Un día más en mi habitación e iba a tirarme desde la ventana. Eso sería por mucho lo más interesante de la última semana. Tenía que hacer algo para menguar mi aburrimiento.
En mi primer día atrapada en las cuatro paredes que comenzaba a odiar, mamá me había traído un libro para pintar. Eso había servido durante más o menos dos días, después me cansé de colorear árboles y flores. Luego me trajo a Melanie y David y fue una buena idea, aunque los primeros treinta minutos hayan sido incómodos porque no sabía qué decir y luego Melanie comenzó a llorar porque, según ella, era su culpa que yo haya encontrado el cuerpo de Claire.
—Yo nunca te habría dejado salir del bar sola —repitió cuando por fin dejó de llorar. Un hipo salió cuando acabó de hablar—. El idiota, pero muy guapo, de Hernán Alarcón quiso hacerme ver como la loca que siempre busca pelea y tenía que ponerlo en su lugar. Eso me distrajo. Cuando empecé a buscarte, ya no estabas. Desapareciste después de haberte escapado de David. Y no, no te estoy culpando para nada, al contrario, es mi culpa...
—No es tu culpa, quería salir de ahí y luego pasó lo que tenía que pasar. —La interrumpí cuando noté que iba a llorar de nuevo—. Las cosas se dieron así.
—No te volveré a dejar sola, te lo prometo. —Y se acercó a mí y me dio un abrazo muy prolongado.
Hablamos durante horas, hasta que Gutiérrez le dijo a Melanie que había acabado su turno y que se marcharían a casa juntos. Ahí fue cuando David y yo nos enteramos de que el hermano de Melanie era mi niñera en las tardes. Es decir, sabíamos que tenía un hermano que era guardia de La Orden, pero no lo conocíamos.
Cinco días después, todavía seguía pensando en todo lo que me habían contado.
Me dijeron que todo era muy raro en el formatorio, que la mayoría de las chicas no iba a clases y que las pocas que llegaban eran constantemente vigiladas. El padre de Melanie, según ella, no la dejaba ni respirar, pero era la única manera de mantenerla segura. También dijo que la chica que había encontrado a la intemperie en el baño fue Amanda Cortés, y que no había ido al formatorio ni se la había visto desde entonces.
David nos contó que a su padre le habían dicho que Amanda estaba en el edificio de rehabilitación social, porque no lo estaba llevando muy bien. Entendía perfectamente por lo que estaba pasando. Yo me despertaba muy asustada durante las noches por culpa de las horribles pesadillas. Y saber que todavía no habían logrado averiguar nada de la persona que estaba acechando a las chicas, no me tranquilizó. No me podía explicar cómo podía ser posible con todo el control que tiene La Orden sobre todo y todos.
Golpearon la puerta de mi habitación y despegué la mirada de la ventana mientras aparecía una persona que no estaba esperando. Cuando me vio, sonrió. Barrí con la mirada todo lo que tenía cerca, buscando algo que me sirva como arma. Vi las pinturas esparcidas en mi cama y corrí a atrapar una.
—Tranquila, que no vine con intención de pelear —dijo Sean con una sonrisa mientras cerraba la puerta. Su cara era un mapa de moretones.
—Si fuera cierto, entonces no hubieses venido —dije apretando la pintura en mi mano—. Así que te aconsejo que no te acerques a mí, al menos que quieras una pintura color azul enterrada en tu cuello.
—Sabes que te detendría en cuanto muevas un músculo —dijo acercándose aún más.
—No pongas a prueba esa teoría —le advertí levantando la pintura.
Sonrío y acomodó su abrigo. Pasó una mirada por todo mi cuerpo. Llevó su mano a sus labios y se los acarició. Sentí una necesidad de cubrirme, aun si mi pijama dejaba muy poca piel descubierta.
—Creí que teníamos un trato, Laia. Pero se te fue la lengua —dijo mientras se detenía—. Si embargo, admito que debí esperarlo, eres muy cercana a mi hermano.
Uní las piezas y supe lo que había pasado. Ian lo descubrió de alguna forma y enfrentó a su hermano. Los dos habían terminado mal de esa pelea. Negué con la cabeza.
—Queda por demás decir que tu mascota tiene los días contados.
—Yo no dije nada —dije rápidamente—. No sé cómo lo supo, pero yo no dije nada.
—Por supuesto que no lo hiciste. Pero debiste controlar la boca del dos. Ese White me está causando muchos problemas. Más de los que sabía que me traería —dijo con la voz llena de rencor—. Aunque no le ha dicho a nadie más y me pregunto por qué —comenzó a acercarse de nuevo—. ¿Por qué, Laia? ¿Qué le diste?
—¿Qué quieres decir? —pregunté mientras me alejaba de él.
—No hay nada que le puedas dar a un dos que no lo tenga ya —reflexionó—. Y siempre me pregunté cómo es que nunca has provocado rumores de romances. ¿Cómo mantienes en secreto a esos chicos, querida Laia?
Comenzaba a entender por dónde iba la conversación.