Emma.
Cerré la computadora mientras bostezaba y me sentaba en el sofá de la sala. El reloj marcaba que pasaban las diez de la noche y yo estaba lo suficientemente cansada como para ya dar por finalizado el día de hoy.
Alaia no había tardado en dormirse cuando llegamos junto a Christopher hacían ya tres horas. Habíamos ido al parque de atracciones para niños y ella había estado encantada riendo y solo conformándose con ver a todos gritando. Cuando pasamos a cenar, Christopher insistió en que Nicholas no pondría problema alguno, pero yo estaba nerviosa, la había sacado todo el día y el ya debía estar en casa o eso creí.
Para cuando llegamos, no había rastro de él y solo pude suspirar aliviada por no recibir ningún tipo de regaño.
Alaia estaba tan exhausta que su cuerpo solo quería que lo dejaran en la cuna. Apenas si dejó que Christopher le diera un beso de despedida antes de irse al aeropuerto. La pequeña estrella se bañó a regañadientes y no dejó que le colocara el pijama en absoluto. Se quejó y pataleo hasta que la coloqué en su cuna y sin siquiera su cuento de dormir habitual se durmió en cuestión de segundos en nada más que el pañal.
Yo estaba igual de cansada que ella, pero aproveché el tiempo fuera de correr tras de ella y terminé de escribir mi solicitud de intercambio para la universidad estatal. Mis ojos se sentían más pesados que de costumbre. Correr tras una criatura de un año y medio con el doble de mi energía no era lo más tranquilo que había, mucho más cuando corrías con sandalias. Me arrepentí toda la tarde de no haber colocado mis tenis en su lugar.
Restregué mis ojos y pasé una de mis manos por mi cabello recogiéndolo en una coleta despeinada.
Buscando a tientas el estuche de mis lentes de contacto, lentamente los fui sacando cada uno de mis ojos mientras un par de lágrimas salían. Odiaba esto. Elena había dicho que traería mis lentes hacían tres días, pero el trabajo había estado algo pesado y no había podido venir. Ya casi era domingo así que lo más seguro era que disfrutara de mi primer día libre e iría con ella.
Nicholas había estado al pendiente de Alaia cada domingo, pero aun así no salí a ningún lado y estuve con ella lo más que pude. No es que tuviera un sitio a donde ir. La administradora del albergue a donde iba, me había dicho que hombres extraños habían estado rondando la casa y preferí no ir. Sabía a quien le respondían y una vez que apareciera por allí mi padre lanzaría una de sus sorpresitas para mí, las cuales incluirían llevarme a su oficina para "hablar".
El sonido de la puerta al abrirse me hizo girar la cabeza en la oscuridad. La figura de Nicholas entró y sus pies caminaron hasta la cocina encendiendo las luces al pasar, probablemente creyendo que se encontraba solo en la sala.
Bastaron solo un par de segundos para que su espalda quedara al descubierto al sacarse la camisa por la cima cabeza colocándola a un lado.
Un jadeo silencioso se escapó de mi boca haciéndome encoger en el sofá.
No debería estar aquí. Él ni siquiera había escuchado mi chillido.
—Dios. Amo a esta mujer —lo escuché decir minutos después.
Luego, el sonido de los cubiertos chocando con el plato fueron lo único que se escuchaba.
¿Se refería a mí comida?
Una vez llegamos y Christopher se fue, aproveché que Alaia se durmió y le hice la cena. Me sentía mal por no hacerlo, no sin avisar. Después de todo, era la rutina, incluso aunque me escondía tras su llegada.
Apreté con fuerza los ojos cuando mi celular sonó atrayendo la atención del hombre sin camisa en mi dirección. Sus ojos verdes fueron a mí en cuestión de segundos observándome con detenimiento.
—No sabía que estabas aquí, Emma. —En algún momento entre las últimas semanas, había comenzado a tutearme en las pocas ocasiones en que me dirigía la palabra, aunque yo seguía en mi tónica profesional.
—Ya me iba, señor Stevens.
Mis ojos volaron al plato frente a él cuando me levanté del sofá. Una extraña sonrisa cruzó por su rostro e hizo lo mismo que yo, solo que a diferencia de mí, el comenzó a caminar en mi dirección.
—Christopher llamó, dijo que la habían pasado bien. —Asentí sin mirarlo. A pesar de la valentía que quería sentir el tipo me ponía nerviosa, no solo por su actitud cambiante en ocasiones, sino porque mi cuerpo parecía no conectar con mi cerebro cuando estaba cerca de mí—. ¿Puedes sentarte, Emma? Hay algo que me gustaría hablar contigo.
Tragando en seco, asustada, asentí y me volví a sentar en el sofá.
Escuché sus pasos caminar aún más cerca y lo siguiente que sentí fue el calor de su cuerpo cerca al mío. Guardaba su distancia, pero bastaría con que levantara una de mis manos y me estirara un poco para llegar a tocarlo.
Sus ojos verdes se detuvieron en los míos por un minuto. Me sentía como una pequeña polilla bajo su escrutinio. Su mano derecha se levantó y se acercó a mí rostro tardando un poco en llegar. Mis ojos no abandonando el movimiento en ningún momento. Cuando su mano por fin tocó mi mejilla sus ojos brillaron.
—Tienes unos hermosos ojos, Emma. —Con curiosidad, los observó mientras temblaba bajo su toque—. No deberías esconderlos bajo esos lentes de contacto.
Su voz era ronca y baja. No podía controlar mi cuerpo, no podía dejar de estar nerviosa cuando él se encontraba tan cerca.
Permanecí en silencio sin saber que decir, tenía miedo de que una palabra incorrecta lo hiciera retroceder. Mi cuerpo por alguna razón anhelaba sentir el toque del suyo y no es como si me agradara el hombre más de lo necesario ¿O sí? Sentía curiosidad en lo que a él respecta, pero nada más.
—Nicho... —Me detuve cuando el susurro intentó escapar de mi boca—. Señor Stevens. —Mi boca se sentía seca, casi rasposa por la falta de agua.
—Te veo, Emma. —Lo miré confundida. Él sonrió por un breve segundo y pensé habérmelo imaginado—. Veo tus ojos buscándome a escondidas cuando llego. Veo cómo te encoges cuando estoy cerca. Veo como huyes. ¿Qué pretendes, Emma?
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Editado: 02.04.2024