Intemperie | Libro 1 | Saga Estaciones

Capítulo Cuatro

Salí de casa tal como entré, rápido e imperceptible

Salí de casa tal como entré, rápido e imperceptible. Solo estuve dentro lo suficiente para ponerme un pantalón y unas zapatillas, porque la falda y el calzado del formatorio no eran muy prácticos para caminar por el bosque. No fue necesario escapar por mi ventana, lo hice por la puerta principal. Con la habilidad de un prófugo me escabullí entre los arbustos y salté sobre la cerca de poca altura. Fue un procedimiento limpio. Creerían que fui a casa de alguno de mis amigos y que regresaría más tarde. Tendría unas tres horas antes de que mamá se altere y comience a buscarme, pero eso no ocurrirá, porque me aseguraré de llegar antes. Siempre lo hacía.

Tomé el mismo camino de siempre, el que ya estaba marcado por mis pasos diarios. Todo estaba en su lugar, casi nunca cambiaban las cosas por aquí y me gustaba que permanezca de esa manera. Me agradaba caminar por los senderos y pensar que todo fuera del bosque estaba igual que antes, el tiempo en que yo seguía siendo una niña inocente y papá seguía saliendo temprano del trabajo para llevarme de paseo.

Eso fue antes de que abriera mi bocota ante la corte e hiciera que exiliaran a un hombre. Desde ese día nada había sido igual. Yo comencé a sentirme como la peor persona del mundo y papá se concentró tanto en el trabajo que casi no lo veía. Cuando no estaba de viaje en las otras estaciones, estaba en su oficina hasta altas horas de la noche. Si ya no tuvo tiempo o ya no quiso tenerlo, era lo mismo, simplemente ya no estuvo para mí.

Y no solo lo perdí a él, también perdí a Pablo y a Venecia. Si no fuera por Eliel o mamá, me habría desmoronado. Aguantaba muy bien la culpa, demasiado bien según mi terapeuta. ¿Qué podía decir? No pensar en ello lo hacía fácil. Funcionaba siempre y cuando no hubiese un detonante que abriera la puerta del lamento dentro de mí.

Por eso me afectaba tanto que exilien a alguien. Todo dentro de mí se revolvía y salía a la superficie.

Hasta hoy, solo recordaba una vez en la que no me había afectado que exiliaran a alguien; lo tenía muy presente en mi memoria. Un cuatro que incumplió no una, sino tres leyes del Honorario. Él había matado a una intemperie porque estaba embarazada y no quería ser exiliado junto con ella. Su plan se había caído cuando La Orden comenzó a investigar la desaparición de la chica, no porque creyeran que le ocurrió algo malo, sino porque pensaron que se estaba escondiendo para no trabajar. La encontraron a medio enterrar en el campo en el que solía laborar, la había estrangulado dos días atrás. Lo que delató al chico fue el hecho de que sus propios amigos lo traicionaron. El ingenuo les había confiado el crimen en una noche de bebida. Fue exiliado de inmediato y sin derecho a llevarse nada. No sentí pena por él.

El crujido de una rama al romperse sonó a mis espaldas y me di vuelta justo en el preciso momento en que un hombre se paró a un metro de mí. Mi corazón saltó de susto y reaccioné como cualquier mujer en mi situación lo haría. Grité. El sujeto se abalanzó hacia mí, pero me hice a un lado un segundo antes de que me atrapara. Al tratar de correr tropecé con una roca suelta y fue la oportunidad del hombre para atraparme.

—Por favor —sollocé mirándolo desde el suelo. Retrocedí a rastras.

—No, no —murmuró con voz ronca y con las manos levantadas hacia el frente. Sus manos temblaban mucho y parecía desorientado.

Me detuve ante el miedo de que me haga daño. El sujeto parecía estar en una crisis nerviosa, su cuerpo daba fuertes sacudidas. Esperé que se acercara, pero no lo hizo, permaneció de pie, mirándome con súplica. Comenzó a murmurar algo que no entendía y se golpeaba el pecho repetidamente. Intentó dar un paso hacia mí, pero mi sollozo lo detuvo. Su pecho subía y bajaba con rapidez. Pasó sus manos por su enmarañado cabello oscuro que le llegaba a los hombros. La brisa hacía volar la barba demasiado larga y liberaba de él un olor fétido que me causaba nauseas.

Intenté retroceder de nuevo.

—No, no —repitió, pero esta vez no le hice caso, tomé impulso para ponerme de pie. Con rapidez dirigió su mano hacia el bolsillo de su viejo y sucio abrigo. Me detuve en seco y abrí mi boca para comenzar a suplicar por mi vida, pero no me dio tiempo, arrojó un objeto hacia a mí. Me cubrí la cabeza por instinto de protección, pero el golpe nunca llegó.

Vi primero el objeto que yacía frente a mí y luego a él. No habló, solo señaló la caja de madera y luego a mí. No esperé un segundo, tomé el objeto de madera y amenacé con tirárselo. Él no se intimidó, en lugar de eso y sin ninguna advertencia, comenzó a alejarse. Lo observé desaparecer entre la espesura del bosque. Mi corazón golpeaba rápido y mis manos temblaban con nerviosismo.

Se me hizo muy fácil ver mi futuro pasar por mis ojos cuando tropecé. Me encontrarían muerta en algún lugar, si no es que aquí mismo, y sería la noticia del año. Dos es hallada muerta en el bosque, se diría en los titulares del noticiero. Con eso, las personas que defendían que el bosque era peligroso, encontrarían más razones para respaldar su petición de prohibir el paso. Sin embargo, no había ocurrido, porque estaba aquí, tan viva como hace un minuto. Asustada hasta la punta de los dedos, pero respirando todavía.




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