Intercambio de Corazones

7. Me lo debes

—¡La policía! —gritó un chico, y el pánico se esparció como fuego entre las llamas de la celebración.

—¡Vamos! —dijo, tirando de ella, bajando las escaleras hacia la salida.

El corazón de Alexa latia con fuerza, no procesaba nada de lo que ocurría. Primero con el chico que quiso propasarse con ella, que si no fuera por Arkady podría haber pasado cualquier cosa. Luego la llegada de la policía. ¿Qué hacia ahí la policía? ¿Y porque todos huían? Ella no entendía nada porque jamás había asistido a una fiesta. Arkady sin embargo sabía muy bien lo que pasaba, y lo que había en esa fiesta no eran solo refrescos.

Los chicos comenzaron a correr en diferentes direcciones, algunos saltando por la ventana, otros corriendo hacia el jardín trasero. Alexa sintió que el corazón le latía con fuerza mientras seguía a Arkady, quien no soltaba su mano.

Desprendiéndose de la multitud y desbordando adrenalina, Arkady guió a Alexa hacia su lujoso Maserati, que estaba aparcado a unos metros en la entrada.

—¡Rápido, súbete! —urgió, abriendo la puerta del coche. Alexa se subió sin dudarlo, sintiendo una mezcla de emoción y miedo.

Arkady se acomodó en el asiento del conductor, encendió el motor y, en un instante, las luces del Maserati brillaron. Pisó el acelerador, y el coche rugió mientras se lanzaban a la avenida, dejando atrás los ecos de la fiesta y el caos que habían dejado la llegada de los uniformados.

—¿Estamos a salvo? —preguntó Alexa, todavía un poco aturdida.

—Por ahora —respondió Arkady, mirando por el retrovisor, sus ojos destellando con una mezcla de adrenalina y travesura.

—¿Por qué todos huyeron, porque nosotros huimos? ¿Qué hicimos?

Arkady solo sonrió. —No querrás averiguarlo, si quieres volvemos e intenta hablar con los oficiales. Solo que vas a tener que llamar a tu padre para que te saque de la cárcel.

Alexa abrió muy grande sus ojos, sin entender nada.

La esencia de la fiesta se desvanecía en la distancia, y por un momento, solo existía la carretera iluminada frente a ellos.

De pronto el Maserati rugía como un animal descontrolado, mientras Arkady apretaba el volante con tanta fuerza que sus nudillos se volvieron blancos.

—¿Qué se suponía que hacías con ese chico en la habitación? —demandó, su voz tensa y llena de celos.

Alexa jadeó, sorprendida por la acusación. Aquel momento de calma se había transformado en un torbellino de emociones.—¿Qué insinúas? —respondió, su voz alterada—. Ese chico quiso sobrepasarse, yo me hacía pis encima, busqué el baño y cuando salí ese idiota no me quiso dejar salir.

Arkady seguía mirando al frente, sus pensamientos luchando entre la rabia y la protección. Aceleró, el automóvil zumbando mientras se adentraban en la noche, el paisaje difuminándose a su alrededor.

—Deberías tener más cuidado Alexa —dijo finalmente, su tono más suave, pero aún cargado de frustración.

—No fue mi culpa. Donde iba a saber yo, que intenciones tenía.

—No elegí estar en esa situación —se defendió.

—Pues me lo debes —dijo Arkady.

—Pues te lo agradezco —respondió, decidida.

—¿Además qué hacías en la fiesta? —dijo Arkady, su voz cargada de reproche—. No estabas invitada.

Las palabras sonaron como un golpe, y Alexa apretó los dientes al escuchar semejante cosa. Ahí estaba el idiota de siempre, cuestionando su presencia y poniendo en duda su derecho a estar allí. Ya era demasiado bueno para ser verdad, pensó con amargura.

—¡Todos estaban invitados! —gruñó Alexa, su voz reflejando la frustración acumulada.

—Tú no —replicó Arkady, su tono firme y sin matices. Esa palabra dolió como una puñalada; una opresión se instaló en su pecho, acentuando la tensión entre ellos.

Alexa lo miró, sintiendo cómo el aire se cortaba entre ellos. En ese instante, todo lo que había sentido por Arkady se mezclaba con la ira y la decepción.

—¿Qué te hace pensar que puedes decidir quién puede estar en una fiesta? —dijo, con la voz temblando por el resentimiento.

—Puedo, y tú no estabas invitada —volvió a decir.

—Tú no eres parte de nuestro mundo, tu lugar es en tu casa, con tus libros y tus películas de romance cliché, mientras peinas tus muñecas y tomas el té.

Alexa apretó los dientes entre sí, y clavó sus uñas en el cuero de su pequeña cartera.

—Eres un idiota, un bruto, un… —Alexa no podía continuar, la rabia y la frustración la ahogaban.

Arkady frenó su auto de golpe, el sonido de los frenos resonando en la noche. La tensión en el aire se podía cortar con un cuchillo.

—Bájate del auto de este bruto entonces —le dijo, mirándola fijamente mientras apretaba la mandíbula, sus ojos ardían con una mezcla de furia y desconcierto.

Ella podía sentir el latido de su corazón acelerarse al mirarlo; había veces que su ira la desbordaba y quería darle un puñetazo en su linda cara.

—Y tú te crees la sabelotodo, Alexa, la chica inteligente. No sabes cuánto odio verte y escuchar tu voz chillona todos los días —dijo Arkady, su tono cargado de rabia contenida.

Alexa pestañeó rápidamente, intentando contener las lágrimas que amenazaban con asomarse. Estaba cansada de su actitud, de los constantes comentarios hirientes. Sin poder más, bajó del auto con un portazo que resonó en la noche como un trueno.

Instintivamente, volvió a abrir la puerta y la cerró con aún más fuerza, como si eso pudiera liberar la rabia que la embargaba. Luego, en un arrebato de frustración, pateó uno de los neumáticos de su auto.

—¡Deja de hacerle eso a mi auto! —gritó Arkady, furioso bajando al ver cómo su preciado vehículo padecía las consecuencias de su pelea.

—Tú y tu auto son unos idiotas, i-dio- ta —deletreó Alexa, su voz llena de desdén, como si cada letra fuera un dardo lanzado hacia él.

Arkady se quedó mirándola, un torbellino de emociones en su interior. Sin pensarlo dos veces y sin saber realmente qué lo llevó a actuar de esa manera, se acercó a ella. Antes de que pudiera reaccionar, la tomó del rostro y la besó.




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