Intemperie | Libro 1 | Saga Estaciones

Capítulo Veinticuatro

Hice memoria de en qué libro había visto el término milenial

Hice memoria de en qué libro había visto el término milenial. Sin duda lo leí alguna vez, pero no recordaba qué significaba.

—Sigan viendo. —Ordenó Gutiérrez cuando nos lo quedamos viendo para que nos explicara qué significaba lo que acabábamos de escuchar—. Después se aclarará todo.

Lo mismo decía Eliel cuando le pedía que me explicara algún libro que no entendía. Dudaba en las palabras de ambos, pero de todas formas no insistí.

Es el año dos mil veintisiete, treinta de septiembre. —Elsa levantó hasta su pecho unas hojas de papel que reposaban en sus piernas, dejando vislumbrar lo que parecía un periódico. La cámara hizo un acercamiento y enfocó la fecha. Era verdad, los números y las letras indicaban que era esa fecha. La cámara volvió a enfocarla—. Tengo otra cosa que lo demuestra. —Agregó. Dejó el periódico y metió su mano en el bolsillo de su chaqueta militar. Mostró a la cámara un rectángulo de tamaño de la palma de su mano. Melanie lanzó una maldición cuando el objeto se encendió—. Este es un celular —indicó. Dirigió la pantalla hacia su rostro y comenzó a pulsar en ella como si tocara un piano. La cámara volvió a acercarse cuando acabó.

El pequeño aparato que la mujer había sacado de su bolsillo brillaba y había una imagen muy nítida que mostraba muchas cosas: la palabra escrita en el centro con diferentes colores decía Google y más abajo se leía “fecha de hoy”. En letras más grandes ponía “jueves 30 de septiembre de 2027, fecha en Labranzagrande, Boyacá”.

Me costó mucho asimilar lo que veía, porque el celular que mostraba era muy diferente a los pocos que teníamos. Era más pantalla que teclas, incluso no podía ver ningún botón en la estructura del aparato.

—Esto tiene que ser una broma —dijo Melanie con sus ojos pegados en la pantalla, tratando de capturar cada elemento de la imagen que se presentaba.

Aquí dice la fecha y el lugar donde estamos. Pueden buscarlo en un mapa, no estamos mintiendo. Este no es un juego o una broma. —Agregó como si hubiera escuchado a mi menor amiga. Ella se alejó un poco de la pantalla del computador, sorprendida también. Elsa dejó el periódico y el celular a un lado—. Hace siete años hubo una pandemia muy grande en el planeta. Todos los continentes fueron arrasados, dejando millones de muertos. Por su puesto, casi el cien por ciento fueron personas pobres. En este mundo mueren y van a la cárcel los que no tienen dinero para defenderse. —Se lamentó—. Llamaron al virus la peste roja. ¿Se imaginan por qué? Porque terminabas con los pulmones llenos de sangre en lugar de aire. Fue tan resistente que solo después de un año pudieron encontrar algo relativo a un tratamiento, muy ineficiente, pero ya era algo. Sin embargo, hasta que eso pasó, ya fue demasiado tarde para muchos. Las grandes ciudades quedaron menguadas en habitantes, algunos pueblos se extinguieron. Pero fueron las personas en los campos los que sufrieron más que todos, a pesar de que la peste roja llegó allí hasta mucho después. Allí nunca llegó la ayuda, se puede decir que no les interesó. Ni siquiera a los organismos humanitarios. Había rangos: primero salvar a los profesionales, luego estaba la mano de obra no calificada de las ciudades, y de últimos los simples campesinos. Ellos quedaron devastados en el primer pico epidemiológico. Ni una sola persona en pie. —La indignación y la ira se notaba en cada una de sus palabras. Las lágrimas hacían brillar sus ojos—. Fue el fin y el principio de todo.

La mano de Melanie apretó mi muñeca un poco, en señal de que también estaba llena de ira. Yo tenía un nudo en la garganta que no se iba por más que tragara. Eso era exactamente lo que pasaba ahora con los intemperie; nunca eran la prioridad ante ninguna situación, a pesar de que eran los que mantenían vivas a todas las estaciones.

Pero no pasó mucho tiempo para que se dieran cuenta de su error. —Se burló con ganas, aunque sin alegrarse por completo—. Pasaron por alto el hecho de que, sin ellos, no había comida. Fue una gran patada en el culo. Yo lo veo como la venganza de cada campesino muerto en sus frías casitas de tierra. Fue como su grito final. “¡Hey, estúpidos! A ver quién les da de comer”. —Negó con la cabeza, cerró sus ojos por unos segundos y tomó una respiración. Todavía sin mostrar sus ojos, siguió hablando—. Efectivamente, nos estábamos muriendo de hambre. El mundo había llegado a un punto en el que se tomaba precaución para todo. ¿Qué tal si se acaban las semillas? Pues creemos una reserva mundial muy bien resguardada. ¿Qué tal si se acaba el petróleo? Pues creemos otras formas de conseguir energía. ¿Hay calentamiento global? Pues cuidemos el planeta, menos CO2, menos plástico, reciclaje, etc., etc., etc. Todas luchas válidas, no digo lo contrario, pero ¿y las personas? ¿Qué pasaba si lo que escaseaban eran las personas? —Abrió los ojos al fin. Un sentimiento de impotencia se arremolinaba en su rostro—. Ya se hablaba de que, a medida que pasaba el tiempo, había menos personas en los campos y que sería un problema, pero ¿se lo tomó en serio? Obviamente no. Pasamos de morir por la peste a morir de hambre, o ambas. Afuera las cosas eran un infierno, llegaban hasta matar por un par de tomates. No supieron qué hacer al principio, los gobiernos sabían que tenían que actuar, de lo contrario los privilegiados tendrían una revuelta en sus manos. Tenían que crear una solución rápida y eficiente, que no perjudicara sus intereses. Y vaya que la encontraron.




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