escucharlas (aunque entretenida no es la palabra que busco).

Las lecturas y escuchas se transformaron pronto en detonantes de mis fantasías. Sin querer, soñaba con él, despierta o dormida. Y debo decir que mi imaginación, cuando se lo permito, puede llegar a ser exuberante.

Esa no era una buena señal. Era una señal de alarma, por todo lo alto. Pero, por entonces, picada como estaba por el enamoriscamiento de Jordan por Gabriela, no me dediqué, con la exactitud que ameritaba, a medir mis acciones para evitar desbordar mis sentimientos, como solía hacer en el pasado.

Al contrario, les di rienda suelta. Y en menos de un mes ya me encontraba perdidamente enamoriscada de mi amante.

Y no digo enamorada, ojo. Esas son palabras mayores. Pero creo que de eso ya he hablado en el pasado.

Pronto, las fantasías sobre Rui tomaron cuerpo. Me sorprende la rapidez con la que desplazaron a las de Jordan. Aunque, si he de ser sincera, ahora que Jay era mi marido ya no necesitaba fantasear con él. Lo tenía en mi cama y bajo mi techo.

La mente quedaba libre entonces para imaginar. Se trataba, quizás, del único bastión que mi marido no había colonizado en mi vida. O que, aún luego de haberlo hecho, se propició su retirada. No sé si por su voluntad o por su descuido. O de plano, por su estupidez.

Es necesario que se sepa que yo no puedo vivir con mi mente ocupada en algo más que no sean ensoñaciones. Una imaginación deberá, por fuerza, suceder a otra. Tomar su lugar, porque mi mente detesta el vacío y necesita llenarlo, como sea y con quien sea.

En especial, con un hombre a quien desear. Con uno a quien caer rendida.

No sé si les he dicho en algún momento que me considero demisexual. Con lo dicho, habría sido inevitable no enamoriscarme de mi amante virtual, de sus palabas, de su acento del Cono Sur que se colaba, incluso, en su escritura. De sus descripciones detalladas de lo que me haría si me tuviera enfrente de él, en el preciso momento en el que escribía. En la calle, en el metro, en algún bar, o en su cama.

Me habría gustado decir que su verbo era recíproco. Pero, la verdad es que a mí me cuesta y me ha costado siempre soltarme. Eso resintió nuestra, digamos, relación, supongo.

Todavía, luego de tanto tiempo, me resisto todavía en llamarla así. Porque nunca supe si lo fue o no, en realidad.

Él quería mantenerlo surreal. Yo no podía. Para mí todo era terreno, en especial, cuando se trataba de sexo.

Y ese era nuestro problema. Teníamos que llevarlo, de nuevo, al territorio de lo físico. Yo no deseaba otra cosa. Y tuve que decírselo, en consecuencia. De la forma más pasivo-agresiva que se me ocurrió, por supuesto.

–Necesitamos parar –fue como finalicé nuestra conversación–. No puedo seguir con esto.

–¿Por qué no?, ¿no te está gustando?

–No es eso… la verdad es que me gusta… demasiado.

Sí, por supuesto. Demasiado para mi propio bien.

–Y, entonces, ¿cuál es el problema?

–Que es frustrante. Ese es el problema.

–¿Frustrante?, ¿por qué?

–Porque no puedo tocarte –no sé de dónde saqué el valor para decirle eso. En el pasado, no sé, unas tres semanas atrás, habría sido imposible para mí escribir algo así. Ahora, esa declaración parecía una consecuencia lógica y natural de lo que llamo mi relación virtual con Rui.

­Silencio. Mucho silencio. Demasiado silencio.

Entré en pánico. No lo volveré a ver. No sabré nada más de él, a partir de ahora. Lo he espantado, lo he perdido. Soy una idiota, todo es mi culpa.

Todo era tan de vida o muerte por entonces. Me pasa así cada que me enamoro o, al menos, que me ilusiono.

Y, para mí, ambos estados son uno y el mismo.

–Eso tiene solución –respondió, al fin. Habían pasado solo unos minutos. Lo verifiqué en el reloj.

–¿Cuál?

–Planeemos un encuentro de los cuatro.

–¿Nosotros?

–Y, sí. ¿Qué hay de malo con eso?

–Mmm… nada.

–Bien, pues. Se lo propondré a Gabriela, ¿te parece?

Gabriela. No contenta con querer bajarme a mi Jordan, también se cogía a mi amante. Hay mujeres que lo tienen todo. Gabriela es una de ellas.

–Yo le propondré a Jay que lo hagamos en mi casa.




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