Instrucciones para restablecer el Destino

96 | Tinderman

Confieso que fue mi idea, pero también confieso que fue lo que primero se me ocurrió. Una proposición ociosa, pues. Un diplomático como yo no debería estar en ese tipo de trances a sus cuarenta y tantos. Mi vida debería estar resuelta by now.

But, that’s how things are.

Tinder, vaya aplicación de mierda. No me detendré a explicarle cómo funciona porque no viene al caso. Solo le diré que está llena de canallas como yo, y que mi Brendy es demasiado para semejante mamarrachada.

Obvio que tuve cantidad de matches. Sueno arrogante por enésima vez, as usual, pero no tengo tiempo para humildades. No tiene idea de la cantidad de mujeres que bucean en aquel… lugar, por decirlo de algún modo, en busca de un tipo como yo.

No le mentiré al decirle que ayudó a restaurar mi self steem; bueno, restaurar no es la palabra que busco, ya que esta siempre ha gozado de buena salud, en términos generales; pero, you know, dados los acontecimientos ocurridos para esa fecha, me hacía falta una dosis de adulación externa.

Y vaya que la obtuve.

Decidí salir de mi confort zone. O sea, el mismo hecho de que un hombre como yo decida utilizar una app de aquellas para ligar ya suponía, de entrada, permanecer demasiado fuera de mi elemento.

Con cada like que daba me sentía un poco más loser, a decir verdad. I’m too old for this shit era mi pensamiento recurrente, toda vez que encontraba a mujeres demasiado jóvenes y demasiado bellas como para necesitar, en realidad, de una mierda de esas para ligar.

Luego de haber pagado piso con unas cuantas cuentas fake y de haber visto tutoriales en YouTube para dejar de meter la pata de manera sistemática, y de haberme sentido como un total perdedor de mediana edad, me lancé de nuevo, con conocimiento de causa, esta vez sí, para intentar encontrar un ligue más que fácil al menor costo posible.

Let’s face it, es más barato que acudir a los bares de moda y mucho menos comprometedor. Además, a Brendy no le hubiera gustado en absoluto mi regreso a las calles, como ella solía llamar a la época en la que intenté olvidarla a punta de levantes locales de la clase media capitalina.

¿Sabía que a las mujeres extremadamente jóvenes les pierden tipos como yo? Nunca han sido mi tipo, si le soy sincero, pero me sentí más que halagado al recibir sus super likes de manera reiterada. Su cercanía en edad con mis hijos fue lo único que me disuadió de contestarles. Eso, y mi reticencia a convertirme en el sugar daddy de cualquier pendejita con una fracción del cerebro de mi nena o de la mismísima Gaby.

Qué pereza, doctora, en serio. Quise tirar la toalla más de una vez. Y no me malentienda. Se trata de una aplicación práctica. Con cero romance y mierdas por el estilo. Con cero drama, intenciones claras y sin ambigüedades. Y muchos silencios, en consecuencia. De mi parte, of course. No tiene ni la menor idea de la cantidad de mujeres que buscan al amor de su vida en un tipejo como yo.

Descartar mujeres se volvió mi nuevo jueguecito virtual. En el que, por cierto, ya era un experto desde el actual world. Demasiado jóvenes, demasiado reinas, demasiado inteligentes, demasiado estúpidas, demasiado feas, demasiado viejas, demasiado buenas. Todas ellas parecían tener algo en exceso y carecer de mil cualidades más. A cada foto que pasaba, menor posibilidad de hallar a una contraparte digna de mí encontraba.

Sí, lo sé, I’m not worthy even of myself. Pero, dígaselo a mi ego. Contra él no puedo competir.

No recuerdo muy bien en qué punto renuncié a la idea de encontrar a una versión disminuida de Brenda o de Gabriela en esa dichosa aplicación. Tal vez fue cuestión de días, quizás semanas. El tiempo, esa variable que en el mundo real me pesa tanto, ocurría de manera irracional en las social networks.

No me había ocurrido nunca. Esto de disminuir al mínimo mis expectativas. Bueno, alguna vez le comenté que tengo un problema serio a la hora de elegir a mis, digo, a las mujeres que me acompañarán en la vida. Prometí que hablaríamos de eso, y creo que es la hora.

Por debajo de mi liga. Odio esa frase. No por lo cierta, que lo es, sino por lo arrogante que suena. Escucharla salir de mí resuena como un golpe supremo a mi ego. Me siento tan estúpido de solo pronunciarla. Entiendo a la perfección el lugar al que pertenezco, sé que formo parte de lo que mi esposa denomina, cada vez que se le salen sus ínfulas académicas, a la masculinidad hegemónica. Y que aquello me confiere determinados privilegios.

Uno de ellos es, sin duda, tener un abanico de posibilidades más que amplio a la hora de elegir a mis potenciales parejas o amantes. Y, ¿sabe qué pasa? Que siempre elijo a las equivocadas. E incluso Brenda es una de ellas. Quizás ella sea la equivocada por excelencia. El error capital de mi vida, pues, con el que debo cargar porque no me queda más remedio.

Le juro que si esto se desborda y Brenda se entera de lo que acabo de decir, me mato. Es un decir, por supuesto. Ya ni siquiera puedo mirarla a la cara ahora sin experimentar una profunda vergüenza por todas las cosas que le he hecho y le he obligado a hacer, como para que, ahora, se entere de esto.

Lo que le acabo de decir no puede salir de aquí, jamás.




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