Una noche estrellada y el hermoso canto de la naturaleza nos rodeaban. Lejos, muy lejos, tú y yo bailábamos al compás del latido ferviente de nuestro corazón. Como el viento, nuestros pies se movían ligeros; como el agua, nuestros pasos fluían sin cesar. Aún recuerdo la hermosa melodía que salió de tu pecho, aún siento el paso acelerado de la percusión que provocó contra el mío. Tus dedos entrelazados con los míos estaban casi congelados, indudablemente fue la noche más fría de nuestras vidas, pero nuestros abrazos cálidos nos mantenían de pie. Todavía veo tu silueta, todavía siento tu tacto en mi cuerpo, el aroma de tu cabello aún está impregnado en mi memoria.
¡Como olvidar aquella noche estrellada! Los astros casi rozaban nuestras cabezas y el viento acariciaba las copas de los árboles. El canto de las cigarras se mezclaba con todas las melodías que retumbaban en el silencio nocturno. Entre risas y suspiros, entre sonrojos y ojos destellantes, entre tú y yo no existía nada más que un amor puro y eterno. ¡Amor eterno! Eterno, como ningún aspecto de nuestra vida tangible lo es, como nada en esta vida terrenal lo es. Aún recuerdo esa noche inolvidable donde consumamos nuestro amor, donde te quedaste conmigo para siempre, el día en que te asesiné.