Intemperie | Libro 1 | Saga Estaciones

Capítulo Veintiséis

Volver a casa no era una opción

Volver a casa no era una opción. A eso había venido Eliel, a darme ese mensaje de mamá. Debía permanecer con La Fuerza.

Nicolás Clayton tenía sus propios planes con respecto a mí, porque trajo a toda una legión de guardias resguardando su espalda. Venía a llevarme a la residencia de La Orden. Se veía muy pequeño alrededor de los hombres que lo cuidaban. Los integrantes de La Fuerza al principio se reusaron a dejarme ir, según ellos, nadie más que mi madre podía recogerme.

Recogerme. Ni que fuera una niña en la guardería.

Al final terminé por acompañar a Nicolás debido a que me lo ordenó. Me tragué mi orgullo y dejé que me conduzca a su casa. Melanie y su hermano, quien apareció para evitar una pelea entre La Fuerza y La Orden, estuvieron fielmente a mi lado a lo largo del camino.

Una pensaría que habían traído un auto con ellos, pero no, tuvimos que ir todo el recorrido a pie. Soporté cuarenta y cinco minutos de silencio incómodo antes de llegar al centro de la ciudad. Durante ese transcurso de tiempo, solo se escuchó el ruido de las botas de los veinte guardias que nos acompañaban. Los muchachos de boina roja quedaron atrás, al igual que Eliel, quien vio todo desde la distancia, sin atreverse a acercarse después de nuestra pelea.

La lista de personas en las que confiaba se reducía más.

Por Primavera, me dolía mucho la cabeza de tanto pensar. Me estaba devanando los sesos para tratar de descubrir cuál debería ser mi siguiente paso. Se me ocurría hablar con mamá primero, gritarnos un poco mutuamente, pedirle que me dijera absolutamente todo lo que no sabía y que ella sí. Si lograba entender cuál era la participación de Marcos Clayton, los White, Orlando Monte, e incluso de Eliel y Gutiérrez, tal vez descubriría qué es lo que yo podía hacer en todo esto, intentar lo que ellos no han hecho.

Me faltaba saber si las demás estaciones estaban involucradas, porque sería mucho más sencillo hacer algo si se involucra a Invierno, Otoño y Verano. Si los intemperie de todas las estaciones comenzaban a manifestar su insatisfacción, seguro se conseguía algo grande para ellos. A La Orden no le quedaría más remedio que ceder a sus demandas, ya que los sin nivel eran muchos y podían llegar a hacer algo peor que exigir derechos.

Ya lo había leído en varios libros. Las clases sociales siempre recurrieron a la lucha para conseguir un mejor estilo de vida. Que yo recuerde, ningún derecho se conquistó porque lo pidieron de favor; se lograron con grandes revoluciones.

De lo contrario, nunca hubiesen tenido éxito.

Solo tenía que encontrar la manera de abrir los ojos de los sin nivel, hacerles ser conscientes del poder que tenían. Y no iba a ser una tarea sencilla, porque en sus cabezas yo era una de las personas de las que tenían que cuidarse.

Llegamos al lugar donde empezaba el centro de la ciudad. Pudimos haber tomado el camino menos concurrido, pero no. El menor de los Clayton y yo no estábamos en la misma página, porque eligió el que nos obligaba a pasar por la plaza. Me lo quedé viendo, porque sabía que sus movimientos nunca eran al azar.

Melanie me miró con duda en sus ojos, ya que su hermano comenzaba a inquietarse por la cantidad de personas reunidas en el lugar. Algo había de diferente aquí, todos los que lograba reconocer eran personas de nivel. ¿Dónde estaban los intemperie? Siempre estaban de aquí para allá cumpliendo mandados y ahora estaban ausentes.

La mayoría parecía estar más interesada en lo que pasaba en el centro de la plaza. Todos rodeaban ese punto en específico.

—La ciudad luce más limpia desde esta mañana —comentó Nicolás—. No hay necesidad de ver a los intemperie a cada instante, pueden ser invisibles si queremos que así sea.

—¿Queremos? —preguntó Melanie. El uno separó la mirada del punto donde se concentraban muchas personas para mirarla.

—Exacto, queremos —respondió.

—¿Quieren mantenerlos recluidos en las sombras? —pregunté intentando no alterarme. Nicolás pensó en su respuesta por un largo tiempo. Abrió la boca.

—Si es que no molestan también ahí. —Contestó de vuelta—. Las ratas incomodan hasta en esos lugares donde nadie quiere estar.

Sentí que mi piel se desgarraba por lo fuerte que apretaba mis puños. Las uñas se clavaban en mi carne y ni eso logró apagar un poco la llama de ira que comenzaba a crecer a pasos agigantados. Por qué se les había metido en la cabeza desaparecer a los sin nivel no sabía, pero podía adivinar, incluso acertar, que una sola mente estaba atrás de todo esto. El viejo Clayton no conocía los límites.

—Nicolás. —Lo llamé. Él puso su atención en mí, al igual que las personas que nos rodeaban—. ¿Desayunaste el día de hoy? —A todos les sorprendió mi pregunta, porque a simple vista no tenía ningún sentido en este contexto. De todos modos, respondió que sí. Asentí—. ¿Y qué fue? ¿Pan? ¿Tal vez avena con fruta? —Permaneció callado, observándome para adivinar a dónde iba con todo esto—. ¿Sabes qué? No importa. Tengo otra pregunta para ti. ¿De dónde crees que vino cada gramo de comida que desayunaste?




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