Brenda ronda los seis meses de embarazo, hace quince días que su marido regresó a dormir junto a ella. Se levanta como todas las mañanas a prepararle el desayuno, que consiste en dos huevos fritos, seis lonchas de bacon ahumado y frito, dos salchichas, tres waffles bañados en mantequilla derretida y un vaso de zumo de naranja natural.
Mientras lo prepara, Brenda piensa que Jordan debería controlar su colesterol, a tiempo que le sorprende que se mantenga en perfecta forma mientras desayuna de esa manera. No puede evitar sentir hambre –y un poco de envidia– de la constitución delgada y fibrosa de su marido a sus cuarenta y cuatro años.
Ella desayunará la granola de siempre, pero con frambuesas frescas, en lugar de arándanos secos. Y se verá obligada a degustarla para paliar el antojo del desayuno americano de su esposo que no se puede permitir por prescripción médica.
Jordan viste su camisa malva de Balenciaga y anuda su corbata Charvet, y sin ponerse su chaqueta se dirige al desayunador. Su esposa espera que se siente a la mesa para servirle. Nathaniel entra en escena. Con su cabello negrísimo despeinado aún se ve adorable. Parecería que no ha dormido lo suficiente a juzgar por unas leves ojeras que empañan su mirada. Saluda a su mamá de beso y choca puños con su padre, mientras ambos revisan su teléfono celular. Su desayuno es más que austero: Oreo O’s de los jueves con leche deslactosada, un par de waffles bañados en miel de maple y jugo de naranja.
–Estoy buscando una beca para el siguiente semestre –confiesa a sus padres, como si se tratara de una decisión unilateral. Y lo es. Nathaniel ya es mayor de edad. Bien puede hacer con su vida lo que quiera.
–¿Una beca? –pregunta su madre, que dejó la cuchara colmada de granola, yogurt, kiwi, miel, nueces, almendras y media frambuesa, a medio camino entre el espacio vacío y su boca–. ¿Para qué necesitas una beca?
Jordan aparta la vista, por un momento, de la pantalla de su móvil, sin soltarlo todavía. Aquella conversación le compete.
–Para mejorar mi resumé –responde el chico. Por mis calificaciones, bien podría aplicar a la Putnam Scholarship.
Brenda respira profundo, deja su cuchara enterrada en el minúsculo bol de granola. Toma un sorbito de jugo de naranja, porque la indignación suele secar su tráquea, y dispara.
–Tengo entendido que esa beca, como todas las becas en realidad, hijo, está pensada para favorecer la movilidad social de los estudiantes que…
–Cut the shit, ma –le interrumpe su hijo–. Las becas son para quien se las gane.
Jordan observa la conversación en silencio. Ha dejado el móvil con la pantalla hacia abajo, sobre la mesa. Su corazón comienza a latir con vehemencia, está a punto de asistir, en primera fila, al momento que ha estado esperando por años. No dejará que Instagram o Twitter arruinen la ocasión.
–Sabes perfectamente que tu papá bien puede costearte la carrera, hijo –a juzgar por el timbre tembloroso de la voz de Brenda, se puede transparentar el principio de una severa indignación–. ¿No es así, Jordan?
Su marido no espera tener que formar parte activa del argument entre una madre y su hijo, pero se ve obligado a intervenir.
–Sure… –responde, tras fingir suficiencia–. La próxima semana ingresaré el depósito para el año que viene.
–Tal vez no sea necesario, pa –dice Nathaniel, mientras come su bocado de cereal remojado en leche–. Porque ya he aplicado. Y estoy preseleccionado, de hecho.
–Vas a retirar tu postulación inmediatamente –salta Brenda, mientras manotea con su endeble fuerza, la mesa del desayunador. Esta vez no le tiembla la voz, en absoluto.
–¿Por? –la mira Nathaniel, sorprendido.
–Porque lo digo yo.
–What’s wrong with you, mom?
Jordan, que permanecía petrificado en la misma posición durante los últimos tres minutos, duda antes de meter mano, de nuevo, en la conversación. Brenda voltea a verlo, en silencio, solicitando su ayuda. De modo que, ayuda. O, al menos, hace el intento.
–Eso de las becas es un tema demasiado sensible para tu mamá, son –le dice a Nath. Lo mejor será que desistas de la postulación. For your own sake, if you know what I mean.
–No pienso hacer eso –dice Nathaniel, mientras se yergue sobre su silla–. Es una oportunidad de oro para…
–Para quitarle el chance de estudiar a alguien que realmente lo necesita –grita Brenda–.
Nathaniel sonríe con suficiencia. Es la misma risita de labios apretados que utiliza su padre para desacreditar cualquier conversación que lo incomoda.
–Ah… ya sé por dónde van los tiros, mamá –recuerda Nathaniel sobre las innumerables veces en que su madre le había hablado de que, en su momento, le fue negado el derecho a estudiar con beca por cuanta embajada se asentaba en la ciudad Capital. Todo esto, no por carecer de méritos, sino de oportunidades–. No pensé que seguías siendo una resentida social.
Jordan se cubre los ojos con su mano izquierda y agacha apenas la cabeza, en señal de vergüenza ajena. Pero, en realidad, desea ver lo que seguirá a esa discusión. De modo que cambia de gesto enseguida, para taparse la boca y aguardar en silencio lo que sobrevendría después.