Instrucciones para restablecer el Destino

102 | Fails of Tinderella

Bien, que no se diga que nunca lo intenté. Que no se diga, tampoco, que no lo había hecho, también, en el pasado, aunque no con los fines que me convocaban en esta ocasión. En términos generales, me considero una persona solitaria, con excepcionales rangos temporales ocupados por relaciones más o menos cercanas. Digamos que he logrado mantener a mis amantes por años, sin que eso signifique que nos involucráramos más de la cuenta.

No porque yo no hubiera querido, por cierto, sino porque nunca lo quisieron ellos.

Las relaciones efímeras nunca fueron lo mío, en realidad, pero había que hacer el intento. Decir que me entregué a ese plan absurdo por el bien de mi relación con mi esposo sería demagógico. Miento, sería autoengañarme. Ya había intentado en el pasado quitarme a Jay de la cabeza saliendo con cualquiera y, créanme, eso acabó muy mal.

La cosa no funciona así para mí. ¿Qué quieren que les diga? Soy demisexual, ergo, una persona que ni conozco no me despierta el más mínimo interés. Lo mío se cuece con el tiempo y la experiencia del otro. No hay otro camino para mí.

Pero tocó fingir que así era.

Claro que la única excepción a la regla fue siempre mi marido, de quien me enamoré a primera vista en el 92. Pero, en mi defensa diré que, para entonces, me había enamorado ya de cuanta celebridad de moda se me pasaba por los ojos. Eran tiempos más simples, por entonces. Todavía no conocía a ningún hombre de verdad en mi vida y, en consecuencia, no tenía idea de lo que implicaba el involucrarme sentimentalmente con ninguno de ellos.

Se trataba de la edad de la inocencia. La mejor era de todas, sin duda.

Tinder, por otro lado, no es otra cosa que una aplicación de porquería. Pensada, como cada producto cultural en este maldito mundo, por extrovertidos para extrovertidos. No existe espacio para la gente como nosotros aquí. Los reflexivos y tímidos lo tenemos complicado, y menos cuando, como yo, hasta usar blusas sin mangas te ocasiona un severo conflicto moral.

Buscaba a tipos de mi edad o superior. Mi límite eran los cincuenta años. Pude haber elevado este rango, pero me resultó un tanto excesivo, cuando no condescendiente. El problema es que ellos demandaban mujeres de veinte y pues, bueno, yo no daba la talla. En cuanto se enteraban de mis treinta y ocho primaveras aparecían con el cuento de que las mujeres de mi edad eran aburridas y demandantes. Pero, ¿qué esperaban?, ¿que les aguantáramos sus mierdas?

Pues, que se vayan mucho al diablo, es lo que digo yo.

Fue así que me di cuenta de que mi target se encontraba, más bien, por debajo de mi rango de edad. Y hablo de hasta diez años y más. Y es que, resulta que, a los tipos de treinta, y hasta a los de veinte, les calientan las mujeres de edad provecta como yo. O, para expresarme con algo más de exactitud, nos ven como si fuésemos un fetiche exótico. Lo descubrí cuando, al preguntarme por mi año de nacimiento, y yo responderles con toda la sinceridad posible –porque a esta edad ya da pereza inventarse mentiras que demandan demasiada energía sostenerlas– no parecía molestarles. Al contrario, se animaban aún más si cabe, a la hora de encontrarse conmigo para una cita en algún sectorcillo de la ciudad cercano a cualquier hostal de esos que te cobran por horas.

Y no, muchas gracias. De eso ya había tenido suficiente, y con mi propio esposo.

Mi hobby se limitó a mirar, a consumir fotografías, una a una, y a dar like a aquellas que me parecían portadoras de una menor espontaneidad. Descartaba selfies –por simplonas– y daba preferencia a las imágenes más elaboradas, incluso a las más pretensiosas. Mis filtros se sofisticaron para elegir al candidato idóneo con cada día que pasaba: ningún error ortográfico, educación universitaria completa, redacción inteligente, habitus similares a los míos, preferencias de consumo más bien poco invasivas.

Pronto me vi intentando seleccionar a mi pareja perfecta, en lugar de a algún ligue ocasional. Sobra decir que, por mucho que me esforzara, no lograba encontrar ni a lo uno ni a lo otro.

–Necesitas relajarte, Brendy –me decía Jay–. Ya aparecerá alguien que te convenza.

Lo decía un imán de mujeres que persuadía a todas pero que podía permitirse, al mismo tiempo, seleccionar a partir de una oferta que desbordaba de manera exponencial a mis modestas exigencias de búsqueda y a las puntuales demandas de mis interlocutores.

Por otro lado, Jordan debería dejar de decir a las mujeres que se relajen, parecía que su instinto de supervivencia no estuviera muy bien afinado, por entonces.

¿A quién engaño?, nunca lo estuvo.

No gustarle al que te gusta. Ah, esa es otra menuda mierda. Engancharte por unos segundos a una cara bonita o a una presentación de perfil interesante, para que nunca te devuelva el like o el superlike, para que jamás en la vida hiciéramos match. No se trataba, tampoco, de una aplicación amable para quienes padecemos crisis de ansiedad hasta por el vuelo de una mosca.

El saber que puede haber por ahí una persona que resultaría perfecta en referencia a tus gustos e intereses, a un potencial brillante interlocutor, y que este no te considere tu par; es más, ni siquiera digna de la más mínima atención, es para morirse de risa en términos de patetismo contemporáneo. Es ser bateada sin ni siquiera haber hecho algo para que así fuera.




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