El crujir de las hojas secas se había convertido en algo que necesitaba escuchar y sentir a menudo. Especialmente en momentos como este, cuando parecía que llevaba el peso del planeta en mis hombros.
Continué caminando. Trataba de concentrarme en el olor húmedo de la tierra y en el sonido que las hojas de los árboles hacían al chocar por la fuerza de la brisa. Sin embargo, era tan difícil. Mi cerebro se esforzaba por pensar en diferentes formas en las que podría salvar a Eliel y mandar al demonio a Sean con su amenaza. Tenía dos opciones: podría decírselo a mamá, si le rogaba lo suficiente, tal vez salvaría a Eliel de alguna forma, y condenaría de exilio a Sean; o podría quedarme callada y esperar a que Sean no me siguiera amenazando. El problema con ambas opciones era que ninguna era segura.
Dios, con todo lo que había pasado, mi cabeza sí que dolía.
Cuando llegué a casa después de haber estado un día entero en la residencia de La Orden, no pude soportar mi habitación. Necesitaba pensar con claridad y estar en ella me ponía triste de muchas maneras. Estaba llena de recuerdos de Claire y Eliel, y los dos se habían ido de mi vida, de formas distintas, pero ido al fin. Así que había escapado por mi ventana, cosa que no hacía hace muchísimo tiempo.
Se sintió bien mientras bajaba por la reja. Nadie se dio cuenta, al menos hasta que ya llevaba un buen tramo de bosque. El trayecto hacia el muro aclaró mi mente lo suficiente como para distinguir mis prioridades.
Me detuve cuando llegué al fin del bosque y entró en mi campo de visión el muro. El sol brillaba el día de hoy, dándole un poco de calor a mi cuerpo, aunque seguía sintiendo frío. Me senté utilizando como apoyo al tronco de un árbol y permanecí ahí por horas.
Traté de encontrar una solución a todos mis problemas, pero no había ninguna de la que pueda encargarme yo misma y a la vez confiar en su éxito. Imaginarme a Eliel fuera de los muros no era algo agradable. Tal vez sobreviviría un poco más de tiempo que las demás personas, pero inevitablemente moriría. Y solo podía ver una muerte dolorosa para él, se rumoraba que eso es lo que hacían lo de afuera de los muros.
Las lágrimas inundaron mis ojos.
Esto parecía ir de mal en peor con mucha rapidez y descubría que era casi inútil para detenerlo. Y todo era por mi culpa. Debí haber sido mucho más cuidadosa, no debí dejar que los demás me vean con Eliel. Lo sobreexpuse y ahora estaba en peligro. Venecia tenía razón, yo sería la perdición de su hermano. Lo peor es que lo supe desde un principio, pero fui muy egoísta al querer conservar a mi amigo porque no quería sentirme tan sola. Tal vez si lo hubiese alejado mucho antes, Eliel no habría tenido sentimientos hacia mí.
Recordé una conversación que tuvimos hace mucho.
—Dime algo —le dije en esa ocasión—. Si no hubiera la estúpida división de niveles y, por supuesto, no fueras un intemperie, ¿estarías con Melanie?
—No lo sé. Es una chica muy agradable, pero… —había respondido— ¿Y tú?
—¿Si estuviera con Melanie?
—No —soltó una risa ante mi pregunta—. Me refiero a que si estuvieras con alguien que se supone que no puedes. Ya sabes, un intemperie tal vez.
No me di cuenta de ello y ahora me sentía estúpida. Me lo había preguntado casi directamente y no me di cuenta. Debía empezar a leer entre palabras. Mirar el contexto.
Escuché un ruido cerca de mí y me puse alerta. Después de unos segundos se repitió e inmediatamente me puse de pie y me pegué al árbol. Seguro eran guardias de La Orden. A mi derecha se escuchó el crujir de las hojas secas y me apresuré a rodear el árbol conforme quien venía se acercaba a mí.
Caminé esquivando las raíces salientes y evitando las hojas secas de alrededor. Me detuve cuando mis ojos se encontraron con otros. Cubrió mi boca con su mano antes de que pudiera lanzar el grito que estuve a punto de dejar salir. Agarró mi cuerpo y me arrastró hacia atrás con rapidez. Mientras nos alejábamos, pude ver a un grupo de guardias esparcidos en el lugar donde acaba de estar. Eran demasiados para una simple inspección. Agarró mi mano y comenzamos a correr como si nos estuviera persiguiendo alguien. Y ciertamente, podía ser el caso. Pasó unos diez minutos y no pude dar un paso más. Mi corazón latía a mil por hora y mis piernas quemaban dolorosamente.
—No puedo más —dije cuando al fin nos detuvimos—. Lo siento, pero no puedo.
—¿Por qué? ¿Tienes un ataque de pánico? ¿Te duele algo? ¿Necesitas…
—Mamá —La interrumpí—. Solo estoy cansada, eso es todo.
Mi madre me quedó viendo por un momento, parecía que quería decir algo, pero no encontraba las palabras.
Yo ya me comenzaba a preparar para el regaño.
Me arrimé al árbol más cercano y deslicé mi cuerpo lentamente para quedar sentada. Lancé un suspiro de alivio, mis piernas me lo agradecieron. Mamá siguió callada mientras iba de un lado a otro, murmurando cosas que no alcanzaba a escuchar y halando su cabello cada tanto. Se detuvo de repente y eso llamó mi atención. Comenzó a acercarse y se agachó hasta quedar al nivel de mis ojos.