Emma.
Shay, la mujer a la que acompañaba, introdujo su mano en su bolso y sacó una llave en el proceso. Mantuve mis ojos en ella, intentando ocultar el nerviosismo y el temor que inundaba mi cuerpo. Mi mano se aferraba con fuerza a la maleta roja a mi lado como si mi vida dependiera de ello.
Dios, que esto no sea una mala idea.
—¿Puedes esperar aquí, Emma?
Asentí ante su pregunta a pesar de mi deseo de volver al departamento de Elena. Mi mejor amiga desde que tenía uso de razón no estaría contenta conmigo huyendo de nuevo.
Los ojos azules de Shay brillaban al igual que su sonrisa, pero hacían juego con los míos por el nerviosismo. No sabía leer bien a las personas, pero no tenía que ser adivina para saber que mi llegada aquí estaba un cincuenta por ciento bien y el otro cincuenta por ciento mal. Ella tenía miedo por la reacción de mi futuro empleador, me lo había dicho a manera de broma cuando subíamos el ascensor directo al piso quince.
Mi equipaje lucía extraño y un tanto fuera de lugar en comparación del blanco que rodeaba las paredes del pasillo y la fina puerta que ahora se abría con el empujón de la mujer.
Shay me hizo una breve señal para que la siguiera dentro del lugar, su mano descansaba en la puerta esperando a que mis pies decidieran comenzar a obedecer a mi cerebro. Desconfiada, la seguí arrastrando mis cosas por la entrada del lujoso lugar. Un sentimiento de incertidumbre y dolor se instaló en mi cuerpo.
¿Cómo había terminado aquí?
Odiaba a mi padre justo ahora, lo odiaba con cada parte de mí ser que podría albergar sentimientos negativos, las cuales eran muy pocas. Era la única persona en este mundo que alguna vez me había hecho tenerlos, por lo general era demasiado llevadera, pero Miles Brown sacaba lo peor de mí siempre que lo recordaba.
Desde que era una niña sentí su desprecio y repulsión dirigida en mi dirección. No había sido lo que había querido y me lo había demostrado cada día de mi vida, cada minuto, cada segundo. Nunca lo dijo en voz alta, pero odió a mi madre en cada momento luego de que nací, todos nos dimos cuenta de ello, su relación a los ojos de los medios era perfecta, pero a puertas cerradas, la familia Brown distaba mucho de ser el sinónimo de perfección.
No debió extrañarme que hace un mes, luego de la muerte de mi madre, me echara, pero lo hizo. La parte generosa de mi se llenó de esperanza al verlo llegar por primera vez en años a mi departamento.
Fue demasiado claro con sus palabras, me quería fuera de su vida y no había nada que lo detuviera de alejarme, ni siquiera mis hermanos. La única razón por la que no lo hizo antes fue porque no tenía una excusa que lo justificara ante el mundo, pero estaba segura que ahora diría que la muerte de mamá me había afectado al punto de que decidí colocar distancia entre "mi familia" y yo.
Al muy imbécil le gustaba hablar de lo perfecto que era en sus entrevistas.
Cuando hace dos meses mis tarjetas no pasaron, mis nervios se colocaron alertas, pero le resté importancia y con todo lo de los exámenes finales preferí esperar antes de preocuparme en ir al banco. Siguió mi casero. El pobre hombre casi se pone a llorar al decirme que el contrato de mi departamento fue cancelado. Llegó al día siguiente para corroborar lo que por la noche pensé detenidamente: me estaba sacando de su vida.
Lo siguiente que pasó es que estaba en la calle y mis estudios oficialmente cancelados, a sólo un paso de culminar.
¿Podría ser más imbécil el hombre? Cada vez me sorprendía más y eso ya era decir demasiado.
Corrí al único lugar que sabía que era bien recibida, el departamento de Elena. Mi mejor amiga maldijo en todos los idiomas que sabía a mi padre y de paso al suyo, eran conocidos, pero parecían hermanos, cortados por la misma tijera.
Durante un mes, mi búsqueda de empleo se redujo a un par de mesas mal atendidas y dos jefes demasiado tocadores para mi gusto. Cuando estuve a punto de llamar a mis hermanos en busca de ayuda para un trabajo que me permitiera terminar mis estudios, él volvió. No pensé que tendría noticias suyas en un tiempo, pero lo hice.
Fue tan claro que tuve miedo de ir en su contra, él cumplía sus amenazas. Mis hermanos no debían enterarse de que me echó a la calle como el animal que nunca quiso en su vida. Amenazó con quitarles todo su apoyo, y a pesar de que sabía que no lo necesitaban, tampoco quería que ellos lo odiaran. Amaba a mis hermanos, jamás pondría en peligro su estabilidad económica por el hecho de que mi padre fuese un jodido bastardo egoísta.
Mi búsqueda de empleo me había traído aquí luego de que mis esperanzas se perdieran en un mundo de periódicos.
Elena llegó hace un par de días con una sonrisa de oreja a oreja y un bote de helado, diciendo que había encontrado el trabajo perfecto para mí. Chillé emocionada al igual que ella y celebramos toda la noche.
Necesitaba comenzar a mantenerme en pie por mí misma sin las limosnas de nadie. Y por encima de todo, tenía que demostrarle a Miles Brown, que su sangre corría por mis venas, y podía ser igual de fuerte con él. Lo conocía, sabía que en estos momentos estaría decepcionado de que su patético plan por hacerme rogar por su atención no funcionó, pero se congelaría el infierno antes de que eso sucediera.
Lo sentía por mis hermanos, pero cuando tiré mi teléfono a la basura hace una semana tomé una decisión. Ya no era Emma Brown, la inocente y repudiada tercera rueda del clan Brown. No. Era Emma, la chica que le demostraría al mundo que iba a salir adelante sin el apoyo de nadie. Tal y como su padre no pensaba que fuese a pasar.
Escaneé el lugar con vacilación una vez estuve dentro por completo. Shay cerró la puerta y dándome una pequeña sonrisa se escabulló en un pasillo parcialmente iluminado.
Apenas había un par de muebles en la sala, dándole un toque sutil al ambiente. Ninguna foto a la vista, ningún indicio de que un bebé estaba presente en el lugar, y por un segundo me detuve a pensar si en realidad estaba en el sitio correcto. De no ser por los protectores en los conectores de energía yo de verdad lo habría creído.
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Editado: 02.04.2024