Emma.
Antes, no era mucho de planificar lo que haría durante mi día a día, incluso estando en la escuela de medicina no tenía un cronograma planeado con seguridad a pesar del estrés y la cantidad de tareas y recados que tenía que hacer. Pero en mi nueva vida, la rutina se había convertido en algo primordial.
Llevaba casi un mes siendo la niñera de la pequeña estrella y cada día era igual que el anterior. Me despertaba temprano y hacía mi desayuno, el de Alaia y el de Nicholas; luego de eso, huía a mí recamara para evitar cualquier contacto con el hombre. Nunca lo veía durante el día, y él no mencionaba nada más que unas cuantas palabras en mi dirección al llegar por las noches.
Algunas veces venía entre jornadas para ver a su hija y se quedaba nada más un par de minutos para jugar con ella mientras yo preparaba la comida de la pequeña. Por el rabillo del ojo lo observaba mientras la bebé llenaba su rostro con una sonrisa, y era el único momento del día en que realmente veía felicidad inundar la cara del hombre. Era otra persona cuando ella estaba cerca, aunque sí que lo había visto pasar más tiempo encerrado en ese gimnasio del cuarto junto al suyo cuando Alaia estaba dormida por las noches.
Desde nuestro patético y penoso encuentro en la alacena ambos mantuvimos las distancias, aunque sabía que cada noche cuando llegaba a casa y yo me escabullía a mí habitación, él esperaba un par de minutos y luego devoraba la comida que dejaba en el microondas y las galletas a su lado. A veces deseaba ser una pequeña mosca en la pared para ver su rostro mientras pensaba si comerla o no. Era algo demasiado gracioso en mi imaginación si la dejaba volar.
No tenía mucho que hacer por aquí más que estudiar, y no quise pedir permiso para salir con Alaia porque era algo que no creía conveniente aún, pero lo haría. Ni a ella ni a mí nos estaba haciendo bien estar aquí, aunque por lo menos, ella en las noches era sacada por su padre a caminar un rato.
Mis hermanos habían optado por dejar de insistir y darme mi espacio, algo que realmente agradecía. Era bueno respirar sin tener a los hombres Brown encima de mi esperando para gritar, en el caso de mi padre, o protegerme, en el caso de mis dos hermanos.
Mirando mi reloj salí de mi habitación luego de escuchar la puerta de la entrada al cerrarse. Alaia no despertaría hasta dentro de una hora por lo que seguiría con mi investigación en la sala. Anoche había dejado mi laptop en la mesilla junto al sofá y no quise correr a recuperarla. Aún tenía la leve idea de que Nicholas Stevens no estaría del todo de acuerdo conmigo llevándole la contraria, y dejándole comida en cada momento del día. Se la comía, pero no pensaba arriesgarme.
Me detuve en seco, sin saber que hacer o decir, al notar dos pares de ojos sobre mí, observándome desde la barra de la cocina.
El hombre junto a Nicholas colocó una mirada confusa en su rostro y luego sus ojos verdes volaron en dirección a mi jefe, una leve sonrisa formándose en su cara como si compartieran un chiste en silencio, solo que el gruñón que estaría llenando mi cheque, no lucía nada feliz.
Escaneé con cuidado al hombre que había visto en algunas fotos en mi investigación sobre Nicholas Stevens. El tipo era un jodido dios griego si me lo preguntaban. Facciones firmes, cabello algo rubio con raíces algo oscuras sin ser demasiado fuertes, hombros anchos y unos ojos hermosos. Eran verdes, pero no como los de Nicholas, sino mucho más claros.
Mis ojos viajaron a su sonrisa ensanchada y no me quedó duda alguna de que cualquier chica con ojos funcionales en su rostro caería por esa sonrisa sin pensarlo ni siquiera una sola vez.
—Así que este es el motivo por el cual volviste de lleno al equipo —murmuró el hombre posando sus ojos demasiado expresivos en mi dirección, la sonrisa sin borrarse de su cara.
—No comiences, Kyle —habló mi jefe, sin mirar ni una vez al lugar donde yo me encontraba. Lo que sea que estuviera pasando por su cabeza no era bueno y yo me sentía como un minúsculo gusano sin saber en que dirección salir huyendo.
El nuevo visitante, se levantó de su silla y caminó en mi dirección tratando de contener la curva de sus labios y fallando en el intento. Los ojos de Nicholas brillaron con atención mirando atentamente a su compañero.
—Kyle Johnson, un gusto conocerte.
Sus ojos saltones demostrando nada más que amabilidad y cortesía se instalaron en mí. Extendí mi mano y él la llevó a su boca posando un suave beso en ella.
—Emma Brown.
—Emma, lindo nombre. —Como pude, le devolví el gesto—. ¿Eres la niñera de mi princesa Alaia?
—Esa sería yo —hablé mientras retiraba mi mano de la suya con las palabras en la punta de la lengua. Me iría directo a mi cuarto y me arriesgaría a no desayunar.
—Debes ser muy... —Se detuvo, soltando una carcajada mientras paseaba sus ojos por el lugar hasta llegar a Nicholas, instalando su mirada en él durante un par de segundos antes de volver a mí—. Buena en tu trabajo —terminó, adoptando una postura más seria.
—¿Perdón?
¿Qué estaba insinuando?
—Tengo entendido que ninguna había durado —me tranquilizó—. Debes llevar aquí aproximadamente... —se detuvo un minuto haciendo cálculos o al menos eso parecía— ¿poco más de tres semanas? —Esta vez sonreí mientras asentía, relajándome un poco—. ¿Cuántos años tienes, Emma?
Sus brazos se cruzaron en su pecho y tragué en seco por el interrogatorio.
—Tengo veinticinco.
Aplaudió un par de veces, haciéndome reír. Era lindo y de paso gracioso.
—Joven, amable, bonita, debes ser un amor con Alaia si sigues aquí... —Me sonrió con su boca y sus ojos—. ¿No quieres casarte conmigo?
—Es suficiente, Kyle. —Di un paso atrás, tomando un vistazo del hombre que comenzó a avanzar hacia nosotros, furioso. O eso parecía, con él nunca estaba segura—. Nos vamos.
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Editado: 02.04.2024