Mi pecho y garganta ardían a tal punto que estaba pensando seriamente en reservarme respirar. Quería evitar la quemazón que provocaba el pasar del aire por mi garganta y que terminaba con mis pulmones en llamas. Parar no era una opción. Ni siquiera mis piernas débiles por la distancia recorrida eran una justificación lo suficientemente fuerte como para parar.
Tenía que llegar a tiempo, tenía que hacerlo.
Aceleré y no tardé más de cinco minutos en llegar. El exterior de la corte estaba parcialmente lleno. Los guardias custodiaban la puerta principal. No esperé más tiempo y entré.
Apreté mis manos en puños, puños tan apretados que sentí la piel desgarrarse por el contacto excesivo de mis uñas. Nadie me prestó atención, nadie pareció darse cuenta de que alguien había abierto la puerta después de haber empezado la sesión. Un hombre en la audiencia estaba de pie y todos lo miraban atónitos. Todos menos yo. Sabía lo que él ya había hecho, lo que yo lo había obligado a hacer.
—No —susurré queriendo detener lo que seguía, aunque sabía que ya no había manera—. No.
—Señor Damos. —Un miembro de la corte pronunció las palabras con los ojos abiertos como platos— ¿Es correcto lo que he escuchado?
—No, no es correcto. —Mi voz sonó como un rugido en medio del silencio inusual, pero todos me ignoraron. Mi voz no tenía importancia aquí.
—Sí, señor. Muy correcto.
—¿Está consciente de las consecuencias de sus palabras? —preguntó el miembro de La Orden sentado en medio del parlamento de madera que se imponía por sobre todo el juzgado. La posición del viejo Clayton se volvió erguida y con orgullo al atraer la atención de todos en la habitación.
El señor Damos asintió.
—No, no es verdad. —Esta vez mi grito fue escuchado por la niña sentada frente al miembro de La Orden. Su mirada asustada se posó en mí— ¡Retráctate! —comencé a implorar. Mis manos temblaban con impotencia. Pero no hizo más que mirarme con el atisbo de no saber qué estaba pidiendo. No fui capaz de aguantar mucho más. Avancé a paso rápido por el pasillo entre las dos filas de bancas de madera a cada lado y ni siquiera me detuvo la reja de madera que separaba el área de la audiencia con el área de la corte. Agarré el hombro de la niña fuertemente y la atraje hacia mí. Cuando la tuve más cerca, apreté su muñeca con mi mano—. Tienes que retractarte —le dije dándole una sacudida a su pequeño y delgado cuerpo. Lágrimas comenzaron a aparecer en sus ojos—. Si no lo haces, te arrepentirás. Cada día desde que abras los ojos hasta que los vuelvas a cerrar, te arrepentirás. Ni siquiera en tus sueños dejarás de sentir culpa. Ni siquiera tendrás tus sueños para escapar.
—Ya es demasiado tarde. —La voz se propagó por toda la sala. Solo aparté por un segundo mi atención de la niña en busca del origen de la voz, tan solo fue un segundo, y cuando volví mi vista hacia ella, ya no estaba.
Ya no había nada, solo yo en medio de una espesa oscuridad.
Me recibió un sonido de algo que iba muy rápido. La luz vino después. El dolor de mi pecho me azotó por completo y la sensación de asfixia no pudo ser ahuyentada ni siquiera por el respirador artificial que cubría mi rostro.
Me estaba muriendo.
Gritos de desesperación llegaron de todos lados. Gritos cargados de miedo y dolor. Nunca en mi vida había escuchado tanto lamento unido. Ni siquiera cuando murió papá.
Sí, sonaba como que estaba muriendo.
Los gritos se fueron en unos segundos y solo quedaron voces que lanzaban órdenes. Luego todo se volvió más liviano. El beep del monitor respiratorio se normalizó; un sonido calmado y pausado, muy diferente a como me sentía ahora mismo.
Esta droga era muy potente para engañar al monitor.
—Creí haberles ordenado que nadie entrara —dijo alguien con voz controlada.
—El chico entró sin que nadie se diera cuenta. No nos ...
—Son guardias de La Orden, no dejen que nadie se burlen de ustedes —dijo la misma voz con falsa pasividad—. No puede hablar con nadie, al menos hasta que La Orden hable con ella primero. Espero que esta vez quede claro.
Me había estado esforzando en mantenerme atenta en la conversación, así que cuando ya no escuché nada, no supe si me había quedado dormida o si ya no había nadie en la habitación. No pude evitar pensar en la razón de por qué La Orden quería hablar conmigo. No estaba segura de qué había hecho esta vez, pero debió ser algo grave. Mamá me había advertido que este día llegaría.