Jordan se levanta de buen humor. Abril ha dormido tranquila, apenas si necesita ser alimentada en la madrugada. Jay se encarga de eso, como casi siempre. A Brenda no se le da bien eso de la abnegación. Ella prefiere dormir y no siente culpa alguna por ello.
Su marido se encarga. Y ella lo sabe. Por primera vez, tiene certeza de ello.
A manera de tácito reconocimiento, Bren se levanta a las cinco de la mañana para prepararle el desayuno. Este hecho le cuesta poco, porque ella duerme poco. Cuatro horas, en el mejor de los casos. Es una condición relativamente nueva, desarrollada a raíz de la depresión crónica y los ataques de ansiedad producidos por la etapa poliamorosa que vivió con su pareja y a su despecho.
No puede superar todavía ese efecto secundario, aunque ya no se encuentre tan triste.
El desayuno americano le despierta el deseo de prepararlo para tres. Aunque Nathaniel se cuide de comer grasa en exceso. «Si no le gusta, que se prepare su cereal», piensa Brenda, mientras fríe tres porciones de tocino en su propia grasa y el aroma inunda la enorme cocina americana y el departamento en general.
Luego recuerda que Nathaniel regresó a Boston hace meses, y tiene que obligar a su marido a comer la porción extra de tocino, porque a ella le disgusta mucho desperdiciar la comida, pero le enerva más tener que tragarse las sobras para evitar el sentimiento de culpa que le produce el tirar un desayuno en buen estado a la basura.
Jordan usa su colonia Alain Delon aquella mañana. Existe una razón de peso para ello: hoy rinde tributo a su mujer. Hace semanas que se le ha otorgado una atribución especial: decidir a quién conceder una beca completa en una universidad de la Ivy League. Hubiera preferido otorgársela a Brenda, porque se lo merece. Pero ella nunca postuló. Por ser la esposa del agregado cultural está impedida de hacerlo. Además, es madre y no puede abandonar el país por algún remoto sueño de obtener una beca doctoral.
Jordan se ha dedicado el último mes a estudiar en profundidad a los aplicantes. Los hay de todas las edades, condiciones sociales y formaciones. De entre ellos destaca una joven de veintitrés años y dedicada a las artes, activista y estudiante de excelencia, que proviene de una familia desclasada y orillada a la migración irregular. Ella es la elegida.
Esa mañana, a las nueve en punto, Jordan aprueba una full scholarship para la contraparte juvenil de su esposa, le desea la mejor de las suertes y hasta se toma un chocolate caliente con ella en la cafetería de la embajada. Lo hace, aunque eso no sea bien visto, pero le importa un bledo, porque se trata de una vendetta de sí mismo, de un acto de justicia poética para su esposa.
Luego, despide a la muchacha con un apretón de manos y una palmada en la espalda para jamás volver a verla.
Esa tarde, Jay almuerza con sus compañeros en el irish pub que frecuentan los viernes en su ausencia, porque usualmente él regresa puntual a su casa para ayudar a su esposa con su hija pequeña sin falta. Come un roast beef con puré de patatas y guisantes. Un plato tan gringo que hasta él mismo se sorprende de su falta de gracia apenas lo degusta y se lo tiene que tragar como una serie de píldoras insípidas sazonadas con cerveza negra.
Últimamente Jordan se alimenta como un americano promedio. Atrás quedó la dieta Keto y los smoothies de alfalfa. Necesita energías para sostenerse en las madrugadas con Abril solicitando su biberón cada dos horas. Para compensar, ha dejado de fumar, dedica cuatro turnos semanales de sobretiempo al gimnasio, practica hatha yoga –como acostumbra a hacer desde el 2014– e intenta dormirse temprano para lograr sincronizar –en vano, por supuesto– su horario de sueño con el de su pequeña, que se duerme y se despierta más o menos cuando le da la gana.
En consecuencia, su fibrosa figura se ha engrosado un tanto, pero no ha perdido ni un ápice de tonificación. Brenda nota este hecho y no lo agradece, particularmente, porque prefiere a los hombres delgados, pero, por otro lado, la dureza del cuerpo desnudo de su esposo sobre ella y su potente masa muscular nunca antes vista, le resulta más o menos excitante y lo suficientemente agradable a la vista como para dejarla sexualmente satisfecha cada que se les ocurre hacer el amor.
Lo que no es muy seguido, al menos, en comparación con el pasado.
Pero, tampoco se queja.
Jordan trabaja, como casi todos los días, hasta las cinco de la tarde. Regresa a casa en su recién estrenado Range Rover Evoque 2019, y le toma con exactitud cuarenta y cinco minutos de trayecto conducir desde la embajada hasta su departamento. Evita el tráfico al transitar por calles secundarias y resulta mucho peor. Pelea con otro piloto en el camino y se detiene más veces de lo previsto para ceder el paso a los viandantes.
Nada de esto altera su humor lo suficiente como para hacerlo dejar de sonreír.
Jay escucha a Hombres G en su reproductor de música. Un gusto heredado de Brenda, quien prefiere el rock español y en especial a la Movida Madrileña. Luego, pasa a The Smashing Pumpkings y a Beck. Cae en cuenta de que sus gustos son bastante convencionales e incluso comerciales. Y supone que Nathaniel, con toda probabilidad, consideraría a esta música como de viejos, y siente algo de vergüenza por pensarse joven a sí mismo cada vez que escucha temas de hace veinticinco años como mínimo.