Nicholas.
Dormir era mi pasatiempo seguro cuando no tenía que ir a trabajar en temporada de entrenamientos, o durante la temporada de juegos. No era de los que salía mucho y era por ello que las revistas aprovechaban cuando lo hacía para llenar sus páginas de chismes sobre el quaterback que se embriagaba y golpeaba a los idiotas que lo provocaban.
Y vaya que llené muchas portadas con una foto mía furioso. Lindsay Donovan, reportera de American Day, seguro escaló mucho gracias a mis espectáculos cuando tomaba de más. Y luego George O'Brien pateaba mi trasero hasta cansarse por hacerlo portada al no poder controlarme. De no ser por Verónica Cross, nuestra agente de relaciones públicas, mi carrera se habría ido al caño con todos los líos en los que me metí hace varios meses.
Las revistas ya no tenían nada que informar sobre mí, a veces me abordaban al salir del estadio, pero por la orden de restricción que les coloqué a algunos cuando Alaia llegó a mi vida, ya no se aparecían por mi casa.
Era un alivio. Mi hija estaría lo más alejada de las cámaras que pudiese. Y Christopher y yo estábamos de acuerdo con ello. Suficiente tenía con saber que, en unos años, si Alaia decidía googlearnos, se toparía con la cantidad de chismes que habían sacado alrededor de lo que sucedió con su madre hace meses en ese juego.
—¿Tienes hambre? —inquirí sonriente con los ojos verdes de mi bebé clavados en mí. Recostada en mi cama con su pijama de Elmo, levantó sus dos pies y los apretó con sus manos, soltando una risita que me llenó de alegría—. Emma ya debe tener tu desayuno listo, pero tu padre también tiene hambre así que pedirá algo de desayunar.
—Papá.
—Sí, tu papá es un idiota que alejó a Emma, mi princesa.
Me incliné hacia delante, apartando sus regordetas manos de sus medias. Con suavidad, tiré de sus pies directo a mí, causando que su risa llenara mi habitación. Una habitación que parecía más de ella que mía porque los juguetes que no cabían en su habitación venían a parar a la mía.
—Como Kyle te traiga otro juego de cocina que no usarás hasta los cinco, voy a ponerlo a jugar con él —hablé burlón. Ella compartió otra sonrisa conmigo, mostrándome sus hermosos dientes a medio—. Y si Bradley sigue comprándote ropa color rosa, le pintaré el uniforme de fucsia.
—Bruuuuu. —Juntó sus labios, haciendo puchero. Comenzó a balbucear sin abrir la boca, soltando saliva por la fuerza con la lo hacía. Se divertía con el sonido que hacían sus labios por la presión—. Bruuuuu.
—Alaia.
—Papá.
—Papi —corregí a sabiendas que ella no me prestaría atención. Mi corazón saltó ante la idea de escuchar esa palabra saliendo de su pequeña boquita.
—Papá —repitió.
—Papi.
—Papaaaá.
Abrió sus ojos con fuerza, inclinándose hacia delante de tal manera que pegó su frente contra la mía ejerciendo presión. Su saliva cayó en mi rostro, pero solo reí y ella buscó la forma de colocarse de pie al momento en que la sostuve y me eché hacia atrás dejándola sobre sus pies sobre el colchón.
—Voy a robar comida de tu plato y me vas a dejar hacerlo, Alaia Erica Stevens Hotch.
—Papá.
Solté una carcajada que hizo que se echara hacia atrás al punto de casi caer por la impresión. Estar con ella era ese momento del día en que mi corazón latía con plenitud. Alaia era mi vida.
—Iremos al parque hoy, ¿quieres invitar a Emma por mí? —Me ignoró, sentándose de golpe. Llevó su pie derecho a su boca, tirando de la media roja para quitársela—. ¿Quieres? ¿Por mí?
A sabiendas de que solo iba a seguir insistiendo con lo del calcetín, se lo quité, ocultándolo bajo mi pantalón para que no llegara a alcanzarlo. Y como digna hija mía, se enojó. Su rostro se tornó rojo por el llanto, y aunque por lo general no le decía que no, esta vez me mantuve firme, algo muy inusual en mí teniendo en cuenta que me tenía envuelto alrededor de su dedo meñique.
—Papá no tiene que ir a trabajar hoy, y mañana cumple Jake. —Intentó zafarse cuando me levanté, tomándola en voladas entre mis brazos—. ¿Me escuchaste?
El grito caprichoso que salió de su boca me hizo apretar los ojos mientras la sostenía.
—Alaia, por favor.
—¡Ahhhhhhhhhh!
—Alaia.
Enterró su rostro llorón, empapado por las lágrimas, en mi cuello. ¿Cómo Emma le decía que no y no se echaba a llorar?
—¿Pasa algo? —Salté alarmado en mi lugar, girándome con sorpresa en dirección a la puerta. La mirada preocupada de Emma estaba sobre Alaia, su rostro contorsionándose al notar que mi hija no dejaba de llorar—. La escuché llorar y yo...
Sus palabras perdieron volumen con la mirada que posé sobre ella. Así era siempre. Ella se encogía, reprimía lo que quería decir y solo cuando decía una estupidez, respondía. Lo cual era cada que finalizábamos una conversación.
—Yo no debí interrumpir así —siguió al darse cuenta que Alaia seguía llorando y yo no hablaría—. Si necesita algo puede...
—Emma.
—El desayuno de la bebé ya está listo, solo tiene que...
—Emma —repetí en vano.
Sus ojos grises ni siquiera me miraron, solo buscaban algo más que observar que no fuese yo y quería que me mirara, carajo.
—Me voy a...
—Señorita Brown —hablé en voz alta, causando que cerrara su boca de golpe al igual que mi hija. Vaya, parecía que hablar crudo funcionaría—. Puede llevársela.
Ella volvió sus ojos a Alaia, quien apenas se percataba de la presencia de la hermosa mujer en la puerta. De inmediato, tendió sus manos en su dirección, exigiéndole con sus ojos que la tomara entre sus brazos.
—Y por favor báñela para llevarla al parque.
Carraspeó antes de armarse de valor para hablar.
—Le voy a preparar todo. —Asintió efusivamente, animándose a mirarme. El nerviosismo que profesaban sus ojos, mezclado con esa inocencia que demostraba, me hizo tragar duro—. Tendrá todo listo para que se la lleve en una hora.
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Editado: 02.04.2024