Krysia
Siempre he sentido envidia de Lena, mi hermana gemela.
Desde muy pequeña, ha logrado muchas cosas que la han hecho destacar de forma positiva; es decidida, inteligente y extrovertida, todo lo contrario a lo que yo soy. No le hace falta llamar la atención, puesto a que su distintiva elegancia hace que absolutamente todos volteen a verla o se interesen en querer conocerla.
Pese a la competencia que nuestros padres sembraron entre ambas, jamás podría odiarla, la envidia que siento hacia ella es sana, es más admiración que otra cosa.
Quisiera aprender de ella, ser menos insegura y demostrarle al mundo de lo que estoy hecha.
Tiene la vida que siempre quise.
Está a punto de casarse con un multimillonario que conoció el verano pasado en Praga durante un viaje de trabajo e incluso, para llamar su atención, forró de rosas rojas toda la entrada del hotel dónde ambos estaban hospedándose solo para que aceptara salir a cenar con él.
En cuanto a lo que a mí respecta, sigo esperando a mi media naranja.
¿Quién pensaría que tener una vida amorosa fructífera hoy en día sería todo un reto?
Al parecer, mi caso no está muy lejos de esa realidad. Para mi familia, soy la solterona que aún no se digna a conseguir un hombre por sus propios méritos, ¡ni siquiera aplicando una buena técnica de seducción!
No me considero poco atractiva, ni tampoco me visto mal; sólo que hoy en día muchos pasan de ideas tradicionales y prefieren perderse en el libertinaje. No estoy en contra de esa percepción, pero a estas alturas, estoy buscando estabilidad.
Durante las reuniones familiares, mis primas siempre están acompañadas de sus novios, mis tías frecuentemente presumen todo lo que sus yernos les regalan e incluso suelen hostigarme con la bendita pregunta:
“¿Cuándo vas a conseguir un novio?” o “¿Cuándo vas a formar una familia?” como si fuera fácil abrirle tu vida y corazón a cualquier hombre sin morir en el intento.
Apenas tengo veinticinco años; mi mente está en otra parte en estos momentos como para que eso sea el centro de mi preocupación cuando tengo que enfocarme en mi trabajo y no en el tonto mensaje que acabo de enviar a través de una aplicación para citas.
Sí, aunque no quiera admitirlo, muy en el fondo me gustaría terminar con este calvario, encontrar a un hombre para proponerle algo descabellado y fuera de lugar para callarle la boca a las viejas chismosas que no dejan de señalarme como si estuviese mal de la cabeza... O quizá sí lo estoy al haberme atrevido a escribirle a uno de los usuarios de la aplicación.
Su respuesta se asoma en la bandeja de entrada y el desayuno que comí se revuelve en mi interior.
¡Noooooooooo!
La ansiedad es tan grande que arrojo mi celular sobre el escritorio; algunos de mis estudiantes se me quedan viendo de reojo al levantar la mirada de los dibujos que les he entregado para que puedan colorear.
Debo verme muy lamentable en este momento, pero no hay nada que pueda hacer. Una punzada en mi estómago me indica que algo no anda bien; llevo mi mano hacia mi panza mientras trato de controlar mis esfínteres. No quiero que ocurra algún accidente relacionado con materia fecal, mucho menos delante de mis estudiantes.
Trabajar en un kindergarden no es tarea sencilla como muchos creen, menos cuando estoy en una prestigiosa institución donde solo asisten los hijos de las familias más adineradas de todo el país.
Intento relajarme en mi silla, varios pequeños no tardan en salir corriendo a entregarme sus dibujos de unicornios, conejos y otros animales. Después de recibirlos todos, asegurándome que todo estuviese bajo control, vuelvo a centrar mi atención en el dispositivo que tengo en mis manos.
Hola, encantado de conocerte Krys.
¿Qué buscas en este lugar?
Oh cielos, ha funcionado.
Mi mente se queda en blanco por un momento tras leer el último párrafo.
¿Qué busco en este lugar?
Para mi, esa pregunta no tiene mucho sentido, sin embargo yo no busco una relación, solo un conejillo de indias que me saque de un apuro. Dentro de poco será el aniversario de mis padres y toda mi familia asistirá.
¿Este es el momento donde tengo que contarle mi descabellado plan?
Claramente no.
Pienso en citarlo en algún lugar para conocernos, luego le hablaría con la verdad.
Analizo la foto del hombre en silencio antes de contestar. Es bastante simpático, tiene la piel dorada y el cabello corto.
El timbre suena, anunciando que las clases han terminado, por lo que guardo el teléfono y me encargo de salir con todos mis estudiantes para que sus padres puedan recogerlos. Uno de los progenitores me mira con extrañeza, pero se acerca a mi sin dudarlo.
—¿Señorita Lange?
Yo asiento.
El desconocido baja sus lentes de sol para observarme bien, es primera vez que lo veo por aquí.
—¿En que puedo ayudarlo señor?
—Ivan Werner, encantado de conocerla —extiende su mano y yo la estrecho—. Hoy mi esposa no pudo venir a retirar a Alan, así que esta vez he venido por él —me explica con una ligera sonrísa que no paso por desapercibida.
El niño abraza las piernas de su padre, esperándo a que lo cargue, lo cual hace. Pestañeo varias veces al darme cuenta de que es el hombre al que me mensajee por la aplicación.
¡Muero de vergüenza!