Instructivo para (des)enamorarme de ti

Capítulo 5: De dioses y obras

Le di un repaso a mi cuaderno por última vez, tras analizar los pros y contras de cada una de las ideas. Todas estaban enfocadas en fantasía, en mundos mágicos… en ficción. Y en el instituto, pocos apreciábamos ese género.

Llegué a la conclusión de que, definitivamente, el guion que mejor encajaba con la atmósfera escolar era el último. El cliché de los enemies to lovers nunca dejaba de gustarle a la audiencia juvenil.

“Enamorada del unineuronal” —leí en voz alta mientras digitaba el título en la computadora—. Por: Keiry Bowers.

—¿Uni… unineural? ¿Qué es eso? —cuestionó Bridget desde su cama, dejando de lado a la muñeca con la que llevaba jugando toda la tarde.

Unineuronal, con “nal” al final —la corregí con una sonrisa—, es alguien que tiene una sola neurona, y es un concepto que usaré para mi guion, Bridget —terminé de explicarle, abriendo un Word donde incluiría toda la información de personajes, sinopsis y resumen de la historia.

—¿De qué se tratará, Kei? —siguió la pequeña con su lluvia de preguntas, pero no me molestaba. De hecho, me gustaba compartir mis historias con ella.

Aunque fuera solo una niña, Bridget ya fantaseaba con los romances de la tv y los libros.

—Será una comedia universitaria: Beverly es parte de una fraternidad en su universidad; es la típica chica millonaria que siempre lo ha tenido todo… excepto una cosa: La aprobación de su madre. Beverly creía tener el novio perfecto; sin embargo, todo cambia cuando conoce a Wyatt, el unineuronal primo de su novio, quien se convierte en su peor tormento.

—Oye, me gusta. Eres buena creando historias, Kei —me aduló, acercándose a mí y rodeándome el cuello con sus pequeños brazos.

—Gracias, mi vida —contesté mirándola con ternura y dándole un beso en la mejilla.

Bridget se mostró complacida y volvió a su lugar, siguiendo con su juego.

Me puse manos a la obra: Mejoré sinopsis, simplifiqué detalles repetitivos, definí algunas cualidades que me faltaban de los personajes y plasmé el ambiente universitario en el que se desarrollaría la obra. Aproveché el golpe de inspiración que llegó repentinamente, porque generalmente no los tenía y el romance no se me daba tan bien como Bridget lo creía.

En algún punto, mientras escribía, fue imposible para mí no asociar a Wyatt con Shane: Un deportista prodigioso, presumido y excelente para sacarte de quicio. Un chico que sabía que quería algo más que el deporte en su vida, pero que aun no descubría su destino ideal.

Me sentí tonta por distraerme pensando en él, estaba creando un protagonista perfecto ante mi perspectiva y Shane podría ser todo, menos eso.

Di por concluida mi sesión creativa y le envié el correo a la profesora Kim con el formato de presentación del guion. Cuando estaba a punto de cerrar la computadora, mi celular sonó.

Lo dejé en la mesita de noche para no distraerme hasta que terminara, así que Bridget quien se hallaba más cerca de el, lo tomó y dio brinquitos en la cama que me permitieron inferir que la llamada provenía de nuestra creadora.

—¡Mami! —saludó con euforia tras responder lo que resultó siendo una videollamada.

Me acerqué a ella y sonreí, elevando la mano a manera de saludo.

—Mis niñas, ¿Cómo han estado, estrellitas? ¿Sí se han portado bien con Benji?

Mis labios temblaron ligeramente, reprimiendo la risa. Siempre que mamá nos llamaba “estrellitas”, me sucedía eso. Desde que se viralizó el “Buenos días, estrellitas” de Willy Wonka, nunca más lo soltó.

—Por supuesto, creadora. Sabes que Bridget y yo nunca causamos problemas —le respondí y a Bridget estuvo a punto de resbalársele el celular.

Sentí que mi corazón se paralizó del susto y lo tomé, mientras ella se disculpaba con la mirada.

—Keiry, ¿Por qué tienes que decirme creadora? Es muy desagradable —se quejó mamá, formando una mueca de disgusto.

—Porque tú nos creaste en tu vientre, no estoy diciendo algo que no sea cierto —repliqué, encogiéndome de hombros—. ¿Y cómo te ha ido en la competencia? ¿Ganarás como siempre?

Los ojos azules de mamá se achicaron a causa de la amplia sonrisa que se dibujó en su rostro.

—No lo dudes, mi amor. Asia Oriental no se salvará del Ciclón Hillary —contestó con seguridad.

Ciclón Hillary era la forma en que la llamaban popularmente en el mundo del deporte. Iba a decir algo, cuando al fondo vi dos Taiwaneses siendo perseguidos por un guardia de seguridad.

El hombre se acercó a mamá y le dijo algo que no pude entender porque claramente no sabía el idioma. Mamá le respondió mostrándose mal humorada y Bridget me vio con cara de confusión.

—Niñas, tengo que dejarlas. Dos ancianos se escaparon del asilo de al lado y hay mucho lío por aquí —nos explicó, negando con la cabeza—. Que pasen una linda noche.

—Y tú un lindo día, mamá —mencioné, ya que por la diferencia horaria allá nos llevaban un día de delantera.

Las tres lanzamos un beso a la cámara y la llamada finalizó.

—Bueno, es hora de cenar —hablé, acariciándome el estomago que empezaba a rugirme.

—¡Sí! —festejó Bridget, correteando hacia las escaleras.

Al llegar a la planta baja, unos gritos consiguieron sobresaltarme y me parecía absurdo que aun no me acostumbrara a eso. En esta casa predominaba el género masculino y si no se encontraban gritando por algún video juego, lo hacían por algún partido o porque simplemente no podían comportarse como seres humanos normales.

—Por favor, algún día van a dejarme sorda —reclamé, adentrándome en la sala.

Efectivamente, Amir, tío Oliver y papá, se encontraban en una acalorada discusión acerca de cuál de los jugadores de un equipo de fútbol americano lanzaba peor. Yo, por mi parte, ni siquiera sabía de qué equipo hablaban.

—¡Por favor, Blake! Hasta yo habría conseguido ese pase. —Amir se levantó de su lugar, señalando la pantalla del televisor y agarrándose el cabello con frustración.




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