Intemperie | Libro 1 | Saga Estaciones

Capítulo Seis

Canté victoria demasiado rápido

Canté victoria demasiado rápido. Cuando entré a casa, mamá no aparecía por ningún lado y creí que todavía no había llegado. Qué equivocada estaba. Noa Jenkins estaba esperando en mi habitación. Su ira estaba cargada en el ambiente y cuando abrí la puerta, me dejó tan aturdida que no pude reaccionar a tiempo. Hubo gritos que probablemente fueron escuchados en toda la casa. Al principio no respondí, no quería hacer realidad sus amenazas de darme un par de nalgadas. Sin embargo, no pude mantener mi boca cerrada por más tiempo. Solo me defendí un poco de sus gritos, pero el enojo de mi madre creció tanto que estuve preocupada de que le explotara la cabeza. Fue peor cuando le dije que me había lastimado y le pedí que me llevara al centro médico porque necesitaba ayuda con el dolor.

Ya sentada en una de las camillas, llegó el señor de mediana edad.

—Bien, veamos qué tenemos aquí —dijo el doctor colocando a un lado los papeles que tenía en la mano—. Con que te duele el hombro —confirmó. Asentí en respuesta—. ¿Podrías señalarme qué parte en específico te duele?

—Todo —respondí—. Me duele cuando lo muevo, así sea un poco.

El hombre asintió. Pidió permiso para tocar la zona. Presionó aquí y allá y cada toque dolió. Traté de no quejarme mucho, no me gustaba hacerlo. Eliel solía decir que si fuera por mí, moriría de dolor sin que nadie se enterase.

—La buena noticia es que nada está fuera de su lugar —comentó dando un paso hacia atrás. Por supuesto que no lo estaba, Eliel se encargó de devolverlo. No dije eso—. Sin embargo, veo hinchazón, por lo que sospecho que puede ser una inflamación de tendones. ¿Tuviste algún golpe o caída fuerte últimamente? —preguntó. Mamá y el médico me quedaron viendo en busca de una respuesta. Suspiré rindiéndome.

—Fui al bosque y me caí —confesé—. Y tal vez me disloqué el brazo —Los ojos de mamá se abrieron tanto que temí que se salieran de sus órbitas—, pero mi amigo me ayudó a devolverlo a su lugar.

Eso no le hizo ninguna gracia al doctor, quien ordenó de inmediato una radiografía. Fui llevada a una habitación aparte, lo que agradecí, porque mamá me miraba como si quisiera volverme a dislocar el brazo. Me pidieron desvestirme, lo que no fue sencillo en mi condición, pero lo logré después de muchas lágrimas. La radiografía confirmó lo que les había dicho y el médico dijo que la recolocación sin asistencia no había afectado los ligamentos ni los tendones. Una verdadera suerte según él. Descartó cualquier posibilidad de intervención quirúrgica y esa información fue de gran alivio para mamá, que se la veía muy preocupada porque eso pase. Sugirió que pasara la noche en el centro médico, solo por si acaso, y mamá rechazó la oferta, ella quería llevarme a casa. El hombre no discutió y se fue después de eso.

Me quedé solo con una mujer muy enfadada. Su castaña cabellera rizada estaba algo despeinada y sus grises ojos se veían muy cansados, aun así, estaba hermosa, como siempre.

—Lo siento, mamá —me disculpé por deseaba vez en la noche—. Pero no deberías estar molesta, estoy bien.

—Pues lo estoy, Laia. —Empezó a decir mamá. El gris de sus ojos se intensificó hasta volverse hierro líquido. Mala señal—. Mi hija se dislocó el brazo porque hizo quién sabe qué en el bosque, con el permiso de quién sabe quién.

—Lo he captado, mamá —declaré después de casi un minuto de aguantar su dura mirada. Finalmente me rendí y decidí que no trataría de hacerme la tonta ante lo que había hecho—. No volveré a dislocarme el hombro en otra de mis escapadas al bosque, lo prometo.

Al segundo de decir esas palabras, entendí que solo sonaban bien en mí cabeza. Mi boca me iba a conseguir un largo castigo. Su mirada llameante me indicó que efectivamente estaba en problemas y casi hace que me retracte.

—¡Eres una irresponsable, Laia! —Su grito debió escucharse en todo el hospital. Vaya forma de tratar a una niña herida, pensé—. ¿Qué hubiera pasado si Eliel no te hubiese encontrado? —La pregunta quedó flotando en la atmósfera ante mi falta de respuesta. A este punto ya tenía el control de si mi boca se abría o no, pero no estaba segura de mis palabras. Sabía que, si la habría, seguramente diría una estupidez que no ayudaría en nada a mi situación, pero también me daba cuenta de que mi silencio la enojaría. Y lo hizo—. ¡Seguirías ahí! —Esta vez el grito me sobresaltó—. Cuando te pregunte algo, me respondes. ¿Está claro? Por qué si no, juro por toda la nieve de invierno que...

Asentí inmediatamente.

—¿Cuántas veces más? ¿Cuántas veces más vas a necesitar para entender que el bosque es peligroso? —Paró esperando mi respuesta. Esta sí que sería buena.

—Probablemente en un tiempo no muy cercano o... —Sus ojos brillaron con malicia ante mi respuesta. Y eso que faltaba lo bueno—. O hasta que algo peligroso se me cruce. Tal vez...

El médico volvió a la habitación acompañado de una enfermera y yo paré mi respuesta en la mejor parte. Mamá se giró hacia el doctor y vi cómo, mientras lo hacía, su rostro cambiaba completamente. Sus rasgos antes tensos se suavizaron y una sonrisa amable reemplazó a la mueca que estaba antes.




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