Cuando el grandulón, que juraba salió de una de las paredes, se me echó encima, me jodió alguna costilla, porque de otra forma no explicaba el dolor a mi costado cada que hacía mínimo movimiento. Me lo había ganado por intentar estampar la jeringa en uno de los ojos de la enfermera o el oficial. Lo haría de nuevo, aunque eso signifique otro cuerpo de puro músculo encima del mío.
Ahora tenía que hacer un esfuerzo sobrehumano para acomodarme en la cama, porque era doloroso. Incluso si no me movía, dolía.
No se lo había puesto fácil a ninguno, dejé patas arriba esa habitación y logré alterar lo suficiente a la enfermera como para que se fuera. Si no lo hubiera conseguido, me habría picado el brazo con tantos intentos de sacar sangre como pudiera fingir.
Terminó por sacarme sangre un muchacho que parecía estar en medio de sus veintes y después de eso, estuvo el interrogatorio. El oficial se aseguró de hacerlo lento y tortuoso, haciendo cada pregunta demasiado personal como se le ocurriera. Mi rostro terminó en llamas, tanto por la vergüenza como por la ira. ¿A quién se le ocurría preguntarle a una chica con cuántos chicos ha estado? Fue demasiado irrespetuoso y fuera de lugar. Sabía que su objetivo era desconcertarme, debilitarme mentalmente para que confesara. Pero no logró sacarme ni una sola palabra que no quisiera decir.
Al final él estaba cansado, yo estaba cansada, así que me dejó ir. Tan entretenido como sonaba mi pequeño paseo, no quería volver a mi celda. Estar encerrada no me hacía sentir segura, sobre todo porque yo no tenía el control sobre quién entraba o salía.
Cuando llegó la hora de mi audiencia, estaba malhumorada por la falta de sueño. Al menos no me obligaron a vestir el overol naranja que usaban los acusados y me dieron ropa que mamá había dejado.
Llegamos a la corte temprano para evitar la aglomeración de personas y nos encerraron a Roth y a mí en una pequeña celda hasta que llegara la hora del juicio. El lugar no tenía nada parecido a una silla, por lo que tuve que sentarme en el suelo. El dos junto a mí permanecía callado, pero podía ver en sus ojos que, si los guardias no estuvieran a cada lado de la celda, me hablaría. Yo también lo haría, sin embargo, cada palabra mía iría acompañada de un golpe. Estaba muy enfadada con él.
Roth se arrastró en la pared y terminó a mi lado, sentado con una de sus piernas encogidas. Traía ropa diferente a la de ayer, pero aún se veía desaliñado, al igual que yo.
—¿Estás bien? —preguntó en voz alta. Mi ira aumentó. ¿Por qué pensaba que podía estar remotamente bien? Nadie en mi lugar lo estaría.
—He tenido días mejores —respondí en lugar de enterrarle mi puño en la garganta—. Aunque no lo parezca últimamente.
—Pronto acabará esto, solo tenemos que decir la verdad —dijo sin mirarme a los ojos, porque era completamente mentira cada una de sus palabras.
Él inició esto, pero no podía culparlo por completo ya que yo lo había permitido. Supe que sería un problema cuando lo vi en el comedor de mi casa aquel día, incluso la misma Venecia lo había predicho. Él será el que te hará caer. Pues casi, pero todavía no, aún me quedaba una salida, la última de ellas. Dudaba que después de esta tenga tanta suerte.
—Eso espero —murmuré. Me puse de pie y me apoyé en la pared contraria a la que estaba apoyado, dando por terminada la conversación.
¿Él tendría el mismo dilema que yo? Porque no estaba ni remotamente cómoda con mentir sobre lo que había pasado.
Un rato después, los guardias estaban listos para llevarnos.
Caminamos por el delgado pasillo y fue silencioso al principio, nada más que nuestras pisadas se escuchaban, pero entonces los oí. Las personas ya estaban parloteando por toda la sala y el ruido que causaban hizo que los vellos de mis brazos se levantaran con desagrado. Las multitudes sí que llegaban a desconcertarme un poco. Abrí y cerré mis manos para eliminar el nerviosismo que había comenzado a crecer en mi estómago y estaba a punto de causarme vómito. Alguien me empujó para que avanzara, porque no me había dado cuenta de que me detuve.
—Hazlo de nuevo y tendrás la huella de mi zapato grabada en tu cara. —Advirtió Roth.
Eso hizo que me pusiera más ansiosa.
Nos detuvimos frente a una pequeña puerta de madera y esperamos hasta que los guardias recibieran las órdenes para abrirla y dejarnos en medio de la corte. Cuando sonó la estática de la radio de uno de los hombres que nos escoltaban, tomé una profunda respiración porque la necesitaba antes de tener que enfrentarme a lo que venía.
La puerta se abrió y un par de flashes me cegaron, logrando que posara mis ojos en el suelo. Sabía que estaba caminando, pero era como si algo más hubiese tomado posesión de mi cuerpo, porque no me sentía como yo misma. Los guardias nos sentaron a Roth y a mí uno al lado del otro y se colocaron a nuestros extremos para vigilarnos de cerca. ¿Que esperaban? ¿Qué salgamos corriendo en medio de un centenar de personas?