Instrucciones para restablecer el Destino

97 | Una entrañable amiga de Europa del Este

No, doctora, no me refiero a Ludmila Lukova, que no estoy tan enajenado, vaya. Hablo de Yelena. Ese era su nombre. Digo, es su nombre, porque supongo que no se ha muerto, todavía. Esperemos que así sea.

 Su apellido impronunciable no necesita ser traído a colación. A esa muchacha habría que salvarla de sí misma, supongo. Pero no seré yo quien lo haga.

I’m not a good guy, after all. I’m a coward one, that is.

Decidí hacerle caso porque no se trataba de la elección obvia. No para mí, quiero decir. Rubia platino, baby-blue eyes, metro ochenta de estatura on heels. En fin, había visto de esas en America, pero su acento fue lo que me llamó más la atención que cualquier otra cosa. ¿Polaca?, ¿bielorrusa?, quién lo sabe y a quién le importa. Juraría que ni siquiera a ella.

Mi entrañable amiga de Europa del Este. Me recordaba a mí. Su torpeza era la mía a la hora de mezclar nuestros idiomas sin tener claros ni la entonación ni el contexto. Así era yo a los seis años, antes de que mi padre contratara a una lingüista para enseñarme a hablar con la propiedad capitalina que se esperaba del supuesto heredero de la embajada americana, ¡óigame decirlo!

Yelena nunca había tenido, por supuesto, el privilegio de contar con tutores privados para que le enseñaran a hablar en español, eso era evidente. Pero también fue parte de su encanto. Lo acepto. Me gustó más de la cuenta, y por entonces, una vez que tomé partido por el out of box thinking, me importó poco o nada averiguar sus orígenes y su background en general.

Nadie en los tutorials de YouTube menciona, por cierto, que elegir a lo loco era una pésima idea. Bueno, en realidad sí lo hacen, pero de pasada.

Yo digo que deberían recalcarlo lo suficiente, porque en eso se nos puede ir la maldita vida.

Hay algo más que me gustaba de ella: no hacía preguntas. Solo las necesarias, como para que la conversación no versara sobre tópicos tan insulsos como el clima and stuff. Esa charla de white-washed-geisha era de agradecerse, la verdad. Con las mujeres de paso evito, en lo posible, profundizar.

No solo porque es peligroso, sino también porque, en realidad, me estaría comportando como un gran farsante, y no me gusta prometer nada ni ilusionarlas en vano con algún interés que, para ser sincero, nunca estuve dispuesto ni a cultivar ni a hacer prosperar.

Por otro lado, parecía que a Yelena esto último le tenía sin cuidado. Muy raro, por cierto. Ahora que lo pienso, las señales estuvieron ahí todo el tiempo. Too good to be true, by the way. Pero, como yo tampoco tenía ningún interés en complicarme, decidí no hacerme demasiadas preguntas.

On the other side, debí interrogarle, con sutileza, claro, por la razón que la había traído a La Capital. Digo, ¿qué otra cosa podía hacer una belleza como ella en un país como este? Con seguridad, no necesitaría Tinder para cumplir sus propósitos primarios.

Viejos como yo la perseguirían por mucho menos en la calle, incluso. Pero decidí confiar en su pseudo historia de vida que duró poco menos de dos minutos y que suele resumir con parquedad un pasado genérico, en el caso de jovencitas provenientes de aquellos países: recuerdo las palabras guerra, limpieza étnica, refugiada y un poco más. Y creo que la última me la acabo de inventar. Así, como para quedar bien con usted.

En vano, como siempre.

Tampoco es que yo me dediqué a revelar mucho de mi vida en Tinder. Tres fotografías, mi cuenta de Instagram, tan desfasada y creada tan a propósito para la ocasión, y pare de contar. No necesitaba recitarme su biografía ni yo la mía.

Nos dirigíamos a lo que veníamos, sin preámbulos.

¿Le conté que Nathaniel regresó para las vacaciones de ese verano a La Capital? Of course not. Pues, eso. Mi hijo, el experto en cargarse mis planes, lo vio todo. Es más, lo sabía todo. Si mi hijo de entonces diecinueve años tenía conocimiento sobre aquello y yo no, es porque yo me considero, en este mismo momento y en aquel, el idiota más grande del mundo.

En lugar de encontrarnos en Bahamas los cinco, porque habíamos planeado llevar a Daniel y Rick con nosotros aquella vez, el mocoso decidió regresar para ver a su mamita, antes del viaje. Supongo que, como siempre, no confiaba en mí ni un ápice y quería estar seguro de que no le haya jugado, en aquellos seis meses de ausencia, ninguna mala pasada.

Lo peor de todo es que Nath no se equivoca sobre mí. Jamás lo ha hecho. Es, quizás, de nuestra familia, el menos estúpido. Espero que, por su bien, no cometa los mismos errores de sus padres.

O lo mato.

No le miento, doctora. Lo sospechaba. I’m not that stupid. Pero me quise hacer el loco, por el bien de mi cordura. Me dije a mí mismo que, en cuanto me pidiera dinero, la despacharía con elegancia. Pero no pasó. Me la cogí unas cinco veces sin que me pidiera nada a cambio, salvo el brunch y que la llevara a la que decía que era su casa. Cuando Nath nos encontró ya íbamos como por la sexta cita, por lo bajo. Sí doctora, a date, a real date.

No se trataba solo de sexo. Ella me sabía escuchar. Aunque no estoy muy seguro de si entendía en su totalidad lo que le decía. Además, practicaba su speaking y su listening. Porque hablábamos en inglés, you know? El español no le interesaba en lo más mínimo. Ella quería migrar a los United States. Y ahí entraba yo, of course.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.