El tiempo pasó más rápido que nunca y con ello el recuerdo de la invasión de los de afuera. Tal vez fue mi percepción, pero los once meses se me hicieron como días. Comprobé que era real lo que decían sobre que el tiempo pasaba rápido cuando disfrutabas de hacer algo. Y yo disfrutaba de ir al paraíso con Eliel y leer tantos libros como pudiésemos.
Me ayudaba a mantenerme ocupada y distraída de los recuerdos.
Pablo seguía siendo un constante pensamiento en mi mente. Me preguntaba si seguiría vivo, si debería seguir vivo o si era mejor que ya hubiese muerto.
Eliel también lo extrañaba. A pesar de que Pablo ya no tenía una amistad conmigo, seguía en contacto con el sin nivel y su hermana. En todo este tiempo habíamos visitado dos veces su árbol. No había cenizas enterradas a un lado del tronco, su cuerpo nunca fue ni será encontrado, el árbol era más un lugar simbólico. Vi a sus padres unas cuántas veces a la distancia. Nunca me atreví a acercarme. Corrían rumores de que los Semeth tenían la intención de jubilarse ya, de permitir que una familia cuatro sea ascendida de nivel. Al parecer afrontar la pérdida de su hijo no era sencillo.
Yo encontré en la lectura un refugio, esperaba que ellos también encontraran el suyo.
¿Quién diría que yo, una chica promedio en cuanto a calificaciones, sería una adicta de libros? Nadie pudo habérselo imaginado, ni siquiera yo. Mi poco gusto por el formatorio no era compatible con mi curiosidad y obsesión por leer nuevas historias.
Las escasas semanas que faltaban para que se acabe otro año de formatorio se me hacían demasiado largas. Y no solo porque quería pasar un día entero en el paraíso con Eliel sin tener que preocuparme por la tarea, o porque finalizara mi primer año de formación media, sino porque estaba hasta la coronilla de tener que escuchar un "feliz cumpleaños" cada día. Era doce de mayo, lo que significaba que faltaban cuarenta y tres días para que acaben los días de Primavera. Hasta entonces tenía que soportar quien sabe cuántos cumpleaños más.
Ahora era el de Melanie. Y solo ella sabía lo que me tenía preparado. Me hizo prometer que la acompañaría a donde sea.
Tenía miedo de ese a donde sea.
Ella y David estarían en mi casa en cualquier momento para ponernos en marcha.
—¿Estás segura de que no sabes a dónde te llevará? ¿Ni una sola pista? —preguntó Eliel mientras metía una botella de agua en la cartera que planeaba llevar.
—Desearía saberlo —murmuré mientras seguía escribiendo las últimas palabras del día en mi diario. Lo empecé a escribir desde que Eliel y yo comenzamos a frecuentar el paraíso de manera regular. Los libros que leía ahí eran impresionantes, la mayoría trataba de un mundo totalmente diferente al nuestro. Los personajes de las historias que devoraba en muy poco tiempo, aunque no menos de lo que le tomaba al intemperie, podían hacer muchas cosas, entre ellas, ir hacia donde ellos quisieran. Ellos no tenían muros. Si tenían dinero, podían ir hacia donde quisieran. El dinero, o mejor dicho, la ausencia de él, era la fuente principal de sus problemas.
Ellos llamaban a sus niveles "clases sociales" y se definían más o menos en relación con cuánto dinero tenían. Si poseían mucho, eran de clase alta o adinerados, una palabra que me pareció muy curiosa; si no tenían mucho, pero aun así vivían cómodamente, pertenecían a la clase media; pero si poseían muy poco dinero y les resultaba difícil sobrevivir, eran de la clase baja o pobres.
Estos eran la mayoría de las personas en el mundo, o en su mundo.
De igual manera me fue imposible no poner en mi mente al mundo antiguo junto al mundo nuevo y compararlos. Los unos y los dos seríamos de la clase alta, porque controlábamos casi todo; los tres y los cuatros eran clase media, poseían cierto dominio y participación en sus círculos de poder; y luego estaban los intemperie como la clase baja o pobres, también eran la mayoría y no tenían nada de poder.
Me reusaba a ser de la clase alta, a pesar de que aparentemente lo era. Lo que había leído de esa clase no era algo bueno. Se aprovechaban de los pobres para hacer más dinero; les hacían trabajar por un pago paupérrimo mientras que ellos se quedaban con la mayor parte de la plusvalía —que era la ganancia en dinero que se obtiene de un producto—. La dinámica económica no era mi fuerte, claro estaba, aunque siempre me esforzaba por entenderla. Me parecía una información bastante importante que comprender.
Toda esa información era la que escribía en mi diario. Para no olvidarlo.
—¡Familia! —gritó Melanie desde algún lugar de la casa. La escuché muy claro.
Cerré el cuaderno con rapidez y lo guardé en el cajón antes de que apareciera por la puerta. Si ella lo veía, me pediría leerlo. Era de ese tipo de chicas que creía que entre amigas no tenía que haber secretos.
La puerta se abrió y apareció ella en todo su esplendor. Sonreía como si acabara de ver a su persona favorita. Entonces me di cuenta de que así era. Miraba a Eliel como los tiburones debían ver a su presa, con atención y deseo.