En medio del pánico todo mundo olvidaba su nivel, eran simplemente personas queriendo escapar de la muerte. Prácticamente todos los cuatro en el autobús empujaron a Sean hacia mí cuando intentaban salir para refugiarse en la seguridad del formatorio. Él estuvo tan aturdido por lo sucedido que no gritó ninguna amenaza, solo permaneció siendo mi obstáculo. Mi cuerpo estaba tan pegado a la ventana que podía sentir el frío del cristal en mi espalda.
Cuando miré lo que pude sobre mi hombro, los estudiantes corrían hacia la puerta de formación inicial que estaba a pocos metros de donde el autobús se detuvo. El conductor intentaba llevar a algunos estudiantes hacia la puerta; corría de un lado a otro levantando a las personas que caían ante el intento desesperado por llegar a la entrada antes de que se cierre. Pero no todos los estudiantes parecían estar en la capacidad de poder caminar, los más pequeños estaban petrificados.
Lo que nos habían enseñado en las clases de seguridad y protocolo fue que, después de la alarma, teníamos alrededor de tres minutos para entrar a algunos de los lugares seguros: el formatorio, la residencia de especialización, la residencia de guardias de La Orden o el complejo de La Orden. Si no llegaban a tiempo, las puertas serían cerradas y su suerte estaba marcada. La única opción era esconderse y esperar no ser encontrados. Si los de afuera encontraban a alguien, se lo llevaban con ellos. Nadie sabía dónde ni con qué objetivo.
La astringente alarma seguía retumbando en mis oídos y no se apagaría hasta que la amenaza haya sido controlada o los de afuera se hayan hartado de destrozar y robarse lo que podían. Pasarían horas, sino días hasta que eso ocurra. Todo quedará devastado y tardaríamos en que el miedo de que vuelva a ocurrir se vaya o disminuya.
Sin pensarlo demasiado, arranqué el cabestrillo de mi brazo y comencé a empujar al cuerpo de Sean. Parecía una piedra inamovible.
—¡Apártate de mí! —grité para hacerme escuchar por encima de la alarma y los gemidos de miedo a mi alrededor. El bus estaba lleno de estudiantes, solo habían escapado los de mayor edad, y los estudiantes nuevos, que eran la mayoría, habían sucumbido ante el pánico y lloraban en los lugares donde les había sorprendido el anuncio del conductor.
En este momento solo podía pensar en una cosa: lograr llegar a un lugar seguro. Tenía una leve preocupación por los intemperie de mi casa, específicamente de Eliel y Venecia; pero ella, junto a los demás, se esconderían en la bodega de emergencia que había hecho papá para ellos, y mi amigo estaría en p09, así que no lo encontrarían. Ellos estaban a salvo.
Está por demás decir que, para cualquier Estación, los intemperie no eran la prioridad a la hora de una invasión de afuera. No los buscarían como seguro estaban haciendo ahora mismo los guardias de La Orden con las familias de tres y hasta con mi madre. A ellos los dejarían a su suerte. Si llegaban a un refugio, bien por ellos. Si no, nadie los recordaría, mucho menos si se trataba de un intemperie menor de diecisiete años. Ellos no constaban en los registros oficiales.
Por eso papá había construido el cuarto seguro para ellos.
Empujaba a Sean con todas mis fuerzas, pero no lograba que se moviera. Escenarios totalmente escalofriantes pasaron por mi mente. No quería que los de afuera me llevaran, mucho menos que lo hicieran junto con Sean, sería la pesadilla de mis pesadillas.
De repente, Sean ya no era mi obstáculo e Ian me miraba con una ferocidad que estaba segura también estaba presente en mis ojos.
—Sacaré a mi hermano, saca a los que puedas. Regresaré. —Fue todo lo que dijo antes de agarrar a su hermano y arrastrarlo a la salida. No esperé más. Fui hacia el más cercano, quien veía todo con mirada distante mientras lloraba silenciosamente. Agarré el brazo del chico y lo arrastré hacia la puerta, pero no logré ni siquiera dar un paso. No hubo aviso previo, la puerta del bus se cerró.
—Mierda —gruñí. Dejé al muchacho y me dirigí a la puerta. Comencé a ingresar los dígitos de mi código para que se abriera, pero no funcionó. Seis estudiantes y yo estábamos atrapados. No dejé de intentar ni siquiera cuando el estruendo de la puerta del formatorio sonó. Se estaba cerrado.
—No, no, no, no. —Los chicos comenzaron a gritar de desesperación, haciendo que la mía creciera—. Por favor, por favor, por favor...
Ingresaba los números, pero no funcionaba. Comencé a cuestionarme si era la numeración correcta, pero estaba tan confundida que no recordaba con exactitud los números y mi mente comenzó a mezclar y reordenar el código. Mis manos temblaban, estaba a punto de colapsar como los cuatro que ahora gritaban por su madre y yo a segundos de gritar por la mía. Comencé a llorar mientras buscaba alguna salida o alguna cosa que sirviera para romper una ventana. No quería que me llevaran; no quería que nos llevaran fuera de Primavera. Por todo el calor de Verano, no quería morir todavía. Había encontrado un propósito ahora. Iba a leerme toda esa biblioteca de la que Elsa hablaba con tanta admiración. Quería estar en el lugar en que mi padre estuvo no sé por cuanto tiempo.