Keiry
—¿Podemos concentrarnos en el ensayo y no en tu subasta de citas, Shane? —preguntó Tammie, cruzada de brazos y con un libreto arrugado entre las manos.
—No es una subasta de citas —respondió él, sin apartar la mirada del celular.
La profesora Kim no se encontraba en el ensayo hoy y, aunque intentaba que ellos siguieran al pie de la letra cada línea del guion, con Shane mirando el teléfono cada cinco segundos y Tammie exigiendo que actuara con pasión escénica, el drama se sentía más fuera del escenario que dentro de él.
—¡Shane! —lo llamó Tammie, con un timbre de voz que demostraba molestia.
Él sonrió socarronamente, levantando las manos en señal de paz.
—Ya, tranquila —mencionó, guardando el celular en su bolso.
—Ok, intentémoslo de nuevo —propuse—. Desde la escena del jardín.
Tammie suspiró, tomó aire y volvió a su posición. Pero apenas Shane comenzó a hablar, su celular vibró y, sin pensarlo, corrió hacia el.
Me llevé la mano a la frente, exasperada.
—¿Saben qué? —empezó a decir ella y vi cómo poco a poco iba guardando sus cosas—. Cuando de verdad vayamos a ensayar, me llaman. Organicé mi agenda para cumplir con este compromiso, pero veo que otros están interesados en cosas más… absurdas —concluyó, lanzándole una mirada fría a Shane, como si quisiera desaparecerlo, y salió de la sala.
Arqueé las cejas y me recosté en el suelo, intentando relajarme un poco.
—Bueno, creo que es más intensa de lo que creía —señaló de repente mi amigo, tumbándose a mi lado.
—Tú, Shane Wayland, el que se la pasaba diciendo la gran lista de cualidades de TammieD, ¿Estás diciendo que es muy intensa? —lo observé consternada—. ¿Dónde hago la línea?
Shane rio, restándole importancia a todo, y aunque la obra era mi prioridad, no pude enfadarme con él por su falta de concentración. Su cabeza estaba en el evento de recaudación, así como la mía lo estaba en esta historia que intentábamos contar.
—Conocer a una persona de verdad, implica eso, identificar no solo sus virtudes, sino también sus defectos —replicó, y sus ojos se estancaron en mí más segundos de lo que esperaba—. Tú, por ejemplo, eres tan obstinada que podrías discutir con una pared hasta convencerla de que se mueva —finalizó, arqueando una ceja y sonriendo de medio lado.
—Eso no es obstinación, es perseverancia.
—Ajá, claro —asintió con fingida seriedad—. Y cuando te enojas porque las cosas no salen como planeas, eso también es perseverancia, ¿no?
—Sí, lo es —respondí, desafiante.
Shane soltó una carcajada breve y luego, murmuró, más tranquilo:
—No es una crítica, ¿sabes? Solo… me gusta eso de ti.
El comentario me tomó por sorpresa. Sentí un calor extraño subir por mi rostro, y por un instante el silencio se volvió incómodo.
—Oh… gracias, supongo —atiné a decir, fingiendo que el techo del auditorio tenía unas vistas magnificas.
—Digo, no es que me gustes tú, sino… bueno, tú me entiendes —balbuceó él, rascándose la nuca.
—Sí, claro —mentí.
Pero no, no entendía.
Se levantó de golpe, como si de pronto recordara algo importante, y se acomodó la camiseta.
—Bueno… tengo que ir al entrenamiento de soccer —anunció, intentando sonar casual.
Me quedé ahí, recostada en el suelo, con el corazón latiéndome aceleradamente.
—Claro… —murmuré, aunque sabía que no había sonado muy convincente—. No te vayas a lesionar.
Él sonrió, más relajado esta vez, y salió del auditorio con paso ligero.
Suspiré y me senté, pasando una mano por mi cabello. Entre la obra, el evento de citas y… esto con Shane, sentía que mi cabeza no paraba ni un segundo.
El auditorio volvió a quedar en silencio, pero ahora ya no era solo por el ensayo: era el tipo de silencio que te deja pensando en lo que alguien dijo, y cómo tus propios sentimientos se empeñan en rebelarse cada día.
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Estábamos a punto de completar nuestra primera semana de castigo y para mí ya parecía un siglo entero. Forzosamente tenía que obligarme a pasar las veinticuatro horas del día junto a Shane, algo que en el pasado no me hubiera desagradado, porque él era la persona con la que más me divertía; sin embargo, las cosas ya no seguían siendo las mismas.
Día tras día iba llenando mi lista de instrucciones, de pequeñas y patéticas cosas que, según yo, me impulsarían a no quererlo. El problema radicaba en que, entre más me negaba a aceptar mis sentimientos, ellos más se intensificaban, enredándome en un juego peligroso, donde el resultado inevitable sería la derrota.
Si bien mi instructivo no estaba funcionando como yo quería, no me daría por vencida. No podría cargar en mi consciencia que, por culpa de mis sentimientos, nuestra amistad acabara. Shane era mi mejor amigo y prefería que me viera así toda la vida, a tener que vivir con su ausencia.
“Encontrar su mirada en la de alguien más” escribí en mi cuaderno, lanzando un suspiro y cerrándolo de golpe. Tomé mis libros de estudio y salí de la habitación.
Lexter vendría a darme una tutoría y necesitaba concentrar toda mi atención en él y en esa última instrucción. Si podía encontrar en su mirada la de Shane, sabría que por fin mi confusión se habría acabado.
—Hola —saludé al llegar a la sala, donde Shane y Bridget jugaban Parchis.
Lo supe al identificar el sonido de los dados y porque esa concentración que tenían solo la veía cuando jugaban eso. Dejé los libros sobre la mesa y mi hermana celebró haber encarcelado una ficha de Shane.
—¡Sí, soy la queen del Parchis!
—Por favor, de cincuenta veces, me has ganado tres —refutó mi amigo, levantando la mirada del celular—. Hola, Sweetie, ¿vas a estudiar? —cuestionó, al verme adecuar la mesita como área escolar—. Si quieres te ayudo —ofreció, y otra vez, Bridget aniquiló su ficha.