Instrucciones para restablecer el Destino

99 | Involuntary celibacy

Mi esposa ha dejado de tener sexo conmigo. Yo he dejado de tener sexo con cualquier mujer. Tengo cuarenta y tres años y una inexistente vida íntima. Las damas que alguna vez lo desearon –y las que tal vez lo consiguieron– también lo resienten, pero no hay nada que pueda hacer al respecto. Hemos renunciado al poliamor y no se trató de un acuerdo entre pares, como me obligué a creer la primera vez –o como me forcé a hacerlo–, sino que ambos nos dimos cuenta de que también, a la larga, era insostenible.

Al menos, para nosotros.

Or, at least, dangerous. Sí, creo que esa sería la correcta selección de palabras. Eso no significa, por cierto, que el deseo se haya acallado. ¿Deseo por qué?, o tal vez la pregunta adecuada sea ¿deseo por quién? Por todas, quien sabe. O por algunas, por las elegidas. Y mi esposa, por cierto, es una de ellas.

Ya he perdido la cuenta de los días en los que no le he hecho el amor a mi mujer. Regresamos, de nuevo, a 2014, cuando ella ni siquiera se sentía capaz de tolerar ni una caricia de mi parte. Solo que ahora resulta, cuando menos, hasta más incómodo. Digo, dormimos en la misma cama, nos saludamos con beso, acepta un abrazo ocasional y hasta un pellizco en el trasero cuando está de buen humor. Pero nada más.

No tenía idea de que Brenda hablaba en serio cuando se refirió a nunca más permitirme acceder a ella sexualmente. Un matrimonio no puede sostenerse por la vía de la abstinencia sexual obligada, pero tampoco pudo por la vía de la promiscuidad.

Supongo que existe una tercera vía, que no es más que la de toda la vida: la monogamia consensuada. No se trata de la alternativa más fancy en lo que a mí respecta, pero, a la larga, quizás sea la menos erosiva para nuestra relación.

¿A quién engaño? Para mí, esa opción no es nada más que una puta mierda.

Y pensar que hace unas semanas le contaba a usted que se me hacía imposible refrenar mis instintos sexuales con mi esposa, y ahora vengo a rogarle que hable con ella para que interceda por mí ante Brenda y le convenza de que me levante mi condena. Todo sin esperanzas, obviously, porque de sobra sé que usted no moverá ni un dedo porque un imbécil como yo recupere a su mujer.

Supongo que tendré que arreglármelas solo esta vez, usted sabe, buscar estrategias para que me perdone, eventualmente. Ingeniármelas para restablecer mi Destino con ella, again, again and again. A veces pienso que nuestro Destino se resume precisamente en aquello, en intentar restaurarlo de manera reiterada hasta que uno de los dos se harte o se muera.

Lo que ocurra primero.

¿Usted cree que exista algo que pueda salvarme de la decadencia de mi matrimonio de dos años con mi Brenda? Sí, ya sé que esa no es una pregunta que me corresponda formularle a usted, sino a mí. Pero necesito una ayuda, vaya.

No crea que no existen mujeres que no quieran ni puedan compensar esta falta. Desde mi asistente personal hasta la señora que despacha el café en la embajada. Todas, sin excepción, estarían contentas de tener en su cama a un tipo como yo. Todas, menos la que me interesa. Life is such a fucking roller coaster, don’t you think? Un día tu esposa se deja azotar sobre la lavadora mientas te pide a gritos que no pares de metérsela, y al siguiente te estás pajeando en el baño porque ni siquiera tienes la libertad de hacerlo en tu puta cama.

¿No le ocurre a usted que, a veces, tiene la sensación de que se está perdiendo de algo? A mí me pasa siempre. Me he perdido de todo, por dármelas de exquisito, por resistirme a encontrar a una mujer que pueda –y quiera– removerme de mi confort zone. Quizás con Gaby conseguí acallar esa sensación a medias, pero, as usual, la cagué de entrada. En primer lugar, porque la utilicé la primera vez, y la segunda y la tercera, también. Y esa mujer no se lo merecía. Yo, por otro lado…

No sé por qué continúo ninguneando a mi esposa, si ella ha sido, tal vez, la única que me ha llevado a abandonar mi soberbia y hasta mi dignidad con tal de recibir de su parte el amor que me fue esquivo durante tantos años. Quizás esa sea la clave de todo, doctora. No he aceptado, incluso luego de veintidós años, que ella es la mujer de mi vida. Y que nunca hubo otra.

Y, ahora, me veo aquí, de nuevo, como al principio. Intentando restablecer mi Destino con Bren. Resistiendo el desprecio de mi primogénito y más jodido que nunca. Al menos, antes tenía un plan. Un plan de mierda, of course, but that was predictable. Ahora que estoy más consciente de mi total ineficiencia a la hora de plantearme metas a corto, mediano y largo plazo con respecto a mi relación, se me hace más difícil que nunca maquinar cualquier acción, por insulsa que sea, para reparar lo quebrado.

Ojalá que mi esposa haya maquinado su proyecto personal para reparar nuestra relación, porque es mi única esperanza de que esto se arregle. Y la comunicación también, claro, como usted bien lo dice. Hablar con ella, por supuesto que lo hemos hecho, pero no últimamente. ¿Hablarlo aquí, los dos?, ¿los tres? Me pide demasiado, doctora, no creo que esté listo para eso todavía.

Por supuesto que quiero arreglar mi matrimonio, y sé que el precio que debo pagar será confrontar a mi esposa y a mi hijo, eventualmente. ¿Sabe qué? No sería tan mala idea que el ring sea este lugar. Sería un crossover épico, de hecho. Solo que necesitaría venir bien dopado como para resistir la serie de puyazos que me esperan, y que no estoy muy seguro de querer recibir.




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