Intemperie | Libro 1 | Saga Estaciones

Capítulo Veintiuno

—¿Dónde está? —preguntó Melanie cuando acabó de examinar mi muñeca—

—¿Dónde está? —preguntó Melanie cuando acabó de examinar mi muñeca—. ¿Dónde está? Porque lo mato, por todos los inviernos que lo mato.

Comenzó a dar vueltas por todo el baño. Se tomaba de los cabellos, se apretaba las manos entre sí, se sacó su abrigo y se quedó en la camisa blanca de manga corta que usábamos siempre. Comenzó a abrir las puertas de los cubículos con la mano, haciéndolas resonar por toda la habitación.

Ya no sabía qué hacer para menguar su ira.

La verdad no estaba en mis planes revelárselo, mamá dijo que me mantuviera callada mientras ella arreglaba todo. Pero no contaba con que durante la comida se subiera un poco la manga de mi abrigo y Melanie haya visto el moretón en mi muñeca. Temprano, mientras me preparaba para el formatorio, noté los moratones esparcidos por mis brazos, pero había hecho un buen esfuerzo en ocultarlos de todos. Incluso los había olvidado brevemente.

Pero cuando Melanie me arrastró fuera del comedor y me encerró en el baño para exigir que me quite el abrigo, supe de inmediato que había notado algo. No se los iba a mostrar, pero cuando empezó a decir que le arrancaría los cabellos a Dana pensando que ella los había causado, tuve que confesar todo. Quise evitar llorar, pero a medida que le contaba todo, y todo significaba todo, terminé haciéndolo.

Me sorprendí a mí misma contándole acerca del paraíso y todo lo que hacía con Eliel ahí. Al principio no me creyó, me costó trabajo que creyera que hay una habitación bajo tierra, que solo Eliel y yo conocíamos. Tuve que recordarle todas las veces en las que me descubrió diciendo palabras que ella no entendía, mostrarle el collar que papá me había dejado y que llevaba puesto. Cuando ya no me veía como si necesitara que me evalúe un doctor, supe que logré convencerla.

Por más egoísta que suene, sentí un gran alivio ya que ahora el peso de mis secretos no yacía solo sobre mis hombros.

—Mamá hará algo —dije tratando de calmarla. Solo había subido la manga del abrigo para que vea el moretón de la muñeca, no me quería imaginar cómo se pondría cuando vea los que tenía en los brazos—. Pero creo que tomará un tiempo, porque me prometió que ayudará a Eliel también y no tengo idea de cómo lo hará.

—Por supuesto que lo hará, ¿pero mientras tanto qué? —Dejó la pregunta en el aire. Se puso las manos en las caderas—. Mientras tanto está aquí, junto a ti. Porque déjame decirte que lo vi en la mañana, como si nada —soltó un gruñido—. Por lo menos Ian le rompió la cara.

—Y Sean también se la rompió a él —mencioné al recordar los moretones de su cara.

Nos quedamos calladas un tiempo, aunque Melanie lanzaba gruñidos cada cierto tiempo. Apoyé mis manos en la fila de lavamanos y me vi en el espejo. Ni los anteojos lograban disimular las ojeras. Los bordes de mis ojos estaban rojos por el reciente llanto y mi mirada seguía vidriosa. Odiaba la manera en que se notaba cuando lloraba.

—¿Dices que tú madre no sabe de ese lugar? —preguntó. Me miraba a través del espejo. Negué con la cabeza. Suspiró y comenzó a atarse el cabello en una coleta—. Creo que es mejor que se lo digas. Para mí es más grave ese secreto que el que Eliel sepa leer.

—No puedo contárselo, perdería la cabeza. No volvería salir de mi casa en la vida y enviaría a Eliel a servir en otra casa. Tú no conoces a mi madre —dije de repente nerviosa—. No puede saberlo nadie más.

—¿Por qué me lo dijiste a mí? —cuestionó poniendo sus manos sobre sus caderas de nuevo. Lo hacía cuando se frustraba—. Sabes que mi boca es más suelta que los pantalones de mis ex —se quejó.

—No es cierto —la contradije—. Esto te lo guardarás, solo lo sé.

—Solo porque me jodería la vida de contárselo a alguien —aceptó. Sonreí.

—Sí, por eso y porque eres una buena amiga —agregué. Negó con la cabeza.

—Tú no lo eres.

—Lo sé. —Estuve de acuerdo.

—¿Sabes? Cuando te conocí —empezó diciendo—, estaba tan envidiosa de ti. Ahora ya no, por si acaso, hace muchísimo tiempo que dejé de estarlo. —Su confesión me sorprendió porque nunca había actuado como si me rechazara de alguna manera. Nos miramos por unos segundos y ella sonrió, una sonrisa superficial y llena de vergüenza, y luego comenzó a caminar de un lado al otro—. Estaba tan enojada por el hecho de que estuvieras en mi misma clase, eras la privilegiada, la que lo tenía todo. Y cuando me pidieron ser tu tutora, simplemente lo odié.

>>Comencé a envidiarte porque tú no tenías los mismos problemas que yo. Tú no necesitabas que alguien te elija para un voluntariado, tú nos eliges. Y lo tenías todo, y si por alguna razón no lo tuvieras, lo conseguirías. A mis ojos, tu vida era perfecta. —Se detuvo y antes de mirarme, suspiró como tratando de reunir el coraje para hacerlo—. Pero entonces comencé a notarlo, verlo, escucharlo. Todo el mundo estaba tan al pendiente de lo que hacías, aunque fuera de lo más insignificante. Te sentabas y hablaban, no lo hacías y hablaban igualmente. Las pocas veces que salíamos, todos te miraban, te seguían con los ojos como si su vida dependiera de ello. Y si cometías un error —bufó sin diversión alguna—, no permitían que lo olvidaras. No me imagino cómo debe ser una vida en la que te recuerden cada día los errores que pudiste haber cometido. El error que cometiste. —Y supe a qué se refería con lo último. Lo que hice cuando era niña era algo con lo que tendría que lidiar por el resto de mi vida—. Y entonces supe que no era perfecta. Que estaba muy lejos de serlo —calló después de que dijera eso.




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