De una humillación pública a una privada, así me fue aquella tarde. Sé que no me gusta regodearme en mis propios papelones, pero, a veces, se hace inevitable hacerlo en terapia. Es más, hasta pago para eso. No me siento orgulloso de esa etapa de mi vida de la que, dicho sea de paso, ni siquiera acabo de salir. Ahora que lo veo en retrospectiva, me doy cuenta de lo injusto que fui con mi esposa al imponerle semejantes condiciones a nuestro matrimonio. Pero, ya está. No tiene sentido lamentarse de nada en este punto.
Ni siquiera estoy seguro de si mi esposa llegó o no a utilizar Tinder. Supongo que no. No se trata de una app para demisexuales como ella. Se hubiera hecho mucho daño. Quizás elegí ese modo de relacionarnos porque sabía, de manera inconsciente, que ella no sería capaz de hacerlo, pero yo sí, ‘cause I’m an asshole. Y ella no.
Decepcioné a mi esposa, todavía más, si cabe, aquella tarde, cuando Nathaniel se lo contó todo con una mezcla de indignación y satisfacción suprema. Qué estúpido de mi parte fue pensar que los ánimos entre mi hijo y yo se habían calmado luego de su partida a Harvard. Lo cierto es que el chico llegó con sed de sangre, de la mía, al parecer. Y esa tarde la obtuvo.
No tengo mucha idea de dónde sacó Brenda todo el estoicismo del que fue capaz para sentar al mocoso y explicarle, con una diplomacia que no le caracterizaba, pero que, si se lo proponía, podía ejercerla sin problemas, de nuestros acuerdos poliamorosos y de las razones por las que le habíamos ocultado ese hecho en particular, razón que saltaba a la vista dada la reacción, a mi parecer desmesurada, de Nathaniel.
No le mentiré ni por un momento al aceptar que me reí para mis adentros cuando mi hijo se enteró de que su madre estaba de acuerdo con lo que había presenciado en el bistró. No puedo olvidar, tampoco, su carita de asco e indignación, que me recordaba a la mía, when I was young, y que ponía cada vez que cualquier estupidez sin importancia me molestaba.
Era como mirarme a mí mismo siendo estúpido y evidenciándolo a gritos frente a los demás. And that was highly satisfactory, by the way, and a little creepy, too. Pero, igual, los quince minutos del regodeo autocomplaciente duraron mucho menos cuando Nathaniel soltó la bomba: es que no te lo he contado todo, ma. Esa mujer era una puta. Yup, así lo dijo. Así, sin anestesia, como para dar motivos a mi Brenda para que perdiera los estribos, y con razón.
La cara de mi esposa no tuvo precio, la mirada que me dirigió, por otro lado, me valió el destierro definitivo de sus afectos. Lo sé, doctora. Nunca me lo ha dicho, ni siquiera me lo ha demostrado. Continúa siendo conmigo como siempre, actuando como siempre, como la bella mujercita que es. Pero algo que no se pudo reparar se rompió aquella tarde. Y no se podrá restituir.
Fue en ese preciso momento en el que me di cuenta de la imposiblidad suprema de restablecer mi destino con ella. Ese fue, quizás, otro de los instantes capitales en la historia de mi relación con Brenda. Había cometido otro gravísimo e irreparable error, bajo la más estúpida de las premisas. No sé muy bien por qué, por aquel entonces, no me bastaba con acostarme con ella, ni qué era muy bien lo que intentaba demostrarme.
Well, supongo que sentía que me perdía de mucho. Sobre todo, en comparación. Con Christian Abadid, por supuesto. Él había intentado de todo y no tenía reparo alguno en comunicárnoslo toda vez que sus achievements sexuales particulares y logros amatorios eran desbloqueados. Hadid, Mauro y yo quedábamos como un trío de novatos a su lado, y créame que a mí aquello nunca me hizo ninguna puta gracia.
Sí, sé que estoy buscando cualquier pretexto de mierda para justificar la torpeza de mis decisiones. Pero es que no encuentro otra explicación plausible para mi hambre de sexo extra marital. Ganarle la partida a mi pal podría ser una respuesta más que posible. Pero estoy seguro de que él jamás se hubiera permitido el lujo de ser descubierto.
Yo, por otra parte…
Resulta extraño pensar cómo un tipo como Abadid ha llegado a convertirse en alguien tan influyente para mí –e incluso para Brenda–, cuando claramente no ocurre al revés. Dudo de que mi pal dirija su vida en función de darme la contraria o superarme, let me tell ya. Y mi ego se hiere a sí mismo solo de pensarlo.
Pero hubo algo que me alegró en demasía la tarde. Y eso fue el hecho de que, al ponerme en evidencia, mi hijo se había revelado también como lo que nunca dudé ni por un minuto que era: una versión aún mucho más averiada de mí. Supongo que aquello habrá decepcionado mucho a su madre, y que ella quiso, durante muchos años, criar a su hijo bajo los postulados de una igualdad de género que, dicho sea de paso, nuestro hijo se pasaba por el forro cada vez que se le cruzaba cualquier mediano material de ligue por los ojos.
¿De dónde carajos conocía mi hijo a esa mujer? Esa era la pregunta que quise formular a Nath en el bistró y que no me dio chance de hacerla. Y más le hubiera valido que así fuera. Okay, okay, sí me dio oportunidad, por supuesto. Pero decidí guardarme el as bajo la manga para soltarlo en el momento en el que más le doliera.
Y ese momento llegó, créame.
Supongo que, de haberlo confrontado como el jovencito de dañada moral que siempre supe que fue, habríamos llegado ahí mismo a pactar alguno de nuestros despreciables acuerdos entre caballeros, que impedirían que Brendita se enterara de nada y nos mantendrían a salvo de su ira y su desamor.