A una semana de terminar el formatorio, todo estaba aprendido, faltaba la entrega de las evaluaciones y ya. ¿Por qué hacernos venir todo el día a hacer prácticamente nada?
El día estaba soleado, como de costumbre en esta temporada del año. El calor era moderado, considerando que ni una sola ventana del autobús estaba abierta. Intentaba quedarme dormida, pero el constante risoteo del grupito de atrás no me dejaba. Los chillidos de las chicas junto al vitoreo de los muchachos, causado seguramente por alguna estupidez, no hacía más que alterar mis nervios.
Y eso no era todo.
Un vistazo me bastó para comprobar que el grupo de cuatros que me había rodeado desde el preciso momento en que puse un pie dentro del frío transporte seguían ahí. Todos trataban de acercase a mí, pero ninguno tenía la suficiente valentía para ello. Su miedo irracional no dejaba que se acerquen, e incluso cuando llegaban a hacerlo, se quedaban paralizados y no lograban hablar. Un momento incómodo para mí y para las personas que lo estén presenciando.
Fue así desde el parvulario. No tuve muchos amigos en ese tiempo. A excepción de Pablo, quien no me odiaba para entonces, no había nadie más a mi alrededor que me hablara. Estaba Sean Lenha, pero él solo me molestaba de vez en cuando. Era terrible cuando mi único amigo se enfermaba y tenía que faltar. Incluso los profesores trataban de no tener mucho contacto conmigo, casi podría decir que aprendí a leer y a escribir correctamente gracias a mi propia voluntad.
Una persona se aclaró la garganta y me saltó el corazón. A este punto no creía que habría una alguien que se atreviera. Me dirigí hacia la chica de baja estatura, con dos trenzas tan tensas que hacían que sus ojos se estiraran a los lados. El labio inferior le temblaba, como si se negara a separarse del superior para permitirle hablar. Sin embargo, no se paralizó como temí que lo haría, sino que, con mano firme, extendió un círculo dorado hacia mí.
—Hola, señorita… —tartamudeó.
—Laia —la corregí.
—¡Laia! —Lo arregló inmediatamente, aunque demasiado fuerte para mi agrado—. Yo le ofrezco todo lo que tengo. Mi nombre es Virginia… Virginia Garcés, nivel cuatro.
Me quedé mirando la moneda de chocolate en sus manos. Únicamente obteníamos una quincenal y ella me lo daba. En lugar de tomar la golosina, la miré y luego a su grupo de amigos parado un par de asientos más adelante. Fingían no mirar hacia aquí, pero era obvio que la mandaron como experimento, para probar cómo reaccionaría y evaluar si ellos se animaban a hacer lo mismo.
Los cuatro, al ser los futuros voluntarios del sistema, puesto que no estaban encargados de la administración de ningún recurso, trataban de asegurar su puesto sin importar qué. Tampoco es que los culpara, ellos más que nadie sabían lo que significaba no ser elegido para ninguna división de trabajo. Lo que me extrañaba era que no supieran que mi madre aceptaba todas las solicitudes. Siempre lo hacía, nunca tenía el corazón para rechazar ninguna.
Me incliné hacia el oído de la chica y susurré unas pocas palabras. Cuando me separé de ella, sus ojos estaban muy abiertos. Asentí hacia la cuatro y después me senté y así finalicé toda intención de comunicación. Fui plenamente consciente de su lento recorrido hacia su lugar, pero no lo hice notar. Al llegar a su grupo, este la rodeó y comenzaron a invadirla con preguntas.
Suspiré. Solo otro día más de una dos en Primavera, pensé.
A diferencia de las otras dos Estaciones, en Primavera e Invierno estaban presentes todos los niveles. Del uno al cuatro. El nivel dos era el encargado de coordinar (yo diría manejar, pero mamá no estaba de acuerdo) el comercio de alimentos, armas, tela y vestimenta, recursos materiales para transformar materias primas, elementos de construcción, madera, metales, medicinas, inmuebles etc., etc., etc. Todo eso y más para todas las estaciones, es decir, los dos —mi familia y otra aparte de la mía— coordinábamos que cada recurso vaya a donde corresponda y en la cantidad que se diga en el inventario, ya sea a Primavera, Verano, Otoño o Invierno. Una vez llegaba a cada estación, los nivel uno, o mejor conocidos como La Orden, se encargaban de repartir todo lo que un dos comerciaba. Además, ellos eran los que imponían el orden en la sociedad. Hacían cumplir las reglas.
Algo con lo que no era muy buena.
También estaban los nivel tres, encargados de cada institución. Había una familia tres encargada del ministerio de seguridad, otra del área de armas, otra de la medicina, otra de la vestimenta, otra de la educación y así de todos los recursos según su especie o tipo. Y luego estaban los cuatro, ciudadanos voluntarios. Ellos podían contribuir como voluntarios a cualquiera de los tres niveles. Si querían ser médicos, enviaban su solicitud a los tres encargados de medicina, si querían ser jueces, defensores de corte o miembros de La Guardia, pues enviaban su solicitud a los uno y si querían ser pilotos, llevar el comercio o ser comunicadores, simplemente elegían a los dos y ya.