Instrucciones para restablecer el Destino

103 | Un match surreal

Jordan la eligió mal, lo acepto. Yo no hice nada para que se retractara de su error. La profesión de esa señorita saltaba a la vista, si nos ponemos a analizar las circunstancias en que la conoció y su medio de vida en particular. Confieso que no le puse mucha atención, en cuanto Jay me mostró sus fotografías, que parecían todas iguales, y que consistían en demasiadas selfies con pucheros y planos enteros de sus kilométricas piernas y su anatomía delgadísima y con curvas apenas acentuadas para provocar la admiración extrema de cualquier ser humano con un mínimo de conciencia estética.

Es más, en un principio hasta pensé que se trataría de una broma que él me jugaba, al pretender seleccionar a semejante ejemplar como su siguiente cita. La verdad es que no di crédito.

–No es mucho tu tipo, ¿o sí? –le pregunté aquella mañana en que me acercó la pantalla de su iPhone mientras se preparaba para ir a la embajada y yo me disponía a mi ritual cosmético matutino. Se lo pregunté porque sabía de la debilidad de mi marido por las mujeres de mi etnia y de mi fenotipo en general.

–Hay que variar –contestó él, mientras se alzaba de hombros–. What do you think? ¿Te convence?

–No es a mí a quien debe convencer, amor –no solía llamarlo así, excepto cuando me ostentaba su menú de mujeres de Tinder que, dicho sea de paso, parecía mucho más dilatado que el mío de hombres. Y investido de mucha más belleza física que solvencia en otros ámbitos.

–No crees que parece too good to be true? –preguntó Jay.

–Me quitas las palabras de la boca –respondí, mientras miraba mi rostro, ya un tanto cansado, en el espejo. Sobre todo, en comparación con el de ella, de una lozanía que simulaba una artificialidad casi ciborg.

–Habrá que hacer la prueba, don’t you think?

Por mí, bien podía tratarse de un hombrecillo soltero y gordo en Bangladesh quien administraba esa cuenta, y me hubiera gustado en serio que Jay se llevase el chasco de su vida con aquella mujer eslava o de alguna etnia similar que deslumbraba por lo insólito de su atractivo élfico –mucho más que sensual– a mi parecer.

–Haz lo que quieras, querido –le respondí, mientras me aplicaba una crema para la restauración celular que, luego de admirar la piel de esa tal Yelena, ya no se me antojó tan costosa y opcional como me había parecido cuando la compré con algo de culpa de clase–. Siempre lo haces, de todas maneras.

Jay me abrazó con calidez por la espalda, me besó en el oído con tal sonoridad que casi me deja sorda y me mecía de un lado al otro como si bailáramos alguna cancioncita lenta.

Everything is gonna be fine, babe –me susurró al oído afectado previamente por su beso–. We’re in this together.

Por supuesto que estábamos juntos en esta. Mientras él hacía match con la mitad del planeta, a mí me ignoraba con elegancia la otra mitad. No podíamos estar más sincronizados, en consecuencia.

Asentí mientras le sonreía desde el espejo. Sus músculos se transparentaban en su camisa de tela Oxford color malva. Casi envidiaba a Yelena por llevarse consigo aquel partidazo sin haber hecho apenas nada. Solo estar buenísima y sonreír para la cámara de un teléfono chino con protector iridiscente. Mientras que yo me había jugado hasta la vida por aquel hombre, y sacrificado mi cuerpo, mi juventud y mi dignidad por mantener ese matrimonio que se diluía un poquito a cada superlike y match que mi marido obtenía con cuanta cara bonita se le pasaba en frente.

Y es que la vida es tan injusta, mierda.

–Y bien, show me your matches –me dijo. El momento más temido de la mañana había llegado.

¿Cómo explicarle a mi marido que la lista de mis matches se reducía a la de un profesor universitario de veintisiete años, astrofísico de profesión y no muy agraciado, que me había citado para conversar de la vida en la cafetería de mi ex universidad para refutar la respetabilidad de las ciencias sociales mientras nos tomábamos una infusión de hierbas y frutos secos? Ah, y que ya me había dejado plantada una primera vez, porque se le olvidó ir a la cita.

–No hay mucho que ver, todavía –le respondí, como para despachar la conversación lo más rápido que se pudiera–. Pero yo te aviso cuando los tenga.

That’s because your’e looking for the right one, babe –me dijo, mientras me despeinaba la cabeza y se ajustaba la corbata, ya una vez que me había liberado de la prisión de sus brazos–. Pero, créeme, nena, en esta app, no hay nada parecido a the right one.

«Si lo supiera yo, cabrón». Otra de mis contestaciones épicas que permanecieron, para siempre, en el silencio de mi imaginación.

Le sonreí a medias, mientras intentaba peinar mi cabello de rizos indomables por la vía del cepillo y los dedos. Jay se despidió de mí con un beso en la frente. Era viernes, saldría con ella y, con toda probabilidad, se la tiraría esa misma tarde. Luego regresaría, con la cara tan lavada (eso espero), quizás en la noche y después de la cena, para nuestra consabida maratón de Netflix de los fines de semana. No había nada en el mundo que pudiera compararse con el surrealismo de aquella situación.

Pero no me refiero a un surrealismo amable, tipo Dalí, no, sino a uno de pesadilla o maldición griega, al estilo de Buñuel. Sí, precisamente eso.




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