Emma.
Había pensado mucho las cosas anoche, demasiado diría yo. En medio del miedo y del nerviosismo si era práctica. Apenas si había podido pegar el ojo luego de lo que pasó con Alaia, no pude evitar pensar en lo difícil que era la situación para él y para ella. Tanto fue, que una vez escuché la puerta a unos metros cerrarse, esperé unos minutos y fui a la habitación de la bebé, ella no estaba y supuse que él se la había llevado a la suya.
Cuando fui a la cocina a eso de las tres, no había rastro de la cena ni de las galletas, mi pensamiento de que fuese mi desayuno se esfumó por completo. Para mi asombro, incluso las vajillas estaban limpias y aunque esperaba que en algún momento de la noche apareciera en mi puerta dispuesto para despedirme, eso nunca pasó.
Había dos puntos en esa situación, a esa conclusión llegué a las cuatro cuando mis ojos comenzaron a sentirse pesados luego de tanto tiempo en vela. Por un lado, sabía que estaba haciendo todo esto porque me gustaba cuidar a las personas, estaba dentro de mi naturaleza y a pesar que durante años había intentado cambiar eso, no obtuve resultado alguno. No iba a cambiar por arte de magia.
Por el otro lado, aunque me había costado admitírmelo a mí misma, llegué a la conclusión de que estaba intentando demostrar algo. A pesar de que lo conocía hace una semana, solo había visto su parte odiosa, a excepción del encuentro de anoche, no sabía nada más del hombre más que creía que vine a encamarme con él a punta de galletas y comida. Quería llegar más allá y no tenía idea del por qué.
Repetí las palabras de Shay y de Verónica en mi cabeza toda la noche. Verónica fue clara cuando dijo que Nicholas Stevens tenía motivos para ser de la forma en la que era. Y sí, era guapo, pero no lo estaba mirando de esa forma aquí. Ayer cuando por fin vi un atisbo de sonrisa sobre esa fachada de arrogante e imbécil, algo dentro de mí más allá de la furia salió. Tal vez fueron alucinaciones mías, tal vez no. Lo que si sabía era que mientras estuviera aquí haría algo para que el hombre saliera de su cascarón. Tal vez por ayudar, tal vez por demostrar un punto, pero lo haría.
Si no me despedía en el proceso.
Saliendo de mi habitación con mi bata encima decidí iniciar mi plan desde hoy. Le dejaría el desayuno y correría a mí cuarto antes de que despertara. No había tocado anoche y dudaba mucho que tomara la iniciativa hoy si no se molestaba. Así que lo mejor era dejarlo allí, sin rastro alguno de mi a la vista.
Además, conocía la rutina de un jugador de fútbol americano. Edward estuvo a punto de dejar el puesto en la administración del negocio para dedicarse profesionalmente al deporte. Mi padre amenazó con desheredarlo a él y a cada uno de sus hijos si seguía con la absurda idea. Mi hermano de inmediato borró cualquier pensamiento de dedicarse a jugar de su cabeza y siguió su camino en lo que había estipulado nuestro padre. El tipo era un controlador profesional.
El punto era que, Nicholas Stevens en el tiempo que había estado aquí, no había desayunado en lo absoluto. Sólo ese día del tocino, pero eso no contaba. Lo hice yo, no él. Y estaba el hecho también de que Shay mencionó que las próximas semanas iban a ser algo intensas para él, tendría que recuperar todo el tiempo que había estado faltando por cuidar a Alaia.
Miré el refrigerador, recelosa, pensando que demonios no haría que me despidiera en el primer intento. Preparé algunos huevos, algo de fruta y la granola que encontré que uno de los cajones terminó en la bandeja también.
Cuando terminé y lavé los platos que había ensuciado corrí directo a mi cuarto, eran casi las seis y si mi memoria no fallaba el tipo estaba a punto de salir de su habitación.
Para cuando Alaia se despertó, ya no había rastro de su padre por ningún lado y yo oficialmente había pasado la prueba que me impuse esta mañana. No me despidieron, no me gritaron, eso era bueno, ¿no?
El timbre sonó horas después mientras jugaba con Alaia tras rodar los muebles de la sala. Ella quería correr por todo el lugar y aunque le costaba mantenerse en pie durante varios minutos, lo estaba logrando. Aplaudía una y otra vez cuando corría del extremo del sillón a la mesa en el centro por lo que para evitar que saliera rumbo a la cocina, amplíe el espacio para que caminara.
La sonrisa radiante de Verónica salió a la superficie al igual que una bolsa marrón con un lazo rosa arriba. El olor inconfundible de galletas recién horneadas me recibió cuando me las tendió.
—Gracias.
Miré a su lado donde una rubia de cálidos ojos marrones miraba a su compañera burlonamente.
—Hola.
—Tú debes ser la famosa Emma.
Hizo a un lado a Verónica con suavidad y en cuestión de segundos la tuve frente a mí abrazándome.
—Pues me llamo Emma, pero me temo que lo de famosa te lo debo. —Sonreí al momento en que se alejó—. Un gusto.
—Soy Sam, la mejor amiga de Verónica, la madrina de Jake y la tía alcahueta de ese sol que está allí. —Alaia chilló tras de nosotras y corrió en dirección a ambas mujeres, abrazándose a las piernas de Sam—. Hola, mi corazón.
La mujer la tomó en sus brazos, levantándola y besando sus mejillas.
—Sam venía algunas veces a ayudar a Nicholas cuando yo no podía venir —explicó la castaña besando la mano de Alaia—. ¿Cómo te ha ido, Emma?
Me encogí de hombros, suspirando.
—Cada día es más fácil que el anterior —expresé viendo a Alaia. No mentía, a decir verdad, no estaba del todo acostumbrada a hacerme cargo de un bebé, pero cada día aprendía algo diferente sobre qué le gustaba y que no a la pequeña estrella—. ¿Quieren algo?
Ambas negaron, pasándome y dirigiéndose al sofá ahora en la esquina.
—Pasábamos a saludar, vamos rumbo a uno de los juegos de Jake. —Verónica le tendió un cubo de juguete a Alaia riendo cuando lo arrojó al suelo. La pequeña la miró expectante, su rostro contrayéndose a punto de llorar cuando la mujer no lo recogió—. Eres una pequeña manipuladora, pero como te amamos así. —Se lo entregó y esta vez la niña lo retuvo en sus manos, sonriente.
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Editado: 02.04.2024