Intemperie | Libro 1 | Saga Estaciones

Prólogo

 

 

 

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30 de septiembre de 2027. Labranzagrande, Colombia.

Había pasado más de seis horas desde que el escuadrón C054 se adentró en el espeso bosque y todavía quedaba un largo camino por recorrer. Elsa, la asignada para activar el P-09, ya casi terminaba su botella de agua sin haber considerado que la necesitaría para el recorrido de regreso.

La muchacha paseó su mirada por el lugar llenó de árboles y maleza, esperando que la distracción no la hiciera caer sobre sus rodillas; no porque fuera así de torpe, sino porque el cansancio ya comenzaba a hacer mella en sus delgadas piernas. Las raíces salientes de los árboles tampoco eran de gran ayuda, la muchacha no conocía ni un lugar en el planeta donde sus bosques fueran así de irregulares. Aunque bueno, tampoco pudo recorrer muchos lugares a los que había planeado viajar. Ni ella, ni más de la mitad de jóvenes en el planeta habían visto venir la peste roja ni la Ley General de Campos.

El inicio de la tragedia apocalíptica.

Unas cuantas caídas después y reprimendas de sus compañeros de escuadrón, que no se cansaban de regañarla por su poca experiencia en el campo, llegaron a la entrada de P-09. Una puerta de madera desgastada por la humedad estaba a un metro de ellos.

—Es esa —anunció la chica cuando al fin logró ver por encima del hombro de Rodríguez, uno de los agentes de su escuadrón. La estatura de Elsa no era una ventaja ante ninguno de los agentes—. Solo tira de la manija.

—¿No tiene seguro?

—No, ¿para qué? Si la dejamos con llave, nadie podrá entrar.

—Y entonces el lugar...

—Ese sí tiene seguro, pero será creado. La persona que lo descubra tendrá que crear la llave.

En vista de que ningún agente tenía la intención de abrir la puerta, Elsa pasó por un lado del líder, no sin antes rozar su pecho con el cuerpo de Rodríguez; el túnel era lo suficientemente ancho para que solo una persona avanzara a la vez. Ignoró la sensación que nació en su pecho y se acercó a la puerta. Giró la manija y con un empujón la puerta se abrió. La habitación se iluminó tenuemente y Elsa avanzó. Entrar al lugar después de tanto tiempo la hicieron sentirse como si volviera de un gran viaje. De cierta manera regresaba al único hogar que había tenido desde que todo comenzó. Ella mismo había ordenado todo para que estuviera listo para cuando alguien lo descubriera. También había decorado un poco, como una forma de darle su toque, aun si era inútil e innecesario.

—Pongámonos a trabajar —dijo otro de los agentes, el que no les había dicho su nombre. La voz sonó extraña para todos los presentes, ya que el muchacho pocas veces abría su boca para algo más que para comer—. ¿Dónde será?

Elsa le indicó el lugar, y mientras el mismo agente movía el estante a un lado, ella sacó la llave que tenía para poder acceder al lugar oculto tras el mueble de madera. El chico anónimo instaló el equipo en muy poco tiempo y en media hora la cámara estaba lista para grabar.

La habitación estaba completamente equipada con lo necesario para que el material pueda ser reproducido después. La luz que iluminaba por completo el espacio procedía de un generador a gasolina y había unos cuantos galones para que funcione por un buen tiempo.

—¿Estás lista? —preguntó Rodríguez.

Elsa asintió levemente. La verdad es que no se sentía muy cómoda frente a las cámaras, pero era para lo que había trabajado por mucho tiempo y había llegado la hora de concretarlo todo. El confinamiento estaba por empezar y era mejor hacerlo antes, nadie sabía lo que eso significaría para la humanidad.

Elsa tomó asiento frente a la cámara y respiró hondo. Se aseguró de recordar las palabras con las que empezaría ya que no podían darse el lujo de hacer varias tomas, eso era para un espectáculo de televisión. Ahora que lo pensaba, no recordaba cuál había sido el último episodio de Keeping up with the Kardashians que había visto. Tal vez el programa ni siquiera seguía existiendo, como muchas cosas en el mundo.

Miró al lente de la cámara, la luz roja a un extremo del aparato parpadeaba cada dos segundos. Cerró los ojos y tomando una bocanada de aire asintió al agente sin nombre para que comience a grabar. Un segundo después, la luz roja fue reemplazada por una verde.

—Mi nombre es Elsa Ramírez y si están viendo esto, es que tuvieron éxito. —Su voz se fue aclarando con cada palabra, pero ella sentía el leve temblor en cada una de ellas—. Esto será difícil de explicar, pero asumo que entenderán la mayoría ya que llegaron hasta aquí —dejó escapar el aire que estaba conteniendo y volvió a hablar de nuevo—. Todo comenzó porque un grupo de personas se metió con quienes no debieron.




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